Direccionar las preguntas a niños y niñas nos permite obtener mejores respuestas




“Por más que trato de conversar con él o ella y saber qué hace o cómo se siente en el colegio, no me cuenta nada. A todo me responde: ‘bien’, ‘me fue bien’ o ‘lo pasé bien’”. ¿Les suena conocido?

Y es que, como explica la terapeuta y diplomada en Crianza Consciente y Educación Emocional, Paulina Arias V. (@crianzayconsciencia), muchas veces suele pasar que madres y padres nos entrampamos en dinámicas como ésta, que se repiten a diario y los resultados siguen siendo los mismos: creemos que nuestros hijos no nos cuentan nada porque no nos tienen confianza. Pero según la experta, en esto influye la manera en que nos acercamos a los niños y niñas. “Si los adultos queremos tener información más concreta de lo que hacen o sienten los menores, debemos direccionar las preguntas que les hacemos. ¿Qué fue lo que más disfrutaste el día de hoy? ¿Qué emoción sentiste o cuál no sentiste? ¿Qué fue lo que más te gustó y lo que menos te gustó?, son algunos ejemplos”, remarca Paulina. “Cuando la pregunta es muy amplia, no los estamos dirigiendo hacia lo que queremos que nos cuenten. La mayoría de las veces responden ‘bien’, y esa respuesta carece de mucha atención al verdadero sentir que se manifiesta en un día de experiencia en el colegio”, agrega.

Al contrario, cuando direccionamos las preguntas, primero obtenemos las respuestas que necesitamos, pero también conseguimos abrir una conversación más fluida y profunda. “En concreto, conseguimos que la conversación se vuelva más concisa, vamos preguntando en base a lo que queremos saber de ellos o ellas. Es como si fuésemos tejiendo juntos una red que sostiene nuestro vínculo, pues la conversación y la comunicación es la base para establecer relaciones sanas”, añade.

Y al mismo tiempo logramos que perciban nuestro interés genuino en sus cosas; no hacemos una pregunta de rutina o ‘por hacerla’. “Cuando naturalizamos la conversación y el comunicarnos de manera efectiva y afectivamente, sembramos semillas de cambio que sutilmente nos van desbloqueando de patrones y conductas que creíamos que eran buenas”, explica Paulina. Y agrega que las conversaciones dirigidas les ayudan –a los niños y niñas– y nos ayudan –a los padres y madres– a conocer aspectos temperamentales y emocionales que no siempre logramos identificar en una conversación “normal”. Hablar sobre las emociones y sensaciones cotidianas nos ayuda a conectar con aquello que va direccionando la construcción de nuestra autoestima. Mientras más sabemos sobre nuestras emociones y cómo se manifiestan, mejor es la capacidad de expresión”.

Una dinámica importante y necesaria, por ejemplo, para intervenir a tiempo en situaciones de bullying, acoso escolar, malos tratos entre sus pares o adultos a cargo, negligencias, resolución de conflictos, entre otros. “El beneficio o la recompensa final de darnos el tiempo de direccionar las preguntas que les hacemos a nuestras hijas e hijos, es que nos ahorramos un montón de malos entendidos y malas interpretaciones. Cuando hablamos desde el sentir, hablamos desde nuestra verdad. Podemos conocer al otro, entenderlo, aceptarlo, escucharlo, respetarlo. Y cuando logramos esas cuatro cosas, estamos construyendo una relación hermosa con uno mismo y con los demás”, concluye Paulina.

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