La derecha y el hambre

Encuesta Casen 2017 devela baja en la pobreza


Por Gonzalo Cordero, abogado

Es complicado esto de ser de derecha, muchos no saben muy bien en qué consiste, tiene mala prensa y, salvo valiosas excepciones, los políticos del sector parecen entender como necesidad de su oficio disimular su pensamiento. Más de alguna persona me ha dicho, en tono de cariñoso elogio y como disculpándome, “pero si tú no pareces de derecha”.

Es que ha calado hondo la caricatura que atribuye a la izquierda el ser sensibles ante el sufrimiento de los pobres, pero a quienes defendemos un orden social basado en ciertos derechos individuales -una de cuyas consecuencias es la libertad económica- se nos ve como representantes de los ricos; el resultado es que la dialéctica política se construye así en un eje en el que aparentemente unos defienden la justicia y los otros meros intereses. A partir de esta caricatura se escriben profusas columnas y se hace sociología de matinal.

Cada vez son menos los que defienden la libertad económica, lo que conduce a que haya más pobres y a estimular el círculo vicioso que convirtió a América Latina, una región muy rica, en un conjunto de países anclados en el subdesarrollo. Parecía que nosotros íbamos a derrotar ese sino, pero parecía no más.

¿Cuál es el círculo vicioso? Ver a la libertad económica como causante de la pobreza y llamar al Estado a redistribuir riqueza para ayudar a los pobres; pero como el Estado no produce nada, para redistribuir tiene que aumentar los impuestos, eso frena la inversión, hay menos riqueza, menos empleo, aumenta la pobreza y el Estado vuelve a aumentar los impuestos. En cierto modo, la historia del progreso humano es la historia de la disputa entre quienes distinguen correctamente las causas de los efectos y quienes las confunden.

La pandemia ha vuelto a hacer evidente todo esto. Las tres décadas de una cierta libertad económica nos permitieron disminuir la pobreza a niveles inéditos, el Estado recaudó lo suficiente para tener ahorros, dio espacio a que la inversión privada nos dotara de infraestructura, entre ella la sanitaria, todo lo cual ha permitido que las autoridades enfrenten la crisis bajo el régimen excepcional que es propio de las anormalidades, pero con medios incomparables a los que tenía el Chile estatista del siglo pasado.

Nada de lo anterior impide que siga primando el discurso de los que confunden las causas con los efectos; son los que proclaman el malestar con ansiosa prisa, califican de insuficiente toda ayuda y denuncian el hambre con fílmicos avisos luminosos. Claro que la pandemia causa sufrimiento y los que tienen menos sufren más, pero nunca estuvimos mejor preparados para enfrentarla.

Por eso, cuando me dicen que no parezco de derecha, respondo que lo soy por lo que pienso y no por lo que parezco.

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