“Me enamoré de un militar amazónico”

Este mes se cumplen #10AñosDeTinder. Les pedimos a nuestras lectoras que nos compartan sus experiencias en esta aplicación de citas para –a través de sus historias– dar cuenta de cómo Tinder y otras aplicaciones han cambiado nuestra forma de vincularnos. Durante este mes compartiremos algunas de sus historias. Aquí una de ellas.




“En enero del 2022 me fui de vacaciones a Río de Janeiro con mis amigas de la universidad para celebrar que había pasado el examen de grado. Estando allá nos hicimos cuentas de Tinder para conseguir recomendaciones de cariocas del tipo dónde ir a comer, qué bar prende en la noche, qué playa recomiendan, y por qué no decirlo, para engordar un poco la vista también. Pero ninguna tenía en mente salir con un hombre. Era un viaje de chicas.

Hice match con un morenazo de sonrisa perfecta que me empezó a conversar con bastante entusiasmo, pero tenía un pequeño e insignificante “problema”: era militar, y yo, de universidad pública, llena de prejuicios sobre lo que un oficial de las FF.AA. puede ser. Sin embargo, no sé por qué me enganché con la cháchara, que terminó a las 2 a.m., habiendo acordado una salida a la noche siguiente, la última que yo pasaría en Río.

Cuando me pasó a buscar al hostal, estaba muy nerviosa, considerando que él habla portugués y yo español. No puedo decir que fue un flechazo a primera vista, pero sí era guapísimo. Fuimos a la playa a tomar una cerveza y luego a Lapa, el barrio bohemio de Río de Janeiro. La cita terminó con un desayuno en un servicentro y finalmente, el idioma nunca fue un impedimento.

La noche se me hizo nada. Parecía que nos hubiésemos conocido de toda la vida. Hablamos de todo: calzaba perfecto la parte de la canción de Villa Cariño “de política, de amor y de la revolución”. Hicimos comparaciones chilenas y brasileñas en los tragos, también en las guerras, independencia, esclavitud y límites fronterizos. Hablamos del clasismo de Santiago y de la división geográfica; de ley, trabalenguas, canciones famosas, Desierto de Atacama, Belém do Pará, equipo de fútbol, cosas que no conocí en Río y cosas que él debería conocer en Santiago, nuestras familias. Todo.

Llegué al hostal con cara de felicidad y mis amigas me felicitaron por la conquista, pero yo me sentía debiendo karma, para esta vida y las diez siguientes. A pesar de eso le hablé para mandarle las fotos que nos sacamos. Ahí, acordamos ir a ver la puesta de sol a la Mureta da Urca y desde ahí yo me iría al aeropuerto.

Cuando lo vi llegar y mirarme con esa sonrisa me sentí en el cielo. Otra vez todo fue muy natural. Nos gustamos, pero nada que hacer, yo me iba. Así que me fue a dejar al aeropuerto, nos despedimos como si fuéramos pololos, y ‘chao pescao’. Un gustazo, pero la vida sigue, pensé.

Al día siguiente, para mi sorpresa, el PCR del aeropuerto de Santiago dio positivo. Le tuve que hablar para notificarle. Y de ahí en adelante nunca dejamos de hablar.

En esos diez días de encierro nos amanecimos hablando, conociéndonos más. Creo que el día cuatro recién salió la idea de “tenemos que vernos de nuevo”, pero él, por su trabajo, no podía tomar la mochila y venir, y yo, aún buscando práctica, de vacaciones, estaba en el escenario perfecto para volver a Brasil. Pero esta vez no a Río de Janeiro, sino que a Belém do Pará, donde él está sirviendo.

Me fui a ver las cartas para ver si esta idea loca, era solo una idea loca o en verdad una oportunidad que no debía dejar pasar. La tarotista me dijo que el brasileño no estaba mintiendo, que yo le gustaba, que no veía nada siniestro y que todo esto sería un cambio de paradigma. Listo entonces, decisión tomada.

Les conté a mis papás de mis planes y evidentemente se atacaron. Me iba a ir al Amazonas con un militar que ni conocía bajo el riesgo de volver a Chile en una bolsa plástica negra. Ahora que lo digo, es una preocupación lógica, pero estaba con la mente nublada, así que no le dije a nadie, solo a mi hermano y mi amiga, y 12 días después de haber vuelto a Santiago, me embarqué en un viaje a Belém do Pará, con tan solo una mochila de 30 litros, porque total iba y volvía.

Todo hubiese sido más fácil si no nos hubiésemos gustado. Nos prometimos que ante cualquier problema hablaríamos con sinceridad, y si yo me quería ir o él quería que me fuera, lo íbamos a hablar. Yo le decía a mis amigas “no se preocupen que en dos semanas estoy de vuelta”, pero ya van nueve meses de estar viviendo un sueño en el Amazonas.

Terminé sacando la residencia, hablo portugués fluido, mis papás vinieron a verme y trajeron todas las cosas. En poco tiempo nos mudaremos de casa y a fin de año lo llevaré a conocer Chile”.

Omaira Martel Valerio, tiene 26 años.

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