
Sacudir el miedo

Sucedió lo que se venía venir: con el triunfo de la candidata comunista en la coalición oficialista ascendieron en forma simétrica las posibilidades de José Antonio Kast. El país moderado, de centro -como lo describe Leonidas Montes- ha visto caer a una de las opciones moderadas y debilitarse a la otra.
El centro se sigue desplomando, ahora desde sus bordes, y parece poco probable que entre las 500 candidaturas inscritas como independientes aparezca una que, en un golpe mágico, capitalice en masa a ese electorado perdido. Hay poco tiempo, poca sustentación intelectual y poco ánimo social. El centro ha muerto hasta nuevo aviso.
Lo único realmente distintivo del triunfo de Jeannette Jara en el gobiernismo es su magnitud, incongruente con todos los datos duros -militantes, electores, elegidos- que favorecían muy ampliamente al Socialismo Democrático. Carolina Tohá puede haber quedado en un vacío conformado por los exconcertacionistas decepcionados con su apoyo al actual gobierno y los anticoncertacionistas desconfiados de su filiación (como lo demostró el solo hecho, de inadvertida incongruencia, de que el Frente Amplio presentara un candidato en lugar de apoyar a la principal funcionaria de Boric).
Sin embargo, que fuese víctima de semejante fenómeno aún no explica la anchura del resultado. La desagregación de votos sugiere, más bien, que el Socialismo Democrático, y en especial el Partido Socialista, el mayor, no se movió: apenas movilizó a 3,6 votantes por cada militante. El Partido Comunista movilizó a 15.
Pero para ganar las elecciones de noviembre tendría que movilizar a 10 veces más. La intuición parece decirle a Jeannette Jara que para pensar en eso tiene que desvestirse del ropaje comunista, un gesto sin contenido propio, que hasta podría dañarla si la gente considera que comparte el oportunismo de otros políticos. Para salir de la mímica cosmética se necesitaría de algo más profundo.
La candidata Jara está ante una disyuntiva que ninguno de sus antecesores, de Neruda a Jadue, tuvo nunca. Una opción es seguir la estrategia ya recorrida por otros comunistas latinoamericanos, como Chávez y Ortega, que consiste en usar los mecanismos democráticos para alcanzar el poder y luego desmontar desde dentro las instituciones democráticas. Ernesto Ottone llama a esto la concepción de la democracia como táctica, en la que el PC chileno tiene un historial largo, aunque fallido.
La otra ruta es cambiar al partido. Un trabajo hercúleo, aunque no del todo imposible. Desde el domingo, y hasta noviembre, nadie tiene más poder que Jara en el PC. La dirigencia histórica, que hubiese preferido como candidata a Michelle Bachelet, porque estima que la acumulación de fuerzas es aún insuficiente, ha quedado fuera del esquema creado por las primarias. Si Jara decide que el PC es ahora “socialdemócrata”, como lo insinuó en la campaña, no hay quién se le pueda oponer, salvo con el propósito anarquizante de quebrar al partido.
Por supuesto, se trataría de un giro histórico, un “latinocomunismo” equivalente al eurocomunismo de los 80, y por la misma razón son muy pocos los que lo creen posible. La renuncia al PC sugiere que está escogiendo lo primero, que sólo se está desprendiendo de un lazo formal mientras el control sigue en el partido -la democracia táctica. Si fuese la segunda opción, no sólo no renunciaría, sino que tomaría el control del aparato y encabezaría sus decisiones.
De momento, Jara despierta entre sus adversarios -dentro y fuera del gobierno- una desconfianza profunda, que no se sostiene en el mote simplón del “anticomunismo”, sino en la trágica experiencia de los gobiernos comunistas en el mundo, desde la Unión Soviética hasta Cuba, desde China hasta Corea del Norte. No es invento, no es un mensaje de Trump.
De allí que en la oposición la primera tentación sea subir las apuestas e inclinarse por una opción más dura y resuelta que la de Chile Vamos, como es Kast. Igual que Jara, Kast suscita los peores temores en el mundo de sus adversarios, que lo han clasificado en la “ultraderecha” hasta que esa misma palabra empieza a perder tracción, o se traslada a otras figuras. Kast ha sido relativamente exitoso en liberarse de la idea de “miedo” que aparecía asociada a su figura.
Pero si el miedo se convierte en un motor de las elecciones, el miedo a Kast será simétrico con el miedo a Jara. ¿Puede quebrar ese eje Evelyn Matthei? Aún no se sabe. Pero ninguno de los dos tiene tiempo para ensayar. Sus destinos probablemente estarán sellados en primera vuelta, aunque -atención- aun no se puede descartar matemáticamente que pasen ambos a segunda vuelta. La baja participación en las primarias, un magro 8,9% del padrón total, ha sido una luz de advertencia acerca de esa posibilidad. A la inversa, la resonancia que tuvieron estas elecciones parece un indicio de que al final se enfrentarán la derecha con la izquierda.
Esa es la fórmula completa de la polarización. A algunos sociólogos les gusta decir que lo que está polarizado son las élites, mientras que la gente conserva su moderación. Sin embargo, no son las élites las que han producido el resultado del domingo, ni las que decidirán quién conquista la presidencia en noviembre o diciembre.
Tal como se van perfilando las candidaturas, las élites serán derrotadas, como por lo demás desean tanto Jara como Kast.
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