Paula

Maté a mi pareja, él me maltrataba

Hace dos años Karina Sepúlveda (35) mató a su pareja de un disparo mientras él dormía. Luego, avisó a Carabineros. Por este hecho fue absuelta en un primer juicio y ahora enfrenta un segundo, que concentra una acalorada discusión jurídica. La defensa de Karina intenta demostrar que lo hizo porque por 18 años fue víctima de una feroz violencia, y así ampararse en la nueva Ley de Femicidio. La contraparte, en cambio, alega que solo en casos de defensa propia puede justificarse que una mujer mate a su marido o conviviente.

MATE A MI PAREJA

Paula 1123. Sábado 8 de junio 2013.

El lunes 17 de octubre de 2011, a las 8:40 horas, Karina del Carmen Sepúlveda Cisternas (entonces de 33 años), entró a la cocina de su casa ubicada en la calle Los Mañíos, en Puente Alto, y llamó a Carabineros.

–Le disparé a mi pareja. Vengan rápido–, dijo con voz temblorosa 10 minutos después de haber apretado el gatillo de una pistola Famae 9 milímetros, modelo FN 750.

Claudio Alejandro Reyes Carrasco (34), lanza nacional e internacional, padre de los tres hijos de Karina y su pareja por casi 20 años, estaba durmiendo en la habitación matrimonial cuando ella sacó el arma que él guardaba bajo el colchón y, a menos de un metro de distancia, disparó un único balazo en la cabeza.

El timbre sonó en su casa a las 8:45. 15 minutos después del estallido.

–¿Dónde está?–, dijeron dos funcionarios de la 38ª Comisaría de Puente Alto.

Karina les señaló la pieza matrimonial. Y esperó fuera de la casa, con su pequeña hija Arantxa, de 2 años en ese tiempo, en brazos.

–Está muerto–, le confirmó Carabineros después de examinar el lugar.

Karina apoyó su espalda sobre el vehículo familiar que estaba estacionado en la calle, con una mueca de espanto y alivio. Luego entró a la habitación de su hijo mayor, Claudio, que tenía 16 años en esa época.

–Maté a tu padre. Perdóname–, le confesó antes de ser detenida por la policía.

NO MÁS AGRESIONES

El crimen de Karina, hoy de 35 años, se convirtió desde ese día en un caso emblemático. Formalizada por el Juzgado de Garantía de Puente Alto por parricidio flagrante, pasó los siguientes 15 meses en prisión preventiva, en el Centro Penitenciario Femenino de San Joaquín y también en la Cárcel de San Miguel. Su versión fue, desde sus primeras declaraciones, la misma: había matado a su pareja cansada de la violencia física, sicológica y sexual que él ejerció en su contra desde que comenzaron la relación, en 1993.

"Ya no daba más de la impotencia de seguir aguantando esto. No quería más agresiones, él se enojaba mucho por cualquier detalle. Si una cuchara o el piso estaba sucio, me pegaba patadas, combos, palos, correazos y después me obligaba a tener relaciones. En alguna oportunidad me pegó con una pala de fierro y con un arma de fuego. En otra, me azotó la cabeza contra el piso y me dejó  inconsciente. Yo le tenía terror. Si no le gustaba la comida me la tiraba al suelo y me hacía comérmela como un perro con la loza quebrada revuelta y, si no le traía su marihuana, me amenazaba con ponerme corriente. Por eso aproveché de sacar la pistola cuando estaba dormido. Lo hice por salvarme a mí y a mis hijos", relató en el expediente.

"Una sicóloga nos dijo que teníamos que tratar de perdonar a mi mamá. Y, aunque es difícil, porque quien murió es nuestro papá, y lo queríamos aunque se pusiera violento, yo al menos logré entenderla", explica Claudio, el hijo mayor.

Karina no había hecho ninguna denuncia en contra de su pareja que pudiera acreditar que era víctima de violencia, pero la actual defensora local jefe de Puente Alto, Ximena Silva, tuvo la sensación, al escucharla y ver las pericias sicológicas, de que decía la verdad.

Al revisar el informe fotográfico de la PDI donde el cuerpo de Karina aparece marcado por diversos hematomas en glúteos, piernas y brazos, además de 64 cicatrices lineales y cortopunzantes que especialistas del Servicio Médico Legal atribuyeron al maltrato habitual, la abogada no tuvo dudas: estaba frente a un caso de violencia intrafamiliar brutal. Y en el juicio oral pidió a los jueces que la absolvieran.

