
Una nueva infraestructura de las relaciones

Por Claudia Bobadilla, fundadora de Puente Social
Ciertamente, el despliegue de infraestructuras, física y digital, han sido y seguirán siendo relevantes para nuestro país. La física jugará un rol muy importante en la reactivación económica, y la digital es indispensable para que todos tengan la posibilidad de ser parte del nuevo mundo al que hemos entrado.
Sin embargo, hay otra infraestructura a la que no hemos puesto atención, y sin la cual no solo la física y la digital tambalean; más grave aún, el proyecto de una sociedad de la cual todos nos sintamos parte, se debilita y corre el riesgo de seguir fracturándose.
Me refiero a la infraestructura de las relaciones, aquel diseño y tejido social que sustenta la cohesión y la paz. Es imperativo que pongamos atención, reflexión, escucha y luego acción, para diseñar esta nueva arquitectura que ponga en su centro la dignidad de las personas como eje articulador del cambio cultural.
Tenemos evidencia suficiente de la precariedad de la trama social que hemos construido. Niveles de confianza que bajan sistemáticamente, movilizaciones sociales como la del 18/10, la crisis sanitaria que devela brutalmente la fragilidad de algunos sectores, los niveles de desigualdad, la desconexión estructural, social y geográfica en que vivimos, el desacople entre la mirada macro y la realidad de las mayorías, que nos impide comprender y sentir como propia la dolorosa realidad de millones mujeres y hombres. Vivimos con una comprensión parcial de la complejidad social y tomamos decisiones que no resuenan con lo que la ciudadanía espera de nosotros.
¿Por dónde partimos? En primer lugar, declarando como prioridad el diseño, desarrollo y permanente inversión en una infraestructura de relaciones basada en un marco ético, de respeto a la dignidad de la persona y el medio ambiente, horizontal e inclusiva, tanto en visiones como en saberes.
Lo anterior requiere de nuevas prácticas desde las organizaciones públicas y privadas, partiendo por conocer la vida de la mayoría de nuestro país desde su realidad territorial, sin filtro, y escuchar desde una mirada amplia, abierta, genuina, horizontal, no confrontacional ni transaccional.
Antes de proponer nuestras ideas, tenemos que escuchar y abrirnos a considerar que nuestras propuestas, no obstante su robustez técnica, no son las únicas opciones válidas de desarrollo. Recién ahí podremos iniciar un diálogo.
Requiere también sumar al conocimiento experto, la experiencia que abunda en las comunas, en sus líderes sociales y actores municipales. ¿Quiénes si no, saben mejor de sus necesidades y prioridades que quienes las padecen?
Todo lo anterior requiere humildad, apertura de corazón y vencer el miedo a encontrarnos desnudos de argumentos, que son nuestras defensas, frente a lo que no conocemos.
Si no conocemos y no escuchamos, no vamos a entender, y seguiremos caminando en la oscuridad, parapetados en nuestras convicciones y eliminando peligrosamente la posibilidad de construir un proyecto de sociedad que permita a cada uno desarrollar su proyecto personal y el colectivo en paz y libertad.
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