Un buen paraguas



Por Rolf Lüders, economista

Este fin de semana elegiremos a los miembros de la Convención Constituyente. Será una de las elecciones más trascendentes en nuestra historia republicana y se hará bajo condiciones extraordinarias. Por un lado, están los efectos de la pandemia Covid-19 y de su contención, que nos azotan igual que a gran parte del resto del mundo. Y por el otro lado, estamos en medio de una crisis de representatividad de las democracias liberales, incluyendo por cierto a la nuestra, que ha generado un ambiente de polarización que dificulta los entendimientos. Construir bajo estas condiciones un paraguas institucional que incluya a una gran mayoría de las preferencias ciudadanas no será tarea fácil, pero es posible y dependerá del voto de cada uno de nosotros.

Parto de la base que los chilenos deseamos que en el país siga rigiendo una democracia representativa, en oposición a, por ejemplo, un régimen totalitario o anarquista. Esto a pesar de los defectos de la primera y porque valoramos por sobre todo la libertad y el orden.

Estando de acuerdo en el anterior gran titular y sin entrar a definir políticas públicas específicas, la nueva Constitución debe establecer el marco general dentro del cual se formulen dichas normas. En último término, esto dependerá del rol que le deseemos asignar al Estado.

Al respecto, por un lado en Chile están aquellos, progresistas o paternalistas, que tienen una fe ilimitada en que, dándole al gobierno la suficiente autoridad y los recursos correspondientes, junto con un aparato burocrático capaz, se puede alcanzar la así denominada justicia social, corrigiendo todos los problemas habidos y por haber. Tienen una cierta arrogancia en que creen que saben qué es lo que nos deben hacer a nosotros, los ciudadanos, en nombre de hacerlo para nosotros (Ebling, 2021). Tienden también a subestimar las fallas del Estado, es decir, sus evidentes ineficiencias.

Por el otro lado, están aquellos que desean que se minimice el rol del Estado en la sociedad, para así maximizar las libertades individuales. Lo hacen porque tienen conciencia de esa compensación y que en democracia hay que limitar significativamente el poder del Estado para evitar que se produzca una dictadura de la mayoría, que puede llegar a ser -como por ejemplo en los socialismos del Siglo XXI- tiránica.

El desafío es entonces escribir una Constitución que permita la convivencia pacífica y fructífera de ambos tipos de ciudadanos y que sean las políticas públicas las que hagan carne en forma eficiente las preferencias ciudadanas coyunturales. Los objetivos anteriores apuntan hacia una nueva Constitución minimalista, al menos en materias económico-sociales, y un sistema electoral que incentive los acuerdos, en vez de, como sucede actualmente, la fragmentación partidaria y el populismo.

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