La otra vereda de lo imposible
Hace exactamente cuatro años, por estas mismas fechas de fiestas, el país vivía una especie de estado de enamoramiento con el presidente recién elegido, Gabriel Boric. Para los que creen en las virtudes redentoras del carisma o ese tipo de cosas, era difícil imaginar, en ese ambiente amoroso, que el propio presidente dinamitaría paso a paso esos sentimientos tan sólo seis meses después, con su respaldo -es cierto que moderado, en comparación con otros- a los desafueros de la Convención Constitucional, su silencio ante el esnobismo de la “superioridad moral” y su labilidad para designar amigos, familiares y frescales en posiciones apetitosas.
No hay el mismo estado alrededor de José Antonio Kast. Las celebraciones por su triunfo fueron más entusiastas de lo esperable, pero al día siguiente el mismo Kast las atemperó viajando a Argentina e inaugurando una agenda de trabajo de gran intensidad, que se adivina preparada desde antes. Así ha interpretado el mandato, bastante macizo, que le entregó el 58% de los votantes en las ocho horas de votaciones del domingo 14.
Kast parece tener más conciencia que Boric de que esos votos no son de su propiedad, sino que les pertenecen a “las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias” de la gente que lo eligió, aun sabiendo que los tiempos que vienen no serán fáciles. Para el domingo 14 ya se sabía que el gobierno saliente deja la economía en estado cochambroso (no catastrófico), aunque aún no se conocían los proyectos con que el ministro Grau pretende contribuir al deficiente estado moral del empleo público.
Kast tiene dos grandes problemas en el horizonte inmediato: reducir las expectativas sobre la velocidad de sus proyectos y proveer de una mesa de cierta generosidad para las derechas ajenas a su partido, que sólo votaron por él en la segunda vuelta. Esto último significa arbitrar entre grupos antagónicos y ejercer hasta cierto punto como el jefe de una coalición que no existió en la primera vuelta y que hasta el momento no ha tenido (y probablemente no tendrá) formalización alguna.
Kast quedó en el centro de una derecha cuyos flancos desconfían de él: de un lado, la derecha liberal, no muy fuerte, representada por Evópoli, el partido creado por su sobrino Felipe; del otro, el mundo, bastante mayor, de Johannes Kaiser y su Partido Nacional Libertario, donde se abrigan también socialcristianos, muchos independientes y hasta algunos extraviados en el PDG. Este sector es el más difícil, entre otras cosas porque ha nacido desde el propio Partido Republicano; radicaliza todas las posiciones “duras” que en el pasado tuvo Kast, y Kaiser no oculta su deseo de volver a ser candidato presidencial. Diríase que lo más pacífico de su electorado está en Chile Vamos, Demócratas y Amarillos.
No es muy difícil imaginar que del éxito de Kast depende el futuro de toda la derecha exitosamente reunida en la segunda vuelta; lo difícil es que sus grupos se comporten según ese criterio, como lo demostraron las izquierdas en las incoherentes campañas de Jeannette Jara. La política puede definirse como el terreno donde los dirigentes tropiezan siempre con las mismas piedras.
De momento, Kast goza de una situación privilegiada. No ha suscitado el enamoramiento que terminó por marear a Boric, ni tampoco el sentimiento de cabalgata de la historia que tuvo en sus inicios el segundo gobierno de Bachelet. Lo rodea, en cambio, otra cosa, igual de ligera: el deseo de orden, en un arco tan amplio como las conductas personales y las prioridades políticas, desde la Corte Suprema hasta Gendarmería, en contra de toda irregularidad y más aún de toda arbitrariedad. El orden social, en suma; el fin de la anomia, el imperio de la ley, el rechazo de la ley creada para servir intereses individuales, la restauración de una cierta confianza colectiva.
El orden es algo frío y distante, invoca un tipo de carisma moderado y sobrio e invita a deponer la estridencia y la furia performática. Pero, como cualquier atributo humano, tiene su lado B: depende del rigor personal y de la paciencia social. En el momento menos pensado convierte al líder en un esclavo de lo artificioso.
Se espera de Kast, en fin, otra forma de lo imposible, en la vereda del frente de lo que sucedió hace cuatro años.
Para eso se elige a los presidentes en Chile.
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