Decir que no




¿Cuántas veces al día decimos que sí, cuando en realidad, en lo profundo, queremos decir que no? ¿Qué pasa que ni siquiera nos detenemos a reflexionarlo y balbuceamos rápidamente una afirmación? Decimos que sí e internamente nos llenamos de rabia o de culpa ¿Por qué lo hice? ¿Por qué no fui capaz de poner límites? Y así podemos entrar en un loop de rumiaciones frente a esta disyuntiva que, probablemente, nadie ha notado.

Culturalmente, hemos sido socializados para agradar. Siempre me llamó la atención la expresión gringa “Hi, nice to meet you” ¿de verdad lo sientes? Pareciera ser que se nos activa un piloto automático que nos impulsa a aceptar aquello que no necesariamente deseamos o necesitamos. Asimismo, tratar de hacer sentir bien a quien nos está proponiendo algo, como una invitación o incluso cuando están intentando vendernos algo. ¿Cuántas veces he dicho “encantada” cuando ni siquiera lo estoy sintiendo?

He hecho el experimento de decir arbitrariamente que no a algunas propuestas y lo primero que ha aparecido es la incredulidad “¿Es una broma que no quieres venir a mi cumpleaños?” La lectura inmediata es un desaire y no una lectura de mostrar un espacio de confianza en el que podemos decir sinceramente lo que necesitamos, lo que no implica no querer al otro.

Cuando decimos que no, nos vemos interpelados a justificar nuestra negativa “Me siento mal” “No tengo con quien dejar a los niños”. Por supuesto, que han de ser “buenas” justificaciones, no como “no tengo ganas”, o “no tengo plata” o “me aburre lo que me estás proponiendo”.

Pero ¿hay alguna dificultad respecto de hacer lo contrario a lo que deseo? Cuando lo hacemos, pero por sobre todo, cuando lo repetimos, vamos creando hábitos, donde vamos dejando de lado nuestras necesidades e incluso olvidándolas, poniendo la de los otros por encima de las propias.

Decir que sí se relaciona directamente con el consentimiento, que si bien sabemos que es un derecho, poco sentimos que podemos aplicar.

He visto esto sobre todo en personas sobre los cuarenta años, que vuelven a tener citas luego de un largo período de tiempo “fuera de las pistas”. He escuchado personas confundidas, pues les resulta muy difícil entender el concepto “no”, pues fueron socializadas en una sociedad donde “no, en el fondo, es un sí” sólo bastaba insistir un poco.

Y ahí hemos experimentado un cambio profundo, pues no era bien visto expresar - sobre todo las mujeres- lo que queríamos para no quedar como “cuáticas” “exageradas” o “colorientas”.

También vemos cómo algunos niños, que para no ser excluidos, dicen que sí a situaciones que vulneran a otros o a sí mismos, para pertenecer.

No es fácil identificar lo que deseamos, además que lo que deseamos no es estático, puede ir variando de un momento a otro, dependiendo de las circunstancias o de con quien estemos.

Hay tantos ejemplos sobre esta forma de comunicarnos que es compleja, aprendida y que requiere especial atención a lo que nos pasa, pero también respecto del vínculo que establecemos con quien nos estamos relacionando.

Decir que no es una forma de establecer límites siendo asertivos, una forma de comunicar qué nos está pasando y de ser claros sobre lo que en ese momento necesitamos.

Hacer el ejercicio no es fácil, pues estamos habituados a ir contra esa naturaleza de “escuchar” nuestras emociones.

Con esto, no quiero decir que siempre debemos seguir lo que deseamos, pues convivimos con otros y de pronto, para las personas que amamos es importante que en algunas ocasiones cedamos a peticiones que pueden no agradarnos del todo. Actos que nos ayudan a que prime la relación por sobre el contenido.

A mis ojos, la clave está en los consensos, en explicitar de manera clara y precisa lo que deseamos a nuestras personas significativas, sin miedo a que esto afecte la relación, más bien creyendo que la puede fortalecer, sincerando lo que necesito, dejando de invisibilizarnos y anular lo que vamos sintiendo.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

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