Lo hago porque no estoy bien: El problema de banalizar la salud mental




El 2020 podría ser considerado, entre muchas otras cosas, como el año de la salud mental. Las autoridades y organizaciones se empezaron a dar cuenta de la importancia de este apartado de la salud pública principalmente porque se trató de un periodo donde el estrés, la ansiedad y la soledad llegaron a las cabezas de demasiadas personas. Pero así como quienes debían hacerlo acusaron recibo, también lo hicieron otros, quienes más allá de ver una necesidad médica y social vieron una oportunidad para hacer crecer sus negocios. Y otros más, desde sus vidas privadas y públicas, lo aprovecharon para justificar sus acciones, muchas de las cuales nunca necesitaron ser justificadas en primer lugar.

Y es que la salud mental se volvió el comodín para justificar esas copas diarias, comidas calificadas como poco saludables, compras no tan necesarias e incluso dormir un poco más y trabajar unas horas menos. Todo sea por la salud mental. “Está bien no estar bien” llenó las redes sociales, casi como lema oficial, especialmente de mamás y papás colapsados, que por salud mental no ordenaban el living luego de que los niños y niñas lo usaran como patio.

Pero lo cierto es que una persona adulta puede tomar más vino de lo habitual, comer papas fritas día por medio y dejar los platos sucios sin pedir disculpas ni dando excusas. Es parte de la vida. Pero ante la culpa y, muchas veces la vergüenza, el comodín de salud mental se convirtió en un salvavidas.

En mayo de 2019 Burger King recibió fuertes críticas al intentar sumarse al mes de la salud mental con promociones relacionadas con las emociones, para dar cuenta que no siempre podemos estar felices. Pero su aporte no iba más allá de una estrategia de marketing. Se podría pensar que esto es bueno. Que mientras más se visibilice la salud mental, más se quitan los estigmas en torno a la atención psicológica y psiquiátrica, o frente a las enfermedades mentales, tanto o más delicadas que las físicas. Pero cuando la respuesta ante una situación de “salud mental” es pedir delivery y ver Bridgerton en Netflix, lo que se hace, más bien, es banalizar un problema que requiere tratamiento profesional.

“La pandemia, con sus confinamientos prolongados, dificultades económicas y distanciamiento social ha demostrado la necesidad de poner a la salud mental dentro de las prioridades en salud de todos los países”, dice la doctora Vania Krauskopf, psiquiatra adulto de Clínica Las Condes. La especialista define salud mental como: “no solo la ausencia de trastornos mentales, sino que un estado de equilibrio y bienestar físico, mental y social que ayuda a determinar nuestra forma de relacionarnos, de enfrentarnos al estrés y de tomar decisiones que contribuyen en forma productiva y satisfactoria a la vida familiar, social y laboral”.

La especialista comparte la mirada positiva de la masificación del concepto de salud mental en los discursos individuales y sociales. “Visibilizarlo abre la posibilidad de mostrar la necesidad y de facilitar el pedir ayuda en forma de oportunidad. También para desestigmatizar los trastornos mentales”, dice y agrega: “Muestra también la importancia de cuidar de nuestra salud mental para prevenir psicopatologías”.

El tema es que hay que entender qué es una patología y qué no y cuándo estamos realmente preocupándonos de salud mental. Porque resulta que si todo es salud mental, finalmente nada lo es. Por eso no hay que llamar a las cosas por algo que en realidad no son, y esta es una lucha que la psiquiatría viene dando con patologías tan sensibles como la bipolaridad, en tanto el “soy bipolar” suele usarse mal para hablar de cambios de ánimo u opinión lejanos a la condición. “No solo es inadecuado, sino que contribuye a estigmatizar los trastornos mentales y dificultar aún más la posibilidad de pedir ayuda para quien la necesite”.

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