Dejar ir la fantasía de ser nuestra mejor versión

Emilia Recabarren (33) despertó un sábado de octubre, revisó su agenda y se dio cuenta que tenía todo el día copado con actividades. A las 9 tenía una meditación matutina por Zoom. A las 10:30 una lectura de carta astral. A las 11:30 un audiocurso para perder el miedo a emprender y luego uno para aprender a ejercer liderazgo con propósito. Entre medio tenía anotado que de 13:30 a 14:00 podía almorzar. Solo 30 minutos. Un sábado. ¿Todo esto valdrá la pena?, se preguntó.
Fue ahí cuando se percató que desde que había empezado la pandemia y la habían mandando a su casa con teletrabajo, se había obsesionado con la idea de mejorar todos los aspectos de su vida en los que sentía que estaba en falta, como, por ejemplo, la organización, el manejo del tiempo y la capacidad de liderazgo. A eso, cuando se dio cuenta que de mejorar esos ámbitos estaría haciéndole un favor a su capacidad productiva, decidió sumarle el ámbito espiritual. Si ya iba a agarrar las riendas de su vida y resolver ciertas “carencias”, como ella misma dice, por qué no iba a aprovechar el impulso y dar paso a todo un proceso de superación personal.
En menos de una semana compró cuatro libros de auto ayuda y pidió hora con un coach laboral. Al fin iba a poder ser su mejor versión, pensó. Ese ideal que tanto había desarrollado en su cabeza y que nunca, hasta entonces, había podido alcanzar.
Pero ese sábado en la mañana puso en duda por primera vez desde que empezó este proceso de desarrollo personal si ese afán por ser su mejor versión pasaría alguna vez. Cuando alcanzara su ideal, ¿no encontraría más detalles para reparar? Y si era así, ¿por qué estaba tan obsesionada con dejar atrás la persona que había sido hasta entonces para ser una versión renovada y optimizada? ¿Acaso era posible realmente borrar su pasado y empezar de cero?
En sociedades en las que se nos enseña que nuestro valor como ser humano tiene una relación directa con nuestra capacidad productiva y auto superación –es decir, ir superando cada una de las metas que nosotros mismos nos ponemos–, la idea de mejorar o “arreglar” todo aquello que nos parece negativo es una que ha permeado profundo y que tiene que ver, como explica la candidata PhD en el Departamento de Estudios de Género de London School of Economics, Melissa Chacón, con convertirnos en nuestro propio proyecto. Un proyecto en el que invertimos mucha plata y tiempo.
Se trata, según explica el psicoanalista y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, de una manera de operar que está profundamente enraizada en la modernidad y que tiene que ver con borrar o desechar nuestro pasado y aquello que nos duele, para partir desde el principio. Sea por eventos dolorosos que queremos obviar o porque no estamos satisfechos con nosotros mismos. “Operamos con un ideal del ‘yo’, ya sea por nuestra propia historia, por nuestros deseos o por el deber ser que nos transmitieron nuestros cuidadores primarios. Pensamos que tenemos que estar progresando siempre, como si fuésemos una máquina que hay que ir mejorando”, explica. “Y esto tiene que ver con la lógica del bienestar, de mantenerse sano en cada momento y no renunciar o agotarnos nunca, cosas que son totalmente normales y más aun en un contexto como el que estamos viviendo”.
Y es que, como explica el especialista, es la misma psicología positiva –que abordan conceptos como la resiliencia– que muchas veces da paso a que se generen ciertas fantasías de cómo sería nuestra mejor versión, en óptimas condiciones y sin fallas. “En muchas ocasiones esos ideales nos sirven para cumplir metas y para efectivamente incurrir en un desarrollo personal, pero en otras ocasiones no nos permiten estar satisfechos ni tranquilos con lo que hemos cumplido y con lo que somos. Es como si siempre necesitáramos más”, reflexiona. “De hecho, lo más doloroso que se genera en procesos psicoterapéuticos tiene que ver con la capacidad de aceptar nuestras vulnerabilidades, nuestros miedos y fantasías, y también el hecho de que muchas vivencias que tuvimos no van a cambiar, pero no por eso vamos a ser personas defectuosas”.
Porque, como sugiere Matamala, la historia no se borra, pero lo que sí se puede hacer es cambiar el cómo la acogemos o cómo la repensamos, entendiendo que muchas veces las decisiones que tomamos en el pasado respondieron a esos momentos particulares.
En un artículo reciente publicado en el medio estadounidense Vice, titulado You Don’t Have to Work on Yourself Forever (No tienes que trabajarte toda la vida), la periodista Shayla Love plantea que entre los que son lo suficientemente privilegiados como para poder dedicarle tiempo a la auto superación y el bienestar –porque digámoslo, poder siquiera pensar en hacerlo es un privilegio–, la idea de ser nuestra mejor versión se ha vuelto una parte fundamental de la vida cotidiana. “Desde la optimización de la productividad, hasta el lado más espiritual del desarrollo personal, el deseo de auto mejorarnos ha servido para germinar la actual cultura del bienestar en la que estamos inmersos. Una cultura que nos presiona para abordar de manera contante nuestra salud física en nombre del autocuidado, y para poder pagar los productos y alimentos necesarios para poder hacerlo”.
Y es que, como explica Chacón, detrás de la cultura del bienestar y autocuidado hay toda una industria del wellness, que además coapta y resignifica tendencias de otras culturas, como el yoga y la meditación, con la única finalidad de hacernos consumir más. Pero eso ya lo sabemos. Lo interesante, según explica la especialista, es cómo funciona el discurso emocional alrededor de este fenómeno. “Las emociones positivas tienen un lugar más importante y por eso el objetivo final siempre es la felicidad”, explica. “Ya no decimos que tenemos que ser perfectas, pero sí nuestra mejor versión, y ese discurso está alineado con ser felices”. Como dice la académica británica y feminista Sara Ahmed en su libro The Promise of Happiness: “qué infelices somos las mujeres tratando de ser felices”.
Ahí, como explica Chacón, hay que ver lo que dicta el estereotipo de felicidad, que normalmente varía de acuerdo a la cultura y la época, pero que generalmente sigue estando amarrado a cosas más bien tradicionales, como tener una pareja, formar familia y la autorrealización laboral.
Según Chacón, también hay una mayor aceptación de las emociones negativas, pero la mayoría de las veces la finalidad es la de transformarlas en focos de consumo. “Incluso la salud mental se convierte en otro foco de intersección entre el consumismo y el deseo de superarnos y ser mejores. No niego que puedan haber procesos interesantes y genuinos en medio de todo este sistema, lo que sí creo es que hay que estar alertas y saber que no necesitamos comprar el último aceite esencial o ponernos una polera con un mensaje de auto superación para sentirnos mejor”.
También es necesario entender, como explica Matamala, que sostenemos a los demás y a nosotros mismos en la medida que podemos. “Más que estar en un 100 y obviar lo que nos pasa, habría que incorporarlo. Puede tratarse de pequeñas alertas que nos indican que tenemos que detenernos y escucharnos”.
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