Jugando con fuego

Imagen referencial.
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A raíz de un mediático caso español, en el que un hombre ayuda a morir a su mujer que padece esclerosis múltiple, el debate sobre la eutanasia ha reaparecido en Chile. De hecho, el año pasado fue aprobada la idea de legislar ―curiosamente, no hubo mayores resistencias en un asunto que es aún más relevante que la reforma tributaria― y, actualmente, el proyecto se encuentra en votación en particular, con una alta inclinación de nuestros parlamentarios por aprobar la eutanasia

Pese a ello, en el ambiente político existe una gran confusión sobre el alcance de la llamada "buena muerte", al punto que una gran cantidad de circunstancias distintas entre sí, se sumergen en dicho concepto.

Para lograr claridad en este debate, es necesario tener presente que la eutanasia, en tanto práctica que asume como legítimo terminar con la vida por propia decisión, debe ser rechazada por una sociedad que valora y protege la dignidad humana. No hay nada más insolidario que estar frente a alguien que sufre y que solicita querer morir y contestar "sí, dale, te apoyo". Tras una declaración como ésta, existe una compleja realidad de dolor y sufrimiento que requiere ser sopesada en toda su magnitud.

En efecto, entre los defensores de la eutanasia, generalmente subyace la premisa liberal de que cada persona es autónoma de terminar con su propia vida, independiente de si padece o no enfermedad. Como lo dijo el diputado Vlado Mirosevic ―uno de los promotores de la eutanasia en Chile―, todos pueden "decidir cuándo morir y con dignidad". El problema es que en la situación en que estas personas se encuentran, es muy difícil saber qué tan libres son para determinarse, ni cuáles son los móviles reales que los llevan a tomar esta decisión. De hecho, la evidencia muestra que una buena parte de los pacientes interesados en la eutanasia tienen depresión. Por lo mismo, estas personas pueden tener una preferencia inestable respecto a terminar con su vida, tendiendo a la posterior retractación, como ha ocurrido algunas veces. Si realmente empatizamos con esta realidad, lo que observamos en ellas es la búsqueda de una salida frente a las angustias existenciales y corporales y no precisamente la petición de la eutanasia.

Lo razonable, luego, es que las personas en situaciones de enfermedad terminal reciban una adecuada atención de salud, protegiendo siempre el valor intrínseco de la vida humana, cualquiera sea el estado en que la persona se encuentre, pero distinguiendo aquellas circunstancias que conllevan tratamientos que pueden resultar ser excesivos, desproporcionados, costosos, o que prolonguen la vida innecesariamente, menoscabando la salud integral de la persona.

Nuestros parlamentarios progresistas ―de izquierda y derecha― parecen estar jugando con fuego al no diferenciar cada una de estas situaciones. Nada nos asegura que ―siguiendo esta lógica― terminemos a la postre eliminado a los adultos mayores, a los enfermos terminales, los niños con síndrome de Down y a todos quienes ya no nos "sirvan". La validación política de la tesis liberal, nos llevar a no enfrentar el problema de frente, no procurando alivio real a los dolores físicos y existenciales de las personas que se encuentran en estas situaciones y, sobre todo, a entregarles un acompañamiento en sus sufrimientos personales.

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