Tras 12 años escribiéndole cartas a un amor no correspondido: “No me arrepiento de este amor”




“Un año atrás reuní a mis dos mejores amigas en una cafetería en Las Condes.

– Necesito contarles algo.

Las dos se miraron riéndose, con cara extrañada.

– Cuenta, ¿qué pasa?

Como si tuviera 15 años, roja y muerta de vergüenza, les respondí:

– Me gusta “alguien”.

El problema radica en que yo estoy casada. Y adoro a mi marido. Y ese otro “alguien” no es él.

Comenzó el 2011, año en el que me encontraba en plena terapia por una depresión que venía arrastrando desde los 18 años, intentos de suicidio y relaciones tóxicas llenas de problemas. En ese tiempo además, a mis padres les diagnosticaron cáncer, así que mi vida era un caos. En ese momento yo tenía 29 años y una realidad que me impedía mantener relaciones sanas conmigo misma y con otros. Era muy odiosa, con todo hacía un problema y lloraba ante cualquier nimiedad. Recuerdo que mi vida era ahogarme en un vaso de agua y culpar a todos por eso. Ni yo misma me aguantaba y ya necesitaba buscar ayuda profesional.

En ese tiempo, por diversas razones comencé a frecuentar unas tiendas de Providencia. Un día estaba en una de ellas conversando con la dueña, cuando el hombre más guapo que había visto en mi vida entró al local. Vamos a ponerle A.

Recuerdo como si hubiese sido ayer ese día. Él abrió la puerta, entró, preguntó algo en el mesón y se dio vuelta a mirarme en el momento justo en que nuestros ojos se encontraron unos segundos, para dirigirme un tímido “hola”. Recuerdo haber sentido algo demasiado raro al verlo, como si el tiempo se hubiese puesto en pausa unos segundos. Suena a cliché, es horrible, pero no tengo mejores palabras para describir ese instante. Recuerdo haberme paralizado, sin saber si sonreir o seguir con mi cara de nada.

A él no le pasó nada conmigo, pero a mí me pasó de todo con él en ese pequeño instante. Ese día recuerdo que llegué a mi casa pensando en él y en que era la primera vez que algo así me pasaba. Nunca me había sentido así con nadie.

Días después estaba en una de las sesiones con el psicólogo en la que me pidió escribirle una carta a mi ex. La idea era después quemarla como parte del proceso de dejarlo ir y cerrar un capítulo muy triste en mi vida. Estaba en ese ejercicio cuando comencé a fantasear con que le escribía cartas de amor a A. Y es que haber sido una adolescente a finales de los ‘90 equivalía a haber escrito y recibido cartas escritas a mano, en esa época pre internet.

Esto porque después de ese primer contacto con A en la tienda, la vida se encargó de que nos siguiéramos viendo. ¿La razón? Compartimos un hobby de nicho que nos hizo encontrarnos por primera vez en esa tienda, más adelante hacernos amigos y vernos en el mismo local o en otros lugares.

Empecé escribiendo en un cuaderno unas tímidas e inocentes líneas de parte de alguien que no sabía bien expresar sus sentimientos de forma escrita, las que se convirtieron con los años en cartas cada vez más personales y llenas de detalles. Llené muchos cuadernos enteros de cartas. Comencé a hacerlo porque no podía sacarme a A de la cabeza desde ese primer encuentro.

Con el tiempo también me fui enterando más detalles de él y su vida. Y aunque nos veíamos poco y a veces pasaba mucho tiempo sin que supiera nada de él, era justamente esa distancia la que me llevó a idealizar este “amor”. Imaginaba conversaciones que nunca habían sucedido y que sólo eran parte de mis fantasías. Es que me gustaba pensar en él, porque sólo en mi mente podía ser libre y pensar todo lo que quisiera.

A la par de todo esto, mi salud mental comenzó a mejorar mucho y me dieron de alta del psicólogo y psiquiatra tiempo después. Me sentía totalmente preparada para cualquier tipo de relación así que pensé en tirarme a la piscina simplemente y buscar a A, total, no había nada que perder. Necesitaba esa intensidad que hasta el día de hoy irradia. Pero como si fuera una mala tirada de dados, en ese momento él ya no estaba soltero. Y aunque fue un balde de agua fría, me alegré mucho por él.

Le seguí escribiendo cartas, como siempre a mano, en papel, en secreto.

Pasaron unos cuatro o seis años sin verlo. Y seguí escribiéndole cartas. Extrañamente jamás olvidé su voz ni sus ojos, mientras en mi mente imaginaba cientos de situaciones en las que podría verlo, que claramente nunca pasarían.

En esos años me casé, mis padres fallecieron y nació mi hija. Y nunca dejé de pensar en él. Nunca he dejado de pensar en él. He cambiado de cuadernos, he gastado todo tipo de lápices, y no me arrepiento de escribirle aunque él no sepa la existencia de esta cantidad abrumante de cartas que guardo bajo siete llaves.

Si hoy le dijera que llevo desde el 2011 escribiéndole cartas, posiblemente creería que estoy loca. Pero cuando le escribo, es mi momento de evocar el camino que no pude tomar con él, recordando todo esto de forma super sana. He aprendido a ver el lado bueno de tener un amor no correspondido durante todos estos años.

Enamorarnos es reconocer que puede que no nos correspondan de vuelta y no por eso, dejamos de querer. Enamorarnos es tener un “otro” que sabes que es único, irrepetible, diferente a los demás. El amor en el que ves al otro desde su realidad y que me encanta sentir. Querer es algo demasiado fabuloso como para estarse planteando si está bien o mal sentirlo, en base a si te corresponden o no el sentimiento.

No busco nada a cambio escribiéndole cartas a A. Es raro de entender, en especial en un mundo donde se idealiza a la gente y se busca ese amor romántico que sólo sirve para obsesionarse y sufrir. Yo no sufro en absoluto por él porque no sé querer así. Ya en mi juventud me obsesioné con mucha gente y lo pasé pésimo. Hoy soy de la idea de que querer es algo demasiado humano y bonito.

Hoy, las pocas veces que lo veo, lo disfruto a concho, me emociono y por dentro desbordo de una felicidad que trato de que no se me note. Llevo años escribiéndole sobre lo agradecida que estoy de ser su amiga, de lo lindo que es que esté de alguna forma en mi vida y de lo genial que es verlo. Pero todo esto, nace de lo que yo siento por él y no de lo que él hace o deja de hacer.

A veces pienso que si el 2011 le hubiese dicho lo que sentía por él, las cosas no hubiesen resultado porque en ese momento no tenía las herramientas para ser la mujer en la que hoy me he convertido. En esos años estaba totalmente perdida y es posible que él hubiese visto lo peor de mi persona: la histeria, celos y miedo que caracterizaron mis antiguas relaciones. Así que esta es la vida que elegí. Y como dice la canción de Gilda “No me arrepiento de este amor”. En absoluto. Me llena el corazón de alegría saber que soy su amiga. Y todos los días de mi vida seguiré escribiéndole cartas”.

Daniela, 41 años.

Lee también en Paula:

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.