¿Por qué fracasó GOT?

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El final de Game of Thrones parece haber dejado a casi todos sus seguidores desilusionados. No solo por la ejecución del guión -marcada por un frenesí de brocha gorda-, sino también por su contenido. ¿De qué se trataba, al final, este cuento que nos cautivó a lo largo de una década? Las lecciones de la última temporada son muy desencantadas. La idea de "romper la rueda" del juego del poder se revela, finalmente, absurda. El sueño de Daenerys solo puede llevar a la tiranía, no por razones genéticas, sino porque el camino hacia la utopía, por un lado, está lleno de cadáveres, y, por otro, recorre una trayectoria circular. No hay ni habrá un mundo pospolítico en este mundo. La única esperanza es el mal menor. Y el mal menor no necesita héroes: Jon Snow-Targaryen, luego de salvar a todos, parte al exilio, al igual que Arya. El tablero, normalizado, vuelve a quedar bajo el control de los macuqueros y sus "relatos". Se renueva parte del personal de cocina, pero se sigue cocinando. Nada más decidor que la escena en que el consejo del Rey debate sobre si hay que reconstruir primero la flota real o los burdeles.

Bran, el "cuervo de tres ojos" y nuevo Rey de los ahora 6 reinos, vive, tal como advirtió alguna vez, principalmente en el pasado. Eso le entrega cierta sabiduría, pero no una fórmula para evitar que las cosas salgan mal. La prospección del futuro queda en manos de Tyrion Lannister, que es un político nato. Es una dupla gubernamental harto más noble que las anteriores, principalmente porque ambos conocen y le tienen respeto al poder y sus efectos -razón por la cual el Rey pasa a ser electo por los nobles-, pero eso es todo. El norte, en tanto, vuelve a ser independiente "como lo fue antes". No hay programas salvíficos: todo es reconstructivo. Es el viejo orden, pero con "rostro humano". Reforma, no revolución.

¿Por qué la frustración? Es sintomático de una época muy perdida que esperáramos que una serie de televisión nos entregara un horizonte político. Es claro que hay una importante sensación de agobio, pero también que no vemos salidas creíbles. La impotencia final de la serie es la propia impotencia de nuestra época. Por eso nos frustra tanto. Por eso las quejas de Zizek. Ningún otro final, por otro lado, nos habría resultado creíble: ni la dictadura benevolente, ni un Rey ingenuo y bondadoso. El siglo XX nos vacunó respecto a la utopía, pero hoy sufrimos en el "desierto de lo real". La ilusión noventera, el apogeo del imperio estadounidense, va quedando atrás. Nuestras baterías culturales están menguando, y se está poniendo oscuro.

¿Por qué ha fracasado el liberalismo?, de Patrick Deneen, es un libro que bien podría llamarse "¿Por qué fracasó el imperio estadounidense?". Su lectura, y la próxima presencia del autor en Chile, son una gran oportunidad para reflexionar públicamente sobre nuestros sueños de desarrollo. Sobre esa imagen dorada que perseguimos durante treinta años con enormes sacrificios, y que hoy aparece aplastada por una avalancha de agotamiento y desilusión. Un buen primer paso para comenzar a conversar en serio sobre nuestro difuso pero indudable malestar, en vez de esperar que alguna serie de televisión nos rescate.

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