La hermosa e inteligente Vilma, de Scooby-Doo




Cuando chica era fanática de la serie de dibujos animados Scooby-Doo y quienes crecimos en los años 80 y 90 entendemos que el fanatismo en ese tiempo implicaba más sacrificios que en esta era de la televisión pagada, Netflix y la posibilidad de ver los programas favoritos a cualquier hora. En ese tiempo –cuestión que mis hijos de 5 y 7 años encuentran increíble– si queríamos ver algún programa, había que esperar que lo dieran y no moverse del televisor porque si lo hacías, te lo perdías. En mi caso, además, implicaba negociar con mi hermano el tiempo que le correspondía a cada uno, porque había solo una tele. Y por Scooby Doo, negocié muchísimo.

Esta serie animada, producida por Hanna-Barbera Productions y exhibida por primera vez en 1969, muestra las aventuras de un grupo de cuatro adolescentes llamados Fred Jones, Daphne Blake, Vilma Dinkley y Shaggy Rogers, junto a un perro parlante de raza gran danés llamado Scooby-Doo. En cada capítulo el grupo viaja a lo largo del mundo en una camioneta llamada La Máquina del Misterio, por la cual se transportan de un lugar a otro resolviendo misterios relacionados con fantasmas y otras fuerzas sobrenaturales. Al final de cada episodio, las fuerzas sobrenaturales siempre tienen una explicación racional: generalmente se trataba de un criminal que espanta a la gente para poder cometer sus crímenes.

Fueron los primeros monos animados que vi que incluían algo de suspenso, y esa sensación de estar todo el capítulo esperando que resolvieran el misterio, me fascinaba. Para qué decir escenas clásicas como cuando apretaban un botón oculto, la pared se daba vuelta y quien se había apoyado entraba en una dimensión secreta. ¡Era mi sueño vivir algo así! Pero creo que a mí, que soy miedosa por naturaleza, la serie me conquistó porque el suspenso se equilibraba con una cuota importante de humor.

Y también por sus personajes. Todos tenían algo particular, pero mi favorita siempre fue Vilma. En una época en que los estereotipos de belleza eran evidentes en películas y series, no sorprende que una de las dos mujeres del grupo, Daphne, fuese curvilínea, rubia y muy preocupada de su ropa; y la otra, Vilma, fuese más bajita, de melena y anteojos. Hace poco leí que como el concepto de que una mujer fuera a la vez bella e inteligente no era muy aceptado en aquel entonces, los realizadores de la serie decidieron separar estas dos características. En el proceso, a Daphne se le dio inteligencia, pero estaba más enfocada en la belleza, y Vilma era bella también, pero se centraba más en su inteligencia.

Al alero del feminismo, esto obviamente suena terrible, pero entendiendo el contexto sociocultural de la época lo puedo pasar por alto y concentrarme en la –para mí– bella e inteligente Vilma. Es la más joven del grupo, siempre anda con un chaleco naranjo, una falda, medias hasta la rodilla y usa anteojos de color negro, los que perdía con facilidad. Sin ellos, según ella misma decía de manera graciosa, “¡No puedo ver nada!”. Por eso, Shaggy solía guardar en uno de sus bolsillos un par extra para Vilma.

Lo que más admiraba de ella era que puede leer y hablar con fluidez todo tipo de idiomas y tiene conocimientos sobre todas las materias: historia, botánica, mecánica, electrónica, paleontología, música. Normalmente era la primera en dudar de los eventos paranormales a los que se enfrentaban y usaba la lógica y la razón para revelar el misterio. Un punto para los creadores, que si bien se cayeron en los estereotipos de belleza, le dieron la inteligencia y la capacidad de resolver a una mujer y no a un hombre, como era la costumbre.

Además de inteligente, era dulce –cuando Scooby estaba demasiado asustado para ayudar con el misterio, Vilma le ofrecía unas Scooby-Galletas para darle valor– y muy fuerte. En algunas escenas es capaz de correr cargando a Shaggy y Scooby en sus brazos, también es capaz de llevar a Daphne y Freddy y otras veces, incluso, puede cargar a los cuatro mientras está corriendo. Lo que claramente es un guiño hacia su poder, porque Vilma, chiquitita y todo, era una gran mujer, que no le temía a nadie. Y aunque confieso que en mis fantasías de niña –insisto, en una época llena de estereotipos– en ocasiones quise ser Daphne y hacer el papel de la doncella indefensa que necesita un rescate, después terminaba siempre pensando en lo mejor era tener la mente de Vilma. Estaba segura de que con eso, no necesitaría nada más en la vida.

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