La Araucanía: más de lo mismo



Por César Barros, economista

Según estudios genéticos, los chilenos tenemos -casi todos- entre un 30 y 40% de genes americanos. Es decir, genéticamente estamos equidistantes de Europa y de la América precolombina. Y me imagino que entre quienes se denominan mapuche, aimara o diaguita, sucede lo mismo, aunque en menor proporción, si no, de alguna parte Celestino heredó el Córdova.

De modo que el maltrato mutuo entre etnias no debería existir, como lamentablemente lo ha sido desde la Conquista con la etnia mapuche. La educación europeizante de los mestizos chilenos no ha contribuido. La ignorancia sobre nuestros orígenes precolombinos ha sido un factor importante en el olvido y la discriminación hacia ellos.

Y a través de distintas fórmulas, los gobiernos han ido creando un “apartheid” que, en vez de evolucionar para mejor, lo ha hecho para mal. Una de las peores fórmulas ha sido poner todo el “énfasis reparador” en el reparto de tierras (la vieja “Ley Aylwin”). La agricultura tradicional, o de autoconsumo, no es rentable en ninguna parte del mundo. La agricultura moderna consta no solo de tierra, que se puede poseer o arrendar, sino del capital monetario, y la capacidad de capital humano. Eso, aparte de la tecnología, insumos y maquinaria.

Veamos algunos ejemplos. Una hectárea de cerezos cuesta -sin la tierra y sin los años iniciales no productivos- unos US$ 50 mil. La de arándanos, cerca de US$ 10 mil, y una de avellanos europeos, del orden de US$ 8 mil. Por su parte, una lechería, para ser realmente rentable, requiere -aparte de sus instalaciones- unas 500 vacas, o sea, US$ 500 mil solo en animales. Como es fácil concluir, dar bienestar económico autosustentable a nuestras etnias, solo en base a tierra, es una ruta sin destino. Se han repartido hasta ahora cientos de miles de hectáreas, a un alto costo. Y ese esfuerzo -aunque grande, y aún limitado- no ha mejorado el nivel de pobreza con que viven esos chilenos, porque en la agricultura moderna la tierra no es lo económicamente importante. Esto es cierto en los EE.UU., y en África. Por eso llama la atención que en La Araucanía no existan más iniciativas que la vieja “Ley Aylwin”, y subsidios varios.

Las empresas forestales han estado ausentes en propuestas de solución. El Estado, con miles de hectáreas de su propiedad y parques nacionales, también ausente. Y el hecho de que el pueblo mapuche no tenga representantes elegidos en forma democrática, tampoco ayuda al diálogo, que hasta ahora ha sido con delegados no validados por toda la etnia.

La eventual solución no puede estar en crear más comunidades agrícolas poco viables, sino en actividades sustentables que al mismo tiempo mantengan, respeten y recojan sus visiones cósmicas y tradiciones. Los huasos, con sus rodeos y artesanías, preservan las tradiciones del antiguo campo chileno, aunque ya no existen grandes haciendas ganaderas, ni inquilinos. Los aimaras lograron conservar sus tradiciones, bailes y religiosidad, lo que es admirado en todo el país. ¿Se han fijado que en el norte no hay violencia, sino respeto?

En La Araucanía no se puede seguir con “más de lo mismo”, sobre todo cuando esos esfuerzos, lejos de lograr resultados, han empeorado la vida para todos.

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