No queremos una revolución para Chile

Siempre he sentido una cierta aversión hacia la revolución francesa. Pero, en realidad, en este ámbito mi planteamiento es más bien universal, pues mis reproches van dirigidos al principio de la libertad absoluta que se enarbola durante una revolución, francesa y otras, pues "lo único que es capaz de producir esta libertad absoluta es una muerte igualmente absoluta", en palabras de Friedrich Hegel.
Por ende, se puede resumir la tragedia de las revoluciones en que el propio gobierno revolucionario se encarna en un personaje determinado (o personajes), que toma decisiones determinadas, de modo tal que se transforma en una voluntad contrapuesta a la voluntad general. Así, un gobierno revolucionario es siempre una facción en el poder que, precisamente por ello, tiene en sí misma implantada la semilla de su declinar.
Aunque no lo quiera, el gobierno revolucionario se transforma en un grupo particular de individuos ante los cuales las masas son siempre sospechosas, porque el gobierno -y el gobernante- están conscientes de que tienen un origen singular, "forzado", y que la voluntad general deberá eventualmente tender a destruirlos, puesto que invariablemente se les podrá descubrir algún crimen (bastará con que se lo busque). Y para evitar su propio declive y muerte, el gobierno revolucionario se criminaliza. Así sucedió con el "reinado del terror" en Francia y sucede actualmente en Venezuela.
Sin embargo, esta experiencia violenta de la revolución lleva consigo el despertar de un anhelo libertario, que recoge en su interior el principio abstracto de la libertad. El fracaso de la realización inmediata de la libertad a través de una revolución produce un movimiento de profundo reconocimiento de dicha libertad en la conciencia de las personas, quienes intentan modificar directamente el entorno contingente en el cual están experimentando esa falta de libertad. Y la revolución procurará aplastar estas expresiones redentoras con violencia.
Lo anterior nos lleva a concluir que los líderes revolucionarios son por definición unos hipócritas. Y su hipocresía consiste en intentar reducir el deseo moral de lo general, o de las mayorías, a juicios denostadores en su contra en los que la acción enjuiciadora del gobernante quiere demostrar, por medio de su solo juicio, su propia moralidad y la de la revolución que encarna. Y, sobre todo, consiste en no confesar que la revolución no puede realizar ninguna acción, ningún cambio significativo, que no sea sinónimo de violencia, destrucción y muerte del libre albedrío. Y esto último es precisamente lo que no queremos para Chile.
Evolucionar para terminar con muchos de nuestros problemas sociales e inequidades nunca puede confundirse con el exterminio de la libertad.
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