La dignidad en tiempos de pandemia

Camaras de Vigilancia


Lo que llevamos del año 2020 ha sido complejo, y particularmente para Chile que vive un proceso revolucionario desde octubre, a pesar de que pareciese estar en pausa. Se prevé un escenario económico difícil para gran parte del globo, al que se le suman todas las pérdidas humanas producto del coronavirus. Sin embargo, la pandemia que nos azota como civilización ha levantado nuevas preocupaciones y dilemas éticos. Nos empezamos a preguntar qué significa la amenaza de un virus para nuestras sociedades híperconectadas y globalizadas. Cómo nos organizaremos geopolíticamente (a nivel nacional e internacional) tras superar este escenario. Son muchas las preguntas que pueden surgir, por lo que no es temerario advertir que lo que está en juego es el valor de la dignidad humana y su libertad. 

El ser humano tiene un valor intrínseco en sí mismo, aunque somos seres temporales y finitos. Dicho de otro modo, toda persona tiene dignidad que es inherente solo por ser humano, sin distinción de sexos, edad, estrato socioeconómico, o condición de salud. En un escenario como la actual pandemia por el Covid-19, es lógico que la política haga todos los esfuerzos por salvar vidas y evitar que el número de contagios siga aumentando. Pero estos esfuerzos hacen surgir dilemas éticos-políticos que ponen en jaque varios aspectos de nuestra humanidad.

Hemos visto el lamentable escenario en Italia, en el que han llegado a priorizar salvar vidas por sobre otras –argumentando que es preferible salvar a un adulto de mediana edad que una persona de tercera edad, lo que no es muy distinto a lo que el aborto o la eutanasia proponen, seleccionar vidas por sobre otras-, pero también vemos países como China, que tienen un control total de población a través de la completa vigilancia digital con el argumento de salvar vidas. A nivel mundial se ha cuestionado cómo el país asiático ha logrado controlar la amenaza del coronavirus, cuestionamientos que ya se le hacían previamente a la pandemia. 

El Big Data (datos masivos) es el análisis y procesamiento de datos convertidos en información para que empresas tomen decisiones posteriormente. Por ejemplo, buscan adelantar cuáles serían las futuras necesidades de los consumidores a través de las búsquedas, páginas que visitan y compras que realizan. También se puede utilizar en política; un ejemplo clásico es cuando Barack Obama armó su propuesta presidencial tras conocer por la recopilación de Big Data las necesidades y demandas de los votantes norteamericanos. Hoy los celulares y computadores cuentan con GPS, cámaras y micrófonos; a las redes sociales subimos voluntariamente nuestros datos personales, información de nuestros gustos y actividades, sin olvidar nuestras fotografías. Y hoy, con el teletrabajo pareciese que no nos podremos desprender de estas tecnologías.

El problema es que no se puede garantizar cómo se resguardarán esos datos, ni las intenciones con las que se pueden usar. Recopilar información de las personas, no es lo único. A través del uso del GPS y el rastreo de compras con tarjetas bancarias se puede vigilar el comportamiento de las personas virtualmente. Así es como en China rastrean si hay un sospechoso contagiado al observar sus conductas de consumo, y sus desplazamientos, por ejemplo viendo qué compra en la farmacia, avisándole a la policía china.

Si bien la tecnología ha traído grandes beneficios a las personas, vemos que también tiende a ser un ojo panóptico digital que todo lo ve. Una herramienta que nos somete a una sociedad disciplinaria, por gobiernos como el chino que buscan la vigilancia que supera muchas veces los límites demócratas, y que es aún más factible en momentos críticos como el que vivimos hoy. 

Si tras el estallido insurreccional del 18 de octubre veíamos en Chile un cuerpo social que dejaba intervenir sus subjetividades por la transgresión de los símbolos culturales, en el actual momento de pandemia nos vemos ante la expresión de la biopolítica en su resplandor. Cuarentena obligatoria a algunas comunas del país, solicitar permisos salvoconductos para ir a abastecerse, y el uso in crescendo de técnicas de biovigilancia, como drones, son expresiones de ello. Si bien ha habido casos de comportamiento irresponsable por personas contagiadas con el Covid-19, la permanente vigilancia y el posterior castigo nos aleja de una sociedad libre. Se prioriza la salud física como un derecho que debe darnos el Estado, en desmedro de la libertad humana. La vida espiritual, emocional, familiar se ven opacadas por la tendencia del aparato estatal a controlar todo aspecto de la vida personal, pero también en comunidad. Por eso han aparecido voces que no están de acuerdo con una imposición de cuarentena obligatoria, pues no solo el efecto económico sería devastador, sino que se reconfigura los comportamientos humanos bajo la amenaza de coacción estatal.

El autoritarismo y totalitarismo del siglo XX no tendrán la misma apariencia en los tiempos que corren. El premio Nobel de Literatura, el ruso Alexander Solzhenitsyn (autor de Archipiélago Gúlag) rechazó el principio materialista de supervivencia a cualquier precio, pues nos despojaría de nuestra humanidad. Por eso, es deber de la ciudadanía y del mundo político reflexionar sobre el dilema “dignidad y la libertad humana” versus “vigilancia y biocontrol”, pues sin duda será uno de los debates del presente siglo.

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