La primera gran lección de la pandemia



Por Alejandra Sepúlveda, directora ejecutiva de ComunidadMujer

El martes se conoció la resolución del Consejo de la Alta Dirección Pública sobre la rebaja de la dieta parlamentaria y de ministros en un 25% y en un 10% la del Presidente, intendentes y subsecretarios/as. A la espera de la designación de una comisión que debe fijar dichas remuneraciones cada cuatro años, esta medida va en la dirección correcta, pese a que “es completamente insuficiente” -según el propio Consejo- para resolver la crisis de confianza que afecta a las instituciones. Y llega en un momento dramático para el país, cuando se han destruido en dos meses 1,5 millones de puestos de trabajo y el desempleo ya subió a cifras inéditas: 11% en hombres y 11,5% en mujeres. Mientras la economía se desploma, surge con nitidez el paisaje de pobreza y necesidad.

Se oscurece nuestro horizonte con un virus que no da tregua y, más que nunca, necesitamos del buen hacer de la política, la democracia y sus instituciones. Es una de las primeras lecciones que deja esta pandemia, a la luz de la experiencia internacional, con la Primera Ministra neozelandesa a la cabeza, y al decir de muchos analistas. Sin ir más lejos, la premio Nobel de Economía Esther Duflo comentaba el viernes recién pasado el mal momento latinoamericano y la confianza en los gobiernos como determinante del éxito en el manejo de la crisis. “Si son eficaces, se crea confianza y sentido colectivo (…) si se percibe que fracasan, eso puede acelerar el desastre”.

Palabras que resuenan fuerte acá, ante una trayectoria larga de pérdida de certidumbre y seguridad de la ciudadanía, que obliga a enmendar el rumbo, no solo utilizando todas las herramientas de apoyo al alcance, sino también con liderazgos empáticos, que escuchan y son capaces de alcanzar acuerdos duraderos en aras del bien común.

Por eso, no ayudan afirmaciones como las del intendente de Santiago respecto del caso Fruna. La autoridad tildó de “estupidez” que un jardín infantil operara irregularmente para dar respuesta a las operarias de la empresa obligadas a trabajar, a pesar de su cuestionable giro como “servicio esencial”. Pero nada dijo sobre el fondo: madres que no tienen cómo resolver el dilema del cuidado de sus hijos durante el estado de catástrofe y que, ante la necesidad, aceptan las condiciones de su empleador. Ellas, al igual que miles de trabajadoras con hijos menores de un año, siguen esperando una respuesta del Estado que ha tardado demasiado en llegar: un posnatal de emergencia u otras alternativas que no precaricen más su situación y las empuje a la inactividad.

¿Cómo avanzamos? ¿Cómo llegamos a más acuerdos como el que unió a las fuerzas políticas en torno a un nuevo proceso constituyente o el que dio un marco expansivo al gasto fiscal para enfrentar la crisis? La respuesta, al decir de Duflo, está en poner la dignidad de las personas en el centro de la protección social, en un mundo riesgoso e incierto. Probablemente, ahí está la verdadera oportunidad de recuperar la confianza.

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