Sobre la oposición

31 de octubre del 2019/SANTIAGO Los presidentes de partido de oposición, llegan a la Moneda, para reunirse con el Ministro del Interior. De izquierda a derecha: Carlos Maldonado, el presidente del Partido Radical, Alvaro Elizalde, el presidente del Partido Socialista, Fuad Chain, el presidente de la Democracia Cristiana, Heraldo Munoz, El presidente del Partido por la Democracia, FOTO: SEBASTIAN BELTRAN GAETE/AGENCIAUNO


Por Fernando Atria, presidente del partido Fuerza Común (en formación)

La situación en la que se encuentra hoy la oposición se ha convertido en uno de los temas de conversación ineludibles. Frente a un gobierno que vio en la pandemia la posibilidad de recuperar la iniciativa política que desde el 18 de octubre había perdido, la oposición no encuentra la manera de hacer oposición efectiva. Hay en esto cierta ironía. Un par de días antes de la debacle en la elección de la mesa de la Cámara de Diputados, toda la oposición había sido capaz de firmar un acuerdo común proponiendo un conjunto de medidas para enfrentar la crisis económica que seguirá a la emergencia sanitaria, incluyendo una renta básica de emergencia, la adquisición por el Estado de las grandes empresas que deban ser rescatadas y otras medidas. Este acuerdo mostraba capacidad de acercar posiciones. Poco después, sin embargo, quedaría en evidencia que a pesar de eso la oposición carecía de la capacidad de actuar en concierto.

Que la oposición pueda llegar a acuerdos sobre medidas a ser promovidas y que sea incapaz de actuar en concierto para realizarlas nos da una pista respecto del problema que enfrenta. Es una manifestación más de la misma crisis de legitimidad que ha estado desarrollándose al menos durante los últimos 10 años y que está en la causa de lo que ahora la prensa llama el “estallido social”. Es que se trata de una oposición que tiene una vida puramente parlamentaria o, lo que es lo mismo, que no tiene existencia en la sociedad. Esto muestra la profundidad de la crisis que se manifestó el 18 de octubre: es que la política institucional no tiene hoy prácticamente ningún punto de contacto con la sociedad. Por eso la observación, reiterada una y otra vez, de que la política (“los políticos”) “no entiende” a la sociedad, que usa criterios de relevancia alejados de los criterios ciudadanos, etc.

Lo que Chile necesita es una política que exista socialmente. Mientras esto no ocurra, mientras no tengamos una política socialmente validada, no tendremos formas institucionales legitimadas y por consiguientes capaces de actuar con eficacia.

Eso es lo que debería ocurrir a propósito del proceso constituyente: su desarrollo verá el surgimiento de nuevos actores políticos (tal como ya ocurrió después de 2011) y el declive de actores tradicionales. Cuando esta declinación sea un hecho evidente volveremos la vista atrás y entenderemos por qué durante la crisis social más relevante de los últimos 30 años y luego durante la emergencia sanitaria más grande que Chile ha enfrentado en su historia, Chile no tuvo oposición.

Este proceso de emergencia y declive de fuerzas políticas fijará el mapa político de las décadas siguientes, como ha ocurrido en el pasado (la última vez que ocurrió fue en el proceso que llevó al plebiscito de 1988). Eso muestra la importancia del proceso constituyente y, por cierto, la falta de seriedad de un Presidente que no encuentra nada mejor que hacer que “especular” sobre el mismo.

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