No he sido la primera opción

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Siempre he sido la amiga buena onda de los hombres. En el colegio fui la chistosa, la 'payasito' y la amiga de todos. Pero al minuto de gustarles, nunca fui la primera opción. Hasta que entré a la universidad, sentí que los hombres siempre me habían visto como una más y por eso aprendí, desde muy chica, a ponerme el parche antes de la herida: el minuto que sentía que me podía gustar alguien, no me lo permitía, porque pensaba que nunca se iban a fijar en mí.

No niego que mucho de esto tiene que ver con una visión muy sesgada que se construye con tanta facilidad en ciertos sectores de Santiago: fui a un colegio ABC1 y los estereotipos de belleza imperantes siempre fueron basados en modelos irreales. Las lindas eran las rubias, delgadas y con facciones delicadas. Yo, por lo contrario, soy de espalda ancha, curvilínea y de pelo negro y ruliento. No calzaba con el prototipo de belleza que reinaba en mi colegio y no fue hasta que salí de esa burbuja que me di cuenta que en realidad esos estereotipos impuestos tienen poco y nada que ver con el mundo real.