
Una fiesta entre lápidas: ¿El funeral de la democracia?

El cementerio Parque El Manantial de Maipú se convirtió, días atrás, en el escenario de una fiesta improvisada. Parrillas entre las tumbas, música a todo volumen, bailes entre las lápidas. Una irreverencia agresiva.
El martes, la estación intermodal de La Cisterna se transformó en un campo de batalla. Un operativo para retirar a los vendedores informales generó una violenta reacción de “mafias organizadas” que operan en la estación, alterando gravemente el servicio y la seguridad de los pasajeros.
El comercio ilegal se ha expandido desde el corazón de Santiago. Ahora ofrece almuerzos, café e incluso alcohol (por supuesto, sin control sanitario ni impuestos) y desborda las veredas, ocupando los espacios públicos de manera descontrolada, afectando el orden y la seguridad.
¿Podemos ignorar que estos hechos, aparentemente desconectados, son síntomas de un mismo fenómeno?
William Golding, en El Señor de las Moscas, explora la delgada línea que separa la civilización de la barbarie. El abandono progresivo de las normas permite, en la obra, que los instintos primitivos tomen el control. Lo que comienza como un conjunto de pequeñas transgresiones termina en un deslizamiento hacia el caos.
De manera similar, las incivilidades, de las que cotidianamente somos testigos, tienen efectos acumulativos. Su repetición erosiona gradualmente el respeto por las normas, la cohesión social y la legitimidad de las instituciones, debilitando los cimientos de la convivencia organizada y transitando hacia el delito.
Todo esto es el resultado de una interacción compleja de factores económicos, sociales e institucionales que se entrelazan y se alimentan mutuamente. Sin embargo, dentro de esa evidente complejidad, la izquierda en Chile, al justificar la violencia, relativizar las normas y socavar la autoridad, ha contribuido con fuerza a los fenómenos que hoy nos alarman. La cultura de impunidad, donde las transgresiones se normalizaron y la responsabilidad y el deber se diluyeron, junto con la deslegitimación de las instituciones y la trivialización de la ley, ha desempeñado un papel crucial.
No nos sorprendamos, entonces, por la reciente caída en la preferencia por la democracia, revelada por la encuesta CEP, ni por el elevado porcentaje (80%) de personas que considera que la obediencia y el respeto por la autoridad son los valores más importantes que los niños deben aprender, como muestra la misma encuesta, destacando el gran sentido común ciudadano. La fiesta en el cementerio, los disturbios en la estación de La Cisterna y la expansión descontrolada del comercio ilegal en Santiago hablan por sí mismos.
En este contexto la derecha puede sentirse afortunada, pues los vientos parecen soplar a su favor. Sin embargo, como las sirenas en la Odisea, la tentación está a la vuelta de la esquina: abrir la puerta a soluciones rápidas y estridentes que, en lugar de enfrentar las raíces profundas de los problemas, solo busquen calmar la inquietud del momento. El orden, la legalidad y el Estado de derecho son fundamentales ,y por cierto, hay ocasiones que requieren respuestas firmes, priorizaciones y declaraciones claras. Sin embargo, no debemos olvidar que las soluciones sostenibles no se construyen sobre la inmediatez (la educación ciudadana es un dramático ejemplo). Las declaraciones de sumisión, subyugación y rendición producen efecto, pero luego, ¿qué queda?
Por María José Naudon, abogada
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