"Karina no quisiera que esto hubiese sucedido pero no tuvo otra alternativa. Ella le dispara a Claudio dominada por un miedo insuperable, a sabiendas de que cuando él despertase, la iba a matar a ella. Ese día fue la respuesta a casi 20 años de violencia sistemática y brutal. No tenía otra salida. En una pelea frente a frente, ella habría salido muerta", dijo Silva ante la sala del Tribunal Oral en Lo Penal de Puente Alto a comienzos de 2013.

El 17 de enero se conoció la sentencia del primer juicio: Karina fue absuelta, quedó en libertad, convirtiéndose en la primera beneficiada por la nueva Ley de Femicidio, norma tramitada durante el gobierno de Bachelet y aprobada en 2010 por el de Piñera, que exime de responsabilidad a las personas que logran acreditar en el juicio que, al momento del crimen, actuaron en defensa propia o de terceros, por estar en condiciones de inminente riesgo vital y sin tener otra alternativa posible.

Karina fue recibida por la Ministra de Justicia cuando salió de la cárcel. Y recibió el apoyo de organizaciones como Corporación Humanas y el Observatorio de Género y Equidad, que vieron en ella un símbolo de la lucha contra la violencia de las mujeres. Pero el Ministerio Público no quedó conforme con la sentencia y pidió la nulidad del primer juicio. Según explica Miguel Concha, jefe de la Unidad de Corte de la Fiscalía Metropolitana Sur: "Una sostenida situación de violencia intrafamiliar como la que vivió Karina, por más cruel que sea, no la habilitaba para haber asesinado al golpeador y menos si la inminencia del peligro no era real, pues estaba dormido".

El 27 de marzo pasado, la Corte de Apelaciones de San Miguel acogió el recurso de nulidad que presentó el Ministerio Público, y la absolución de Karina fue revocada. Tanto ella –hoy con arraigo nacional–, como sus hijos, enfrentan un nuevo juicio en estos días, donde vuelve a arriesgar 15 años de cárcel por su parricidio.

Claudio Reyes era lanza internacional. Así que a veces le mandaba un pasaje a Karina Sepúlveda para poder verla. Aquí, ambos en España cuando comenzaban su relación.

PERDONAR A LA MADRE

Karina se fue a vivir a la casa de sus padres en la población Lo Hermida, en Peñalolén. Recién absuelta, se reunió ahí con su hija Arantxa, ahora de 4 años. Y para sobrevivir comenzó a ayudar a su familia en el puesto que esta tiene en la feria Ramón Cruz de Macul, como vendedora.

Recuperar a sus dos hijos mayores, que estaban viviendo con sus suegros fue un poco más difícil, porque el cuidado personal había quedado en manos de esos abuelos paternos; los niños, además, tenían sentimientos encontrados: querían a su madre, pero había matado a su padre. Finalmente, Karina les demostró que podían reconstruir su relación. Postuló a una vivienda en el Serviu y empezó a buscar trabajo. Aunque no consiguió ninguno, tanto Claudio, el hijo mayor, como Ana, la del medio, actualmente de 18 y 13 años, respectivamente, volvieron a su lado.

"Una sicóloga nos dijo que teníamos que tratar de perdonar a mi mamá. Y, aunque es difícil, porque quien murió es nuestro papá, y lo queríamos, aunque se pusiera violento a veces, yo al menos logré entenderla. Logré entender que cuando ellos peleaban y yo le decía que se separara, no lo hizo porque no quería dejarnos solos, que aguantó por nosotros", explica Claudio.

Cuando se anuló el primer juicio, el Ministerio Público argumentó que sus reparos tenían relación con la errónea aplicación del eximente "estado de necesidad exculpante" que contempla la nueva Ley de Femicidio. Según ellos, en este caso no habrían elementos para eximirla de responsabilidad penal, ya que no había un peligro inminente al momento en que ocurrió el crimen, porque la pareja de Karina estaba durmiendo.

Al conocer la noticia, Karina sintió que se quebraba por dentro. Reconoce que está asustada, pero no quiere que sus hijos lo noten, así que se contiene. "No quiero perder la fe ni tampoco quiero que mis hijos me vean llorar. Estos meses de libertad han sido una oportunidad para respirar el aire de nuevo, para volver a reírme con los niños, porque antes, cuando Claudio vivía, no se podía. Ahora me siento más bonita porque mi cara no está machucada. Por primera vez ocupo los lentes de sol de cintillo y no para taparme los moretones", cuenta emocionada Karina.

