Kristoff, un príncipe feminista

Kristoff, de las películas Frozen, no es un príncipe. Pero tampoco lo es Bella de La Bella y la Bestia, así que voy a usar el concepto en su definición más amplia. Quienes no tienen hijos o hijas pre escolares quizás no lo saben, pero Kristoff es un recolector y vendedor de hielo que ve su oficio complicado cuando Elsa, reina de Arandelle, congela todo el reino en pleno verano. Para resolver la situación se une a Ana, hermana de la monarca, y con el tiempo desarrollan una relación amorosa, comprometiéndose al final de la segunda película.
¿Por qué sería Kristoff un príncipe feminista? En primer lugar, es un personaje masculino diametralmente distinto a lo que Disney nos ha presentado. Bestia, aunque termina siendo un millonario guapo, en realidad es un secuestrador, y ni hablemos del príncipe de Blanca Nieves, que llega a despertarla con un beso, la sube a su caballo y se la lleva. El príncipe Eric, favorito de muchas, no es capaz de reconocer a quien según él es el amor de su vida, y se deja engañar fácilmente por una mujer con otro color de pelo, muy distinta, pero con la misma voz.
Cuando Kristoff conoce a Ana, no tiene la mejor impresión de ella. La encuentra inmadura, malcriada y alejada de la realidad. Discuten constantemente, pero de a poco se va construyendo una complicidad, una amistad, y resulta natural que eventualmente se gusten. Es algo que se da con el tiempo, que no es obligado por ninguna de las partes y que en ningún minuto se da por sentado. Kristoff incluso le pide permiso a Ana antes de darle el primer beso.
En la segunda película, vemos a Kristoff muy nervioso, porque quiere pedirle matrimonio a su novia. No sabe cómo hacerlo y busca el momento adecuado. Pero todo se ve complicado por los sucesos de la historia -que no adelantaré- y que hacen que se cuestione si realmente pisa tierra firme en su relación. ¿Ella lo quiere como él la quiere a ella?
Hay un momento, en el clímax de esta película, que me llamó la atención y que confirma mis sospechas sobre el feminismo de Kristoff. Elsa y Ana desaparecen para continuar la aventura solas, dejando a Kristoff solo con su fiel compañero, el alce Sven. Durante ese tiempo, nuestro príncipe se siente solo e inseguro pero no de sus sentimientos, sino que los de su pareja. Canta: “Me perdí / tal vez tu rumbo no es mío”.
Aún así, cuando se vuelven a encontrar, este no le saca en cara su desaparición ni impone sus deseos. Le pregunta: “¿Qué necesitas?“. No le quiere decir qué hacer, no quiere subirla a su caballo y guiarla hacia el infinito, quiere sumarse a su aventura, poniéndose a su disposición, porque entiende que el conflicto por el que está atravesando Ana es más importante que sus inseguridades. Cuando ella le pide perdón por desaparecer, él responde: “Mi amor no es frágil”.
Me encanta que existan personajes como Kristoff. No es perfecto y, como cantan los trolls en la primera película, “necesita reparaciones”, pero es humano. Es un personaje creíble, con quien se puede empatizar y en quien niños y niñas pueden ver un ejemplo, una alternativa de cómo ser y de qué es lo que pueden esperar en sus vidas. Si no tienes hijos y no sabes de qué rayos estoy hablando, date una vuelta por Frozen y sorpréndete, porque así como tocan estas temáticas sin ser evidentes, estas dos películas exploran muchas otras más.
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