Mi eterno oasis de tranquilidad

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A Ariel lo conocí a los 17 años. Él tenía 24 y estaba en la universidad estudiando ingeniería. Yo me juntaba con un grupo de amigos más grandes en la plaza del barrio y un día llegó él. Hicimos contacto visual desde el primer minuto y nos pusimos a conversar. Antes de partir me dijo que lamentaba mucho no tener un papel para anotar mi número de teléfono. En esa época no había celular y las posibilidades de mantener el contacto eran mínimas. Se fue y pensé que no lo volvería a ver. A los pocos días, sin embargo, me mandó su número con un amigo y yo, después de cabecearme durante dos semanas, finalmente lo llamé. Han pasado 24 años y Ariel ha sido una constante en mi vida. Hemos tenido historias paralelas muy importantes, pero yo nunca he dejado de pensar en él. Y ahora, cada vez que nos vemos, siento algo en la guata. Esa sensación es real y perdura en el tiempo. Pese a eso, somos almas libres y cargamos con el peso de nuestras propias vidas. No ha sido nuestro momento aún, pero por mientras nos adoramos y somos, el uno para el otro, un oasis de tranquilidad en medio del caos.

Aquella vez, cuando yo era aun adolescente y decidí llamarlo, empezamos a hablar mucho por teléfono. Un día acordamos ir a una fiesta y nos dimos un punto de encuentro para irnos juntos. Él vivía cerca de donde nos encontramos y me pidió que lo acompañara a buscar una chaqueta a su casa. Cuando bajamos me dio un beso. Todo se dio de manera natural de ahí en adelante. Nunca me pidió pololeo formalmente, pero estuvimos juntos durante un año y medio.

Un año antes, cuando tenía 16, quedé esperando a mi primera hija, Ignacia. Hasta entonces había estado en un colegio tradicional y católico pero cuando quedé embarazada me echaron. Terminé mi enseñanza media en un colegio nocturno y fue en esa época que conocí a Ariel. Nos veíamos casi a escondidas, porque a mis papás no les gustaba que fuese siete años mayor. El hecho de tener una hija también condicionaba un poco mis tiempos. Pero con todas esas dificultades igual nos encantaba vernos.

El día de mi graduación de cuarto medio Ariel decidió terminar la relación. En su minuto me dijo que no podía estar conmigo, que no quería hacerme daño y que tenía otros proyectos. Yo traté de entenderlo pero sufrí profundamente, cual película romántica. A los pocos meses se casó con una chica que estudiaba leyes, de su edad. Supe inmediatamente que esa había sido la razón por la que terminó: había estado jugando a dos bandos y era evidente. Pero hasta el día de hoy nunca lo hemos hablado en profundidad y nunca le he preguntado directamente.

Luego de eso conocí a mi actual ex marido y me casé rápidamente, por despecho. No me avergüenza decirlo porque en esa época estaba profundamente dolida. Fue tal la desilusión amorosa que hice todo sin pensarlo dos veces; me casé y al poco tiempo nos fuimos a vivir a San Fernando. Yo quería desaparecer, y casarme, en ese minuto al menos, me servía de distractor. Dejé de ver a mis amigos y pasé por una etapa muy oscura. El matrimonio en sí también fue sumamente complicado y doloroso y duró aproximadamente seis meses: desde mediados del 2005 hasta enero de 2006. Durante todo ese tiempo siempre pensé: "Cuándo va venir Ariel a buscarme?".

La primera vez que volví a ver Ariel –luego de aquella noche en el 98 cuando me dejó– fue en el 2005, por ahí, cuando ambos seguíamos casados. Nos dimos un punto de encuentro y fue como si hubiese sido una primera cita. Ambos estábamos muy nerviosos. Nunca hablamos de nuestra ruptura y yo me hice la fuerte, como si no me hubiese importado tanto. Nos pusimos al día, hablamos de nuestras vidas y relaciones respectivas. Él ya había tenido hijos y yo, además de Ignacia, tenía tres más. Desde aquel día, independiente de la situación amorosa en la que estemos, siempre predomina un impulso por vernos. Además, siempre nos saludamos de beso en la boca.

Después de aquella vez nos empezamos a comunicar por Messenger, pero solo para saber cómo estábamos. De repente yo le avisaba cuando iba a Santiago y nos juntábamos. Luego, cuando me separé, volví a vivir a la capital. Primero llegué sola y a los pocos meses llegaron mis hijas. Alojé donde una amiga y después arrendé un departamento, y ahí nos juntábamos seguido. Yo me enteraba de su estado civil por amigos, pero nunca le pregunté directamente si estaba o no con alguien o si estaba enamorado. Finalmente él también se separó.

En todos estos años ambos hemos estado en relaciones paralelas muy importantes. Yo pololeé durante 10 años después de separarme de mi ex marido. Ariel estuvo en una relación también, pero por alguna razón nunca pudimos dejar de vernos. En un minuto, mi hija de 22 años se enfermó de cáncer. Y Ariel me acompañó durante todo el proceso. Ha sido agotador emocionalmente y yo he estado, desde entonces, a los tiempos de mi hija. Por eso, las juntas con Ariel han sido intermitentes y a ratos por tiempos cortos. Un almuerzo entre medio de visitas médicas o un café mientras estoy en la clínica. Pero aun así, lo máximo que hemos dejado de vernos, ha sido un mes.

Pese a eso, no estamos del todo juntos. Yo no estoy en condiciones de tener una pareja realmente formal y él, por su lado, es un alma libre, que también ha pasado por crisis muy profundas. Yo necesito tranquilidad y él necesita rearmarse solo, y quizás de ahí podríamos estar juntos. No niego que también hay miedo; a mi me da susto tirarme al agua y que después no nos resulte. Él mismo me ha dicho "y si después me terminas odiando?". Y quizás tenga razón. Es muy lindo lo que tenemos, entonces por qué cambiarlo ahora. De hecho, por el momento es lo ideal. No sé qué será más adelante pero por ahora nos adoramos y no necesitamos más. Por ahora, él es mi vía de escape y un oasis de tranquilidad.

¿Qué esperamos? No lo sé. Hay gente que no lo entiende de hecho. Mis amigas me preguntan por qué no formalizamos si estamos enamorados. Pero yo he aprendido que cuando sea el tiempo de nosotros, va ser. Y no me estreso, porque por algo no lo ha sido hasta ahora. Tratamos de disfrutar los momentos que compartimos y sentimos que, a nuestra manera, está todo bien. Pero después se terminan esos momentos de magia y volvemos a nuestra realidad, a enfocarnos en lo cotidiano. Yo dedicada a mis hijas y él en lo suyo. En definitiva, no hemos estado del todo juntos pero de alguna manera es como si lo hubiésemos estado toda la vida.

Ximena Romero (41) es madre de cuatro y se dedica a sus hijas.

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