Los 90: Estudiar sin internet




Hoy es casi imposible imaginar un mundo sin internet. Si pensamos en lo laboral, por ejemplo, rendir sin mails, sin chats y sin smartphones suena prehistórico, ilógico. Yo no alcancé a trabajar sin esas herramientas, pero sí fui al colegio cuando uno ni siquiera habría podido soñar con la existencia de Google o de algo que pudiese hacer su magia.

Lo primero que se me viene a la cabeza es la enciclopedia Salvat que estaba en mi casa, era ahí donde encontraba lo que necesitaba para una tarea o trabajo de investigación. Tengo que reconocer que el rigor y los hábitos de estudio no eran algo que me caracterizaran en la época escolar, pero no había opción. No podía abrir el computador, meterme a un buscador y teclear la palabra “fotosíntesis” o encontrar un resumen de Don Quijote de la Mancha. No, así que la respuesta tenía que estar en alguno de los tomos de la enciclopedia y debía leerme la obra de Cervantes completa, aunque el regalo de escuchar el repaso de una compañera antes de la prueba fue, es y siempre será un instrumento atemporal como frágil parche.

Los trabajos se entregaban escritos, no impresos. Me acuerdo de una revista que hice con una amiga para Castellano (materia que entiendo hoy tiene otro nombre): todo a mano. Incluía una entrevista ficticia a Marilyn Manson, pero basada en un reportaje que posiblemente habíamos visto en la revista Rock & Pop, además de columnas quizás demasiado inspiradas en otras leídas en distintos medios de papel.

Es cierto, era improbable que en el colegio me ganara el premio al esfuerzo, pero sí me gustaba mucho leer y en la básica en algún momento incluso fui ayudante en la biblioteca, otro lugar para encontrar las respuestas a los trabajos encomendados. Pero eso también requería de tiempo.

No sentíamos que la tecnología estuviese lejos, porque teníamos la sala y las clases de computación. Honestamente, no recuerdo haber aprendido mucho, pero supongo que tiene que ver con que no me causaba demasiado interés; sí me acuerdo de la tortuga Logo, que se movía “rápido” por la pantalla dibujando figuras, todo con un nivel de pixel que haría llorar de la risa a un centennial. Y para qué hablar del diskette, tan extravagante para esta generación como lo podría ser un VHS o un cassette.

Del diskette pasamos al CD, y así llegó la Encarta. Mi enciclopedia se ampliaba y actualizaba en ese disco perfecto y sensible al rayado.

A pesar de que la llegada de internet fue incuestionablemente beneficiosa en términos de conocimiento y comunicación, pienso en los contras y me parece encontrar algunos, porque la dificultad en la búsqueda de la información puede ser un plus relevante. Tener que arreglárselas para conseguir lo que se necesita puede demandar más tiempo, pero, por lo mismo, de mayor esmero y perseverancia. En 1998 apareció la página web El Rincón del Vago y fue una revolución: un lugar en el que había trabajos listos, de varias materias, reunidos y dispuestos para ser copiados. Los profesores tuvieron que hacerse cargo.

Por otra parte, me pregunto cuán desactualizado habrá estado el contenido en el momento en el que estudié. Asumo que los libros que exigía el colegio deben haber estado al día, pero en mi casa usé la misma enciclopedia por años. ¿Habremos sabido menos? ¿Me habré sacado alguna buena nota refiriéndome a algo que ya estaba obsoleto y que aún no nos habíamos enterado? Me atrevo a decir que hoy es casi imposible que eso suceda.

Hoy escucho a mis amigas y -aunque es evidente que sea de esa manera- me sigo sorprendiendo de que vean las notas de sus hijos e hijas por internet, y para qué hablar de los grupos de WhatsApp de papás y mamás. Sin una perspectiva de madre sino sólo a partir de mi propia experiencia de vida, me pregunto, ¿son tan necesarios? A pesar de que no dudo de lo prácticos que deben ser en muchos aspectos, lo que más escucho son quejas agobiadas por su intensidad.

Es imposible comparar, el mundo es otro, pero sí tengo la impresión de que éramos más inocentes o que sin tanto bombardeo de información la inocencia duraba un poco más, no lo sé. Es absurdo confrontar ambas épocas, es subjetivo y los parámetros son desiguales, pero lo que sí puedo decir es que sin Google, WhatsApp, WiFi, redes sociales ni un celular con cámaras para registrar cada segundo, yo fui muy, muy feliz en el colegio.

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