Juan Guzmán Tapia

Juan Guzmán Tapia

Ha muerto el juez Juan Guzmán Tapia. Incomprendido y criticado por algunos, admirado y respetado por otros. Tuve la fortuna de conocerlo desde el anonimato propio de quien da sus primeros pasos en el derecho. Conocí a un juez discreto, sobrio, y por sobre todo valiente. Presidía la primera sala de la Corte de Apelaciones de Santiago y ciertamente no sospechaba el giro que en su vida implicaría el caso Pinochet, cuando tuvo que resolver una inédita implicancia que promoví como joven abogado contra un poderoso ministro de la Corte Suprema. Se acercaba fin de año y el período de evaluación de cada ministro. Acoger la inhabilidad suponía una inmediata mala calificación. El juez Guzmán no dudó y dio curso a la misma, tras lo cual sin conocerme, me convocó a su despacho para prevenirme de las graves represalias a las que ambos nos exponíamos. Uno por la osadía de promover la inhabilidad y el otro por la temeridad de acogerla.

El coraje del juez Guzmán y su sobria independencia marcaron mi carrera desde entonces y forjaron una profunda confianza en el desempeño de nuestros jueces.

Juan Guzmán Tapia poseía el mismo talante y lucidez de jueces como Raquel Campusano o Gabriela Pérez, pero sin la severidad de éstas. Aunque suene obvio, fue ante todo juez. Correcto. Notoriamente culto pero modesto. Sobrio. Plácido y honesto. Lejos de cualquier impulsividad, sereno a la hora de resolver y siempre resuelto a intentar ser justo y humanitario. ¿Se equivocó como juez? Sin lugar a dudas muchas veces, como se equivocan todos los jueces. Sin embargo, siempre obró inspirado en la buena fe. Sin cálculos y asumiendo los riesgos propios de toda decisión judicial.

Por lo mismo es injusto evaluarlo con una mirada de trinchera ideológica que desatienda los valores esenciales de la judicatura. El rol del juez en una sociedad es demasiado relevante para someterlo a parámetros o criterios exclusivamente políticos. Un buen juez no es aquel que falla como uno desea ni aquel que piensa exclusivamente como uno, sino que aquel que está dispuesto a ponderar la evidencia, escuchar a las partes, estudiar, razonar, y resolver solo conforme al mérito de los antecedentes. Juan Guzmán Tapia se inscribió en esa antigua escuela que ha prestigiado siempre a la judicatura chilena. Aquella de jueces profesionales y nobles dispuestos a hacer su trabajo con respeto y humildad. La modestia que lo caracterizó es la que tanto aporta a nuestro estado de derecho. Serena tanto el espíritu de un sentenciado como el de la sociedad. La sobriedad y discreción del juez Guzmán contrasta con la de algunos fiscales y exfiscales que han hecho de la persecución penal un espectáculo mediático. El juez Guzmán nos enseñó que quien investiga sirve a la justicia y no se sirve de la justicia, pues solo la justicia sin aspavientos es verdadera justicia.

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