Diarios de vida: un espacio sanador




“Querido diario: Adiós para siempre. La maestra me dijo que los diarios son de niñas y no quiero que me molesten. Te voy a extrañar mucho. Hasta nunca”. Una foto de esta frase escrita en lápiz grafito sobre una hoja cuadriculada y con letra de niño, circuló hace unos días por las redes sociales. Quienes lo subieron, quisieron dar cuenta de las normas de género que nos afectan desde la infancia temprana. Una de ellas, es que los hombres no hablan de sus sentimientos, ni siquiera en la intimidad. Porque básicamente ese es el rol de un diario de vida; la expresión del yo, una forma de conectarse con nuestro interior.

Así lo ve Pamela Ilabaca (39), quien guarda como un tesoro sus diarios de vida de infancia. “Para mí, de niña, era un ejercicio sagrado. Llegar del colegio, almorzar y luego acostarme en la cama a escribir lo que había pasado ese día, pero por sobre todo, lo que había sentido. Era una niña tímida y solo allí, en la intimidad de mi pieza, era capaz de soltar mis emociones y así entenderlas”, cuenta. No recuerda quién le regaló su primer diario, pero sí tiene una imagen grabada en su mente; la primera vez que se acostó en la cama para escribir. “Se me abrió un mundo. Recuerdo que ese día estuve toda la tarde en eso, durante al menos cinco horas. Por primera vez me atrevía a “hablar” de lo que estaba sintiendo, y no me importaba que nadie me escuchara, solo el hecho de soltar lo que tenía en la cabeza, me aliviaba. Hoy que miro hacia atrás, me doy cuenta de que era un ejercicio terapéutico, poder plasmar mis emociones en el papel me ayudaba a aclarar mi mente”.

Si hacemos un poco de historia, apreciamos que el diario de vida es un género que se originó en el Romanticismo, época y movimiento en el cual la emotividad y el interior del ser humano fue tomando un rol protagónico. Por mucho tiempo, los diarios de vida fueron considerados un género menor dentro de la literatura, sin embargo hay en ellos un valor incalculable, no solo por retratar la intimidad de quien los escribe y su contexto histórico, sino que por el compromiso del autor con esa obra. Solo basta con recordar diarios como el de Ana Frank, o los diarios de escritoras como Sylvia Plath, Virginia Woolf o Alejandra Pizarnik; todos estos se convirtieron en grandes referentes del género y de la literatura y nos fueron mostrando rasgos de la personalidad, pensamiento y, muchas veces, sus procesos de producción literaria.

Ernesto Pfeiffer es editor de Ediciones Universidad de Valparaíso y realiza el Taller Diario de vida, de la teoría a la práctica, de Talleres de Bolsillo. Dice que eligió este género literario porque es un espacio muy acorde a estos tiempos de encierro interior, muy acorde a tener un lugar donde se pueda fracasar, donde no exista consciencia de un lector. En un video publicado en redes entrega consejos para partir un diario: buscar un lugar como un cuaderno, una libreta o un computador; luego poner la fecha, que es el único requisito que tiene un diario de vida; y por último lanzarnos a escribir. “Si a alguien le cuesta, puede partir contando sus emociones o lo que hicieron ese día. Porque el diario es, básicamente, un espacio para sincerarse”, dice.

Según la psicóloga Loreto Vega, los efectos terapéuticos de escribir son variados. “Sobre todo luego de vivir una pandemia, varios aspectos de nuestra vida se han replanteado, lo que ha permitido darnos un respiro para estar con nosotros mismos y hacer que a partir de la página en blanco surja lo más profundo de nuestra creatividad. Escribir ayuda a activar la mente; plasmar en un papel lo bueno y lo malo de nuestras vidas es un excelente ejercicio para sanar heridas emocionales y al mismo tiempo nos permite fortalecer nuestra seguridad y conocernos mejor”, dice.

Pero también leer lo que hemos escrito a través de los años reactiva nuestros recuerdos, y nos ayuda a entender hasta dónde hemos llegado. “Hay algo de nostalgia en este ejercicio. Yo cada cierto tiempo leo mis diarios de niña y adolescente y hago un recuento de mi vida, de lo que he aprendido, de cuánto he avanzado”, cuenta Pamela Ilabaca. Dice que los diarios han sido tan importantes en su vida que les enseñó a sus hijos de 7 y 9 años a escribir su propio diario. “Tengo tan latente la sensación de desahogo que me generaba cuando niña el escribir, que quise regalarles esa sensación también a mis hijos. Partimos juntos. Les regalé un cuaderno con un candado para que entendieran que aunque se trata de una actividad familiar, su diario es íntimo y personal. Ese candado es de cierta manera un símbolo de seguridad, la tranquilidad de que nadie va a entrar en ese espacio”, dice. Así Pamela y sus hijos comenzaron a transformar este espacio en un ritual. Cada tarde, antes de dormir se daban un tiempo para conversar y luego para escribir. “Conversamos mucho, de lo que vivieron en el día y siento que eso les abre su corazón para que luego, en la intimidad de cada uno, sean capaces de reflejar sus emociones. No leo sus diarios, solo conversamos de ellos y estoy segura de que para ellos ha sido un espacio sanador. Independientemente de la edad, las personas siempre tenemos algo en nuestro interior, y el diario es un espacio seguro donde expresarlo”.

Y es que para desenredar la madeja de pensamientos que nos inquietan solo necesitamos un lápiz y un papel; son armas eficaces para capturar las ideas que se nos escapan, y que a veces terminan por esfumarse, si no se expresan al instante. Porque –como dice la escritora estadounidense Joan Didion– “nos olvidamos demasiado deprisa de las cosas que creíamos imposibles de olvidar, de los amores y de las traiciones por igual”. Por eso, llevar un recuento de impresiones, emociones y vivencias nos ayuda a mantener una relación cordial con quien uno era en el pasado, y también quien es uno en el presente.

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