
No habrá Jarastroika

Cuando aparecieron los primeros titulares del caso de los nexos de Karol Cariola con empresarios chinos, una visión al mismo tiempo atractiva y preocupante recorrió mi mente: ¿Tendría Cariola, que además había viajado varias veces al país asiático en visitas oficiales, contactos en las altas esferas del poder del régimen? ¿Señalaría esto un giro pro-chino en las nuevas generaciones de un Partido Comunista chileno marcadamente soviético en su cultura y visión política? Al poco andar tuve una respuesta, tan tranquilizante como decepcionante. Todo el entramado era tan despolitizado como de bajísima estofa: patentes municipales, peajes, arriendos. En vez de pato pequinés, wantanes.
La moraleja del caso Cariola probablemente también aplica para Jeannette Jara. Sería genial, y a la vez muy desafiante para sus adversarios, que Jara representara una renovación asiática del Partido Comunista que lo sacara de sus atavismos soviéticos y lo empujara hacia visiones más en línea con países como Vietnam o China. ¿Por qué seguir promoviendo regímenes zarrapastrosos como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia o Corea del Norte, pudiendo ofrecer una visión del futuro ordenada y moderna? ¿Cuál es la idea de ser fieles a formas colectivistas totalitarias que sólo traen pobreza, cuando existen versiones de capitalismo autoritario relativamente exitosas?
Sería un portento, en suma, que Jara fuera una mezcla de Deng Xiaoping y Mijaíl Gorbachov. Que transformara de una vez la mentalidad atrasada, las recetas económicas roñosas mil veces fracasadas y la mentalidad funcionaril del PC chileno en algo innovador y avanzado. En una verdadera vanguardia, dotada de una visión de largo plazo que se orientara a transformar Chile en un país desarrollado. En algo que fuera genuinamente marxista, obsesionado con el despliegue de los medios de producción y el avance tecnológico, en vez de seguir siendo un partido leninista de cuneta, apolillado y sedicioso a conveniencia. Que purgara esa larga fila de hombrones vetustos que consideran al decadente Jadue una lumbrera. Que se atreviera a atizar el elemento estoico en nuestro ethos cristiano, haciéndolo conversar con el confucianismo.
Pero no hay agua en la piscina para algo así. Lo vimos durante el estallido y el proceso constitucional. El PC, luego de promover el caos en las calles y tratar de derribar desde ahí al presidente democráticamente electo, se plegó o promovió cuanta tontera aparecía (exceptuando el parlamentarismo). Plurichile, deudas municipales, perro matapacos, descrecimiento, disolver la policía. Marcos Barraza, brazo derecho de Jara, que hizo de aglutinador entre la Lista del Pueblo y los cupos reservados indígenas, anduvo metido en todo eso y más. De hecho, fue uno de los grandes gestores del fracaso convencional, al defender la tesis de que no se podía ni conversar con la derecha ni con ningún centro, y que estaba bien armar una Constitución radical de izquierda. ¿Cómo creerles ahora cuando posan de tecnócratas y pluralistas?
Lamentablemente, todo indica que a Jara, al igual que al resto de su partido, sólo le importa el color del gato, no si caza ratones. Su desencuentro con los jerarcas comunistas, si existe, probablemente tiene que ver con asuntos más pedestres que ideológicos, y no alcanza para romper el pacto de sumisión. Por algo la candidata aplaudió a rabiar, en la última convención PC, el apolillado discurso de Carmona. El anuncio de la “suspensión de su militancia” –sea lo que eso sea- por Daniel Jadue, que desnuda dicha decisión como una orden táctica del partido en vez de como una opción genuina de la candidata, más o menos resume lo que podemos esperar de ella.
Chile necesita una esperanza adulta, luego de que la última aventura beata, estética y adolescente dejara a la clase media desengañada, desempleada y empobrecida (y a otros con créditos preferenciales y langostas). La derecha, en cualquiera de sus versiones, tiene el complejo desafío de ponerse a la altura de esa necesidad. Algunos candidatos lo han hecho mejor que otros, pero la meta sigue lejos. Reconocer y hacerse cargo del legítimo miedo es sólo un comienzo. Hay que hablar sobre el país que vendrá después del miedo.
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