AMOR VIOLENTO

Cuando Karina, de 15 años, y Claudio, de 16, se conocieron, en la población Santa Julia de Macul, pensaron que era una señal del destino, pues sus cumpleaños se celebraban con un día de diferencia.  Amigos inseparables al principio, Karina –hija de feriante y de dueña de casa– cuenta que se fue enamorando lentamente del joven que le confesaba sentirse solo por los reiterados episodios de violencia que existían entre su padre y su madre.

"Claudio tenía arrastre con las mujeres y cada cuanto terminábamos porque me ponía el gorro, pero había una fragilidad en él, una depresión que me hizo no dejarlo nunca solo", _reflexiona Karina sobre el inicio de una relación de pareja que se hizo más seria cuando ella se embarazó de él, un año después.

"Él se enojaba mucho por cualquier detalle. Si una cuchara o el piso estaba sucio, me pegaba patadas, combos, palos, correazos y después me obligaba a tener relaciones. En alguna oportunidad me pegó con una pala de fierro y con un arma de fuego. En otra, me azotó la cabeza contra el piso y me dejó inconsciente. Yo le tenía terror", relató Karina en el primer juicio.

Claudio, que en ese entonces ya era lanza nacional e internacional y se iba por largos periodos al extranjero (la PDI acreditó cuatro salidas del país y al menos dos órdenes de detención anteriores por robo en Chile) comenzó a cambiar apenas supo que sería padre. Según Karina, se puso controlador y machista, quería que ella estuviera encerrada cuidando de su embarazo y no siguiera viendo a sus amigas. "A mí me molestaba esa actitud porque él sí se desaparecía por varios días. Una vez le dije que termináramos, que siguiéramos como amigos, que él siempre iba a poder ver a su hijo. Fue la primera vez que lo vi violento. En ese tiempo vivíamos con mis papás y estos lo echaron porque me pegó en la cara con la puerta, pero a los pocos días me prometió llorando que nunca más iba a reaccionar así. Lo perdoné", dice Karina.

Los golpes no terminaron, pero la pareja tuvo dos hijos más y comenzaron a construir una vida de familia. Claudio, obsesivo con la limpieza y el orden, solía revisar cada cajón de los niños para ver si la ropa estaba impecablemente planchada. Si encontraba polvo sobre los muebles le pegaba a Karina patadas que luego se transformaron en correazos y, más tarde, en cortes con tijeras que le enterraba en los muslos.

Karina, que desde ese tiempo ayudaba a su padre en la feria, empezó a usar ropas de cuello subido y lentes oscuros para tapar los moretones. No volvió a mirarse al espejo. El padre de Karina, Daniel Sepúlveda, recuerda: "Yo me daba cuenta que algo estaba pasando pero ella me mentía, me decía que había chocado en la micro o que se había caído".

En ese entonces, Claudio caía detenido con frecuencia. " Yo sabía que robaba y que no era verdad que salía a trabajar como le decía a los niños. Pero tampoco me dejaba meterme en sus cosas. Claudio era un tipo peligroso, por eso no fui capaz de denunciarlo", afirma Karina. Un día lo intentó. Llamó a Carabineros desde dentro de un estante para acusarlo de violencia, pero habló tan bajo que no la escucharon. Otra vez, reconoce, intentó huir de la casa. Con la mandíbula quebrada por un golpe de puño y sangrando, corrió dos cuadras y se encontró con una patrulla de Carabineros. Cuando le preguntaron que le había ocurrido, dijo que la habían asaltado.

"Denúnciame y yo le pago a la abogada y te quito a los niños y después voy y te dejo inválida", dice Karina que Claudio le decía cuando se extralimitaba en una golpiza y algún vecino que escuchaba los gritos llamaba a la policía. Luego de descargar la ira, fumaba marihuana para relajarse, ponía la mesa, cenaban y se iba a dormir, con una pistola bajo el colchón.

El 6 de agosto de 2011, el 34° Juzgado del Crimen de Santiago, condenó a 5 años a Claudio por el delito de robo con intimidación. Pero como él no estuvo en la lectura de la sentencia, nadie fue a detenerlo. Encerrado en la casa de Puente Alto, con miedo de salir a la calle y sin poder "trabajar", se fue poniendo cada vez más agresivo. El sábado 15 de octubre de 2011 Claudio se enfureció porque el polerón de su hija Ana, no estaba limpio y Karina terminó policontusa y con un TEC leve, según consigna la ficha del Hospital Sótero del Río, lugar al que llegó a atenderse como una paciente más. Tres días después, cuando ocurrió el parricidio, Karina volvió al mismo recinto, pero esta vez para constatar lesiones: presentaba moretones y erosiones en sus extremidades y la región lumbar, un edema en la mano derecha, múltiples lesiones contusas en el cráneo, fracturas consolidadas de primera falange del dedo índice derecho y de peroné, además de una disfunción en un oído.

