Cómo la pandemia puso en riesgo las carreras profesionales de algunas madres




A mediados de marzo, cuando se decretaron las primeras medidas de distanciamiento social, Melissa Parra (41) y su marido conversaron la necesidad de establecer ciertas normas, porque, de lo contrario, los meses de confinamiento con tres hijos chicos –el mayor de 12 años– se volverían un desafío difícil de afrontar. El mismo 19 de marzo, tres días después de que empezaran a teletrabajar, acordaron horarios y espacios de la casa que destinarían únicamente al trabajo remunerado, para así poder conciliar de manera más armónica la vida laboral y familiar.

Los tres días previos a esa resolución los dos trabajaron en el comedor para poder estar cerca de los niños. Ella preparaba el almuerzo a eso de las 13:00 mientras él seguía trabajando, y entre los dos levantaban la mesa y lavaban los platos. A las 14:30 volvían a sentarse frente al computador. Y a las 18:00, entre gritos, llantos y juguetes desparramados en el piso, cerraban el día laboral. Después tocaba ordenar, lavar, preparar la comida, jugar con los niños, hablar sobre sus emociones –parte de las sugerencias que habían recibido de los profesores de sus hijos–, revisar las tareas, leerles un cuento y, finalmente, sentarse en el sillón y pasar un rato juntos para decantar el día.

Esta ‘nueva cotidianidad’ suponía ajustar sus rutinas y el nivel de distracciones estaba dificultando el rendimiento en el trabajo. Y por eso decidieron que él trabajaría en uno de los dormitorios a puerta cerrada. Ella, en cambio, seguiría en el comedor para poder estar al tanto de los niños. La decisión fue tomada en base a los sueldos de ambos: de tener que perder un trabajo, pensaron, sería un poco menos grave que lo perdiera ella.

Esa misma semana, Alejandra Rodríguez (37), madre soltera de dos hijos, tuvo que renegociar su jornada laboral. Sus hijos estarían en la casa durante meses, ella no cuenta con ayuda y su madre pertenece a la población que está mayormente en riesgo frente al Covid-19, por lo que la única alternativa viable era trabajar menos horas. “Tuve suerte de que mi empleador aceptara reducir mi jornada. Pero no puede ser esa la única vía y no podemos considerarnos afortunadas por poder llegar a un acuerdo que de igual manera nos perjudica; trabajar más, en menos tiempo, y retroceder en nuestras carreras profesionales”, dice.

Alejandra y Melissa no son las únicas. Y esta disyuntiva a la que se enfrentan, que las obliga a tener que hacer malabares y reacomodar sus horarios para poder congeniar la vida laboral y doméstica, no es nueva. Solamente se ha agudizado –y se ha vuelto más visible– durante los meses de confinamiento, en los que los colegios y guarderías han estado inactivos y los abuelos o cuidadores secundarios no han podido salir de sus casas.

Así lo demuestran los resultados preliminares del estudio Covid-19 and the Gender Gap in Work Hours, publicado recientemente en el medio especializado Gender, Work & Organization, en el que se da cuenta de que en parejas heterosexuales con hijos menores de 13 años, en las que ambos tienen un trabajo de condiciones similares, son las madres las que han tenido que reducir sus jornadas laborales cuatro a cinco veces más que los padres, aumentando así de un 20% a un 50% la brecha de género en la cantidad de horas dedicadas al trabajo remunerado.

Y es que el trabajo, como explica la directora de Estudios de ComunidadMujer, Paula Poblete, es una moneda de doble cara, y la trayectoria laboral de hombres y mujeres no puede entenderse sin abordar los dos tipos de trabajo: el remunerado y el no remunerado. “Los hombres pueden tener un desarrollo laboral exitoso con mayor facilidad, avanzar en sus carreras, aceptar desafíos, capacitarse en nuevas habilidades y ascender, precisamente porque suelen desentenderse del trabajo doméstico y no remunerado”, explica. “En el caso de las mujeres, su desenvolvimiento en el espacio laboral es más difícil dada la falta de un sistema nacional de cuidados y sobre todo la falta de corresponsabilidad parental”.

En Latinoamérica, solo Uruguay cuenta con un sistema nacional que reconoce que el cuidado es tanto un derecho como una función social garantizada, lo que facilita que se genere un modelo de responsabilidad compartida entre familias, Estado, comunidad y mercado. Mientras que en Chile, si bien en el segundo gobierno de Michelle Bachelet el Ministerio de Desarrollo Social impulsó el programa Chile Cuida, que forma parte del Sistema de Protección Social del Estado y por el cual se busca acompañar y apoyar a las personas en situación de dependencia y sus cuidadoras, no existe una ley que establezca que el cuidado es un derecho que se adquiere desde que nacemos hasta que morimos.

Según la encuesta Casen realizada en 2017, un 19,4% de las mujeres chilenas mayores de 15 años se encuentra fuera de la fuerza de trabajo por razones de cuidado o quehaceres domésticos. Y según la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres tienen a su cargo 76,2% de todas las horas del trabajo de cuidado no remunerado, y son ellas quienes tienen doble o triple jornada laboral, situación que solo se ha acentuado con las medidas de confinamiento. Lo que se está viendo en la pandemia, según explica Poblete, es la agudización de la crisis de los cuidados. “La pandemia vino a evidenciar la injusta sobrecarga de trabajo que tienen las mujeres en su día a día, que es una suma del remunerado y el no remunerado. Las empresas que han tratado de facilitarles la vida a sus empleadas les dan ciertas facilidades para poder teletrabajar y cuidar al mismo tiempo, y flexibilidad horaria”, explica. “El problema es que esto parece una buena idea, pero cuando este tipo de flexibilidades se otorgan exclusivamente a las madres y no a los padres se refuerza la idea de que las que tienen que combinar y conciliar la vida laboral y familiar son ellas”.

Como explica la especialista, en Chile aún no hay cifras que den cuenta de cómo se han visto interrumpidas –o cómo han retrocedido– las carreras laborales de las madres, pero los testimonios recopilados por ComunidadMujer durante los meses de encierro develan que son ellas quienes han tenido que adecuar sus jornadas laborales y quienes se han visto mayormente interrumpidas durante el día. “Lo que hemos visto es que los hombres se encierran en algún espacio y trabajan bastante más tranquilos, mientras que las mujeres se quedan compartiendo el espacio con los hijos. Están sobrecargadas porque suman horas de trabajo no remunerado, lo que a la larga tiene un impacto en sus carreras. Hay que darles facilidades a los hombres para que ellos también tengan que ver mermado su día laboral; no pueden estar trabajando como si no pasara nada”.

Como explica la psicóloga y vicepresidenta de Corporación Humanas, Victoria Hurtado, para aquellas madres que se han dedicado al trabajo no remunerado estos meses han implicado un aumento en la carga por la permanencia del conjunto de los integrantes de la familia al interior del hogar. Y aquellas que han tenido que incorporarse al teletrabajo han debido responder a las labores que se realizan al interior del hogar teniendo además que cumplir los objetivos de sus trabajos remunerados. Por otro lado, en las mujeres recae la contención emocional de la familia entera y eso, como explica la especialista, no es cuantificable.

Como plantea Hurtado, en estos meses las mujeres han estado combinando por períodos parciales de tiempo el trabajo remunerado y el doméstico, y eso ocurre porque no existe una conciencia en el conjunto de la sociedad que establezca que es tarea de todos y todas. Y efectivamente, dentro de eso está también la contención emocional. “En Chile, por la socialización que tenemos y dado que no existe una corresponsabilidad parental, las madres asumen gran parte de la crianza de los hijos, y cuando tienes prácticamente solo a tu madre presente, tu referente de cuidado va a ser ella. Pero esto es algo que perfectamente podría cambiar; cuando hay un padre presente, que asume su responsabilidad y entiende su rol no como proveedor sino que como alguien que cría, también puede ser él un barómetro emocional en la familia. También puede contener y estar ahí en el día a día”, explica Paula Poblete.

¿Qué pasa después de la pandemia?

Según el estudio Covid-19 en la vida de las mujeres, realizado por la Organización de los Estados Americanos y la Comisión Interamericana de Mujeres, la mayor carga laboral impacta negativamente en sus trabajos remunerados y estados de salud, sobre todo en ausencia de sistemas de cuidados institucionalizados. Para respaldar esto, el estudio recurre a situaciones anteriores de crisis: “El Ébola demostró que las cuarentenas reducen las actividades económicas de las mujeres, y su capacidad de resiliencia cuando se levantan las medidas preventivas es mucho menor”. Así también lo explica Victoria Hurtado, quien argumenta que el teletrabajo no es la solución. “Lo que necesitamos es una reestructuración de la sociedad donde los cuidados sean parte de la agenda pública. En la medida en que no se regularice el funcionamiento social, las escuelas y los programas para apoyar el cuidado infantil, no puede pensarse que el trabajo fuera de los hogares va a estar resuelto”, explica.

Por su lado, Poblete señala que va a haber un momento en el que las familias van a tener que tomar la decisión respecto a quién vuelve al lugar de trabajo. “Como nuestra crianza sigue estando muy estereotipada y son las mujeres las que suelen dedicarse a los niños –lo que influye en una brecha salarial cercana al 30%– lo más probable es que sean ellas quienes se queden en la casa, únicamente porque van a terminar escogiendo en base al sueldo”. Si la mamá tiene un hijo menor de 6 años podría acogerse a la Ley de Protección del Empleo y optar por el seguro de cesantía. “Pero la tasa de reemplazo va cayendo hasta quedar en un tercio del salario, entonces es muy delicado cómo se afecta el presupuesto familiar”. Y para las que no, la única alternativa pareciera ser la renuncia.

Según un estudio reciente realizado por Corporación Humanas, un 94,8% de las mujeres dice poder trabajar aunque tengan familia. Desde las mujeres, como explica Hurtado, siempre ha existido la disposición para incorporarse al mercado laboral. Pero ¿cómo se responde a lo laboral y a lo que requiere el conjunto de la familia si hasta ahora eso recae en la mujer? “Tener hijos es una función social, por lo tanto la solución no es pedir licencias médicas o confinar a las mujeres en la casa, hay que pensar una solución permanente como país”, termina Hurtado.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.