Mimetizarse con la pareja: “Sentía que tenía que adaptarme a sus necesidades y deseos porque los míos no eran tan importantes”




“Tengo 28 años. Seis pololeos a mi haber. Nunca tanto tiempo sola entre medio de una y otra. Y recién hace un par de meses me di cuenta que en cada una de esas relaciones me había puesto a mí misma –mis necesidades, mis intereses, mis deseos y mis inquietudes– en segundo lugar. Este era, con algunas variables, mi modus operandi: Conocía a alguien que me gustaba -siempre eran perfiles más o menos parecidos, chicos dolidos, traumados, poco terapeados y con mucha necesidad de contención-, me mostraba de una cierta manera que ya manejo bastante bien, una suerte de personaje que he armado y que muestro hacia fuera cuando quiero caerle bien a alguien, y con el tiempo, en la medida que nos empezábamos a acercar, yo asumía y adoptaba los gustos de esa otra persona.

Lógico que ahora, mirando hacia atrás y reflexionando al respecto, me ría un poco de mí misma, pero ejemplos patentes de esto; a mi primer pololo le gustaba The Clash y yo llegué a mi casa el mismo día que lo conocí a escuchar la discografía completa. Él además escalaba y me metí al poco tiempo a escalar. Mi segundo pololo fumaba mucho y yo empecé a fumar, después de no haber fumado un cigarro en toda mi vida. El cuarto era programador y yo me metí de lleno en la computación. Uno reciente tenía una onda más oscura, se vestía de negro y tenía una parada misteriosa, y yo de a poco y gradualmente cambié mi vestimenta para que se asemejara a la suya.

Suena ridículo, lo sé. O caricaturesco. También podría decir ‘bueno, de última aprendí algo de cada uno y me fui con alguna nueva habilidad o hábito adquirido’, pero el problema de eso –y lo difícil de detectar– es que en todas esas relaciones, nunca expresé qué era lo que quería hacer yo. Él quería escalar y lo tenía súper claro, ¿pero yo quería realmente hacer eso? El otro quería vestirse de negro, ¿pero yo me sentía cómoda vistiéndome de negro? Al otro le gustaba el rock, ¿pero alguna vez le expresé que realmente no me llenaba el rock y que me sentía más a gusto escuchando música latina? Creo que de verdad nunca se los dije. No me culpo, porque la idea no es castigarme. Y también sé que las relaciones son de a dos y por ende también parte de eso se puede deber a que ellos no me hacían sentir lo suficientemente cómoda. Pero sobre todo reconozco que ahí había una carencia mía. Porque aunque ellos no me hicieran sentir cómoda y esa era la razón por la que yo no daba a conocer mis necesidades y deseos, ¿por qué entonces me atraían personas así?

Terminé mi última relación hace seis meses. Después de estar en una frecuencia muy baja durante un mes, decidí empezar un proceso terapéutico. En una de las conversaciones que tuve con una amiga cercana recuerdo que me dijo; ‘amiga, ¿te acuerdas de la escena de Eat, Pray, Love en la que la amiga de Julia Roberts le dice que se está pareciendo a cada uno de sus pololos? Bueno, creo que te está pasando un poco eso. Has pasado la vida mimetizándote, así que descifremos a qué se debe eso’. Confieso que cuando me lo dijo sentí una puntada en el corazón, probablemente porque lo que me decía era muy cierto y si bien yo lo sabía, nunca había querido asimilarlo del todo. Porque eso significaba enfrentarlo, y ahí entraba en juego mi dificultad, hasta entonces al menos, de realmente definir qué quería yo y cuáles eran mis deseos.

Digámoslo de esta manera; se me había hecho más fácil acoplarme a las necesidades de la persona que tenía al lado que definir las propias. Y como las mías no estaban definidas, no eran lo suficientemente importante. ¿Pero cuánto rato podía seguir así? No era justo para mí y tampoco para el otro, la verdad, porque no me estaba conociendo realmente. Tenía acceso a una versión de mí, pero probablemente desconocía lo que realmente me movía. Y ahí, insisto, la responsabilidad, fue de ambos. Yo por no poder expresarlo y ellos por no preguntar. Pero como no me puedo hacer cargo de las dificultades de los demás, decidí trabajar en lo mío. Y de eso fue lo que me di cuenta en las primeras sesiones de terapia y tras largas conversaciones con amistades y mi mamá; había pasado la vida tratando de ser ellos, de encajar en sus grupos, pero entre medio me había postergado a mí misma. Había puesto mis deseos en segundo lugar. Y nunca fui plenamente yo, porque de base sentía que tenía que cumplir un rol para agradarles, siendo que si me hubiese mostrado tal cual como era –incluso si eso significaba no saber del todo quien soy, porque no lo sé– la relación habría sido más genuina. Quizás habría tenido menos relaciones, eso es cierto, porque no le habría caído bien a todos, pero habrían sido más sinceras de todos modos.

Este es mi primer paso hacia el amor propio. Y es curioso porque, dentro de todo, siempre me sentí una persona segura de mí misma y piloteé las situaciones de mi vida con cierta tranquilidad, pero no había querido ver algo que requiere de una pega profunda. No me había querido ver realmente a mí. O no me había dado ese espacio, porque me era más cómodo que lo ocupara otro”.

Magalí Andrade tiene 28 y es ingeniera comercial.

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