"Ese último fin de semana que peleamos no me podía parar del suelo. Las patadas y golpes de puño me dejaron media muerta, cojeando, sin poder sentir las piernas", confiesa Karina. "Pero me aguanté hasta que vi a mi hijo Claudio con los ojos hinchados y con un moretón en la espalda. Su papá lo había agredido desde que tenía cuatro años pero ahora los golpes eran cada vez más fuertes. Ahí creo que empecé a perder la cabeza", agrega.

El día que le disparó, el 17 de octubre de 2011, el vapor inundaba el baño. Karina, desnuda, frente al espejo, esta vez tuvo la tentación de mirarse, y comenzó a desempañarlo. La noche anterior no había pegado un ojo. Con las costillas adoloridas, solo pensaba en que la violencia ahora se estaba extendiendo a su hijo Claudio. Y que ella, un día, no tendría fuerzas para defenderlo. Karina vio su espalda herida reflejada en el espejo. Hacía tanto tiempo que no podía usar un vestido. Hasta sus tobillos estaban morados. "Me nublé. Me vi toda destruida, como si un bosque entero me hubiera rasmillado. Y no podía dejar de pensar en mi hijo. No estaba ahí pero vi su reflejo en el espejo. Pensé que un día  su padre lo mataría. Y sentí terror. Todo se fue a negro. No sé qué me pasó...pero entré a la habitación y le disparé", relata Karina.

"A veces me arrepiento de haberlo matado. Pero sé que si no le hubiera disparado habría sido yo la que estaría en el cementerio.  Es duro sentir que salvaste a tus hijos a un costo tan alto. De eso y de no haberlos defendido más siento culpa", concluye

Karina junto a sus tres hijos. A su izquierda, el mayor, Claudio, de 18 años. A su derecha Ana, de 14. Y en brazos,la pequeña Arantxa, de 4.

¿ESTABA KARINA EN RIESGO DE MUERTE?

La Ley de Femicidio, aprobada en 2010, tuvo dos objetivos. Por un lado, visibilizar los asesinatos de mujeres a manos de sus cónyuges, aumentando las penas mínimas de cárcel de cinco a 15 años. Y, por otro, mejorar la situación de la mujer que es víctima de violencia intrafamiliar. En ese contexto, la norma establece una serie de eximentes de responsabilidad criminal para mujeres que atentan contra la vida de su agresor, cuando se acredite que enfrentaba un peligro real al momento del crimen y no tenía escapatoria. Es en este punto donde la discusión entre el Ministerio Público y la Defensoría se abre. Aquí, los abogados argumentan:

•Miguel Concha, abogado de la Fiscalía: "Karina tenía otras alternativas antes de matar y era imposible que en ese instante el agresor, durmiendo, la llevase al límite del miedo insuperable como lo exige la ley. No la estaban apuntando con un arma ni venían a matarla con un hacha, por eso no deberían absolverla".

•Ximena Silva, abogada defensora: "La violencia sostenida en el tiempo es un delito permanente; estás en riesgo constante. Karina habría sido una víctima más de femicidio de no haberle disparado dormido. Era ella o él, no tenía otra salida".

¿Cuánta violencia tiene que soportar una mujer antes de tomar la justicia por sus propias manos? Ambas partes concuerdan en que no debería tolerar ninguna. Pero que Karina no haya dejado constancia de la violencia que sufría, es otro factor que hace compleja la resolución del caso.

•Miguel Concha: "Denunciar la violencia intrafamiliar, incluso de forma anónima, es vital porque el Ministerio Público reacciona de forma prioritaria al respecto. De los agresores que pasan a control de detención, 95% queda con medidas cautelares, es decir, con salida del hogar o prohibición de acercarse a la víctima que, además, recibe un teléfono en caso de emergencia".

•Ximena Silva: "Lo lógico era que Karina denunciara pero estaba amedrentada, como lo están muchas mujeres que según el Sernam tampoco ponen una constancia. ¿Denunciarías a un hombre que duerme armado y que tiene amenazada de muerte a ti y a tu familia? En casos de violencia importante como este, poner una medida cautelar no es garantía de que tu agresor se vaya preso. Pueden sacarlo de tu hogar pero no tienes a alguien cuidándote todo el tiempo el domicilio; y el hombre, que viene de tribunales, enojado, es letal cuando ataca".

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