
Los peligros del buenismo migratorio

Si comparamos los datos del Censo 2017 con una proyección realizada por el INE en 2020, podemos concluir que en solo tres años el número de migrantes se duplicó y ya supera el millón y medio de personas. Cerca de 700 mil viven en Santiago con un marcado patrón socio-espacial: los europeos y norteamericanos en el barrio alto, los venezolanos en departamentos del centro y las colonias de Perú o Colombia en piezas o cités de Independencia o Estación Central.
Las comunidades haitianas son las más pobres y por sus barreras de idioma se han segregado en Quilicura o San Bernardo en bloques de vivienda social o en galpones adaptados para piezas, que arriendan a precios abusivos. Las familias que no pueden pagar o resistir el encierro, se han movido a campamentos, lo que explica, en parte, que estos asentamientos informales se hayan duplicado en Santiago desde 2018.
Pese a la magnitud del fenómeno migratorio, no es fácil analizarlo ya que se ha instalado una suerte de buenismo que minimiza cualquier problema al compararlos con el derecho humano de recibir a personas que escapan de guerras o dictaduras genocidas. Se rehúsan a regular ingresos o deportaciones, pero no proponen medidas para que los inmigrantes puedan insertarse en el país y salir adelante por sus propios medios. En cambio, los buenistas prefieren un asistencialismo paternalista, que tiende una mano compasiva para cruzar la frontera ilegalmente o levantar mediaguas.
El buenismo anula al debate, ya que su corrección política trata de xenófobo a cualquier persona que alerte los problemas obvios que genera una ola migratoria de tal magnitud. Parecen olvidar que cualquier crecimiento demográfico genera impactos y conflictos, más aún si existen culturas distintas o una competencia por planes sociales y empleos. Un ejemplo son las batallas campales por controlar calles para el comercio ambulante entre inmigrantes de distintos países.
Esa competencia violenta es otra dimensión que los buenistas omiten, pero que en otros países ha generado estragos. En Estados Unidos, por ejemplo, los hijos de salvadoreños que llegaron escapando de la guerra civil, se organizaron en bandas para defenderse de otras colonias que los atacaban, como “La Eme” mexicana, hasta formar un conglomerado criminal gigantesco conocido como la “Mara Salvatrucha”, que hoy usa a migrantes como sicarios o traficantes de drogas.
La migración es un asunto serio que no puede tratarse con vetos, censuras o lugares comunes. Es un fenómeno social complejo, que mal conducido puede perjudicar a millones de personas y que requiere de políticas públicas sustentables en el tiempo. No de medidas asistencialistas que muchas veces son pensadas para reforzar la bondad de sus promotores, antes que el bienestar de los propios inmigrantes.
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