Sanar la República



La estrategia sanitaria y económica del gobierno para hacer frente al Covid-19 ha sido prudente y oportuna, al menos en relación a los pares de la región. Así lo destacan estudios comparativos disponibles, centrados en la intensidad de las medidas aplicadas (según las recomendaciones de la OMS) y del gasto (relativo al PIB). Al igual que con la reconstrucción posterremoto y el rescate de los mineros, queda claro que la capacidad del Presidente Piñera para ejecutar y administrar consensos es infinitamente superior a su capacidad para gobernar desacuerdos: en pocas semanas una administración desfalleciente ha logrado recuperar su montura.

Las comunicaciones, eso sí, siguen siendo el flanco más débil de La Moneda. Un ambiente de desconfianza generalizada y un sistema de la opinión pública dominado por sabelotodos y generales postreros de Twitter demanda un modo pedagógico, conciliador y preciso. Es decir, no hablar mucho, pero hacerlo de manera efectiva. En este ámbito el único que ha logrado dar con el tono ha sido el ministro Briones. El Presidente, en cambio, habla demasiado y muy equívocamente. Y el ministro Mañalich es traicionado a ratos por su impaciencia, que lo lleva a exabruptos y a peleas de perros chicos.

Con todo, el desgobierno va quedando atrás. Y eso es una muy buena noticia para la República. El reto es proyectar en el tiempo esa gobernabilidad. Las cosas, en el ámbito sanitario y económico, empeorarán antes de mejorar. Pero mejorarán. Y es necesario evitar que ese proceso vaya acompañado de una degradación proporcional de la convivencia política. Esto requiere un desafío, un horizonte común más allá de la crisis.

Las opciones para una causa común son varias, pero algunas se perfilan mejores. Tal es el caso de la salud: la pandemia global (que puede ser la primera de muchas de la misma envergadura) pone en relieve nuestra comunidad e interdependencia biológica. Y, al mismo tiempo, la infamia de las Isapres -que decidieron subir igual el valor de sus planes en medio de un descalabro que está dejando a miles de personas sin empleo- nos provee de un villano tan real como indefendible. Una declaración de inmoralidad de ese calado no debería ser perdonada.

Avanzar con decisión hacia un seguro de salud general sobre el que cada cual pueda añadir seguros complementarios, tal como muchas personas de distintos sectores han propuesto, es algo que parece justo y necesario. Es un reconocimiento de que todos los habitantes de Chile, en lo que toca a la salud fundamental, estamos en el mismo barco. Y no constituye un proyecto ideológicamente sesgado: puede integrar de manera pragmática y racional a empresas, Estado y sociedad civil.

Por otro lado, tal proyecto le quita un peso moral e intelectual de encima a la gente de derecha, librándolos de sentirse obligados a defender el sistema de Isapres apelando a la libertad de competencia y de empresa, sabiendo que no es -y nunca fue- nada de eso. Esto sirve, además, para aclarar la cabeza de cara al debate constitucional.

Por último, tal reforma nos permitiría también conversar sobre la organización, futuro y sentido de la profesión médica, redondeando así un ejercicio terapéutico a todo nivel: físico, político y espiritual.

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