Lo que muestra la discusión sobre escaños reservados



Por Fernando Atria, presidente de Fuerza Común

Cuando nos miren desde el futuro, quienes lo hagan buscarán entender un fenómeno extraño: que en un régimen democrático, cuyas autoridades lo son porque han sido elegidas por sufragio universal, el sentido común compartido por los actores de la política institucional resultó ser tan fenomenalmente incapaz de entender lo que estaba ocurriendo bajo sus narices.

Los comentaristas oficiales, en general pero no solo los de derecha, vieron en el triunfo presidencial de Sebastián Piñera el rechazo a la agenda transformadora de Bachelet, y la demanda por más neoliberalismo. Por eso la agenda inicial de Piñera buscaba relegitimar el modelo neoliberal en cada uno de los puntos en que había sido cuestionado: rebaja tributaria para los más ricos, precarización laboral, selección en la educación, más ahorro individual administrado por las AFP, etc. El ministro del Interior anunciaba que no querían que avanzara la nueva Constitución. Piñera se jactaba del oasis que gobernaba. Y todo les estalló en la cara.

La misma incapacidad de entender los llevó a introducir en el plebiscito la segunda pregunta. Los mismos comentaristas anticipaban que su resultado iba a ser más estrecho que el de la primera pregunta. Pero lo que para ellos era una pregunta sobre la Convención Mixta o la Constitucional, para el pueblo fue una oportunidad única, en el momento de mayor indignación, de emitir un juicio sobre el desempeño de lo que llama “la clase política”. Y el resultado de la segunda pregunta fue incluso más categórico que el de la primera.

Todavía piensan que pueden usar el poder que le dan los dispositivos institucionales para manipular el proceso constituyente en su beneficio. El ahora candidato a la presidencia de la UDI especula con que si obtienen un tercio de los miembros de la Convención Constitucional podrán vetarlo todo, otros anticipan que si en el plebiscito de salida gana la opción Rechazo, Chile volverá a ser un oasis viviendo en paz y tranquilidad bajo la Constitución de 1980. Nada de esto es realista, por cierto. El fracaso del proceso constituyente profundizaría la crisis actual de legitimación. La crisis de la que surgió la Constitución de 1925 duró algo menos de una década.

Precisamente por esto, es de esperar que más temprano que tarde todos entiendan que el camino emprendido el 25 de octubre (el 18 de octubre) no tiene vuelta atrás, por lo que todos tenemos un interés en el éxito del proceso constituyente. A nadie le conviene que fracase.

Eso debe mostrarse en la cuestión de los escaños reservados. Hoy cada uno hace sus cálculos, dando sus explicaciones oportunistas sobre por qué no pueden ser adicionales a los 155, etc. El reconocimiento de los pueblos originarios es una de las mayores deudas de los últimos 30 años; la nueva Constitución no puede comenzar negándolos. Que no haya sido todavía posible un acuerdo reitera la ya vista incomprensión del momento histórico, especialmente en la derecha. Es de esperar que lo entiendan a tiempo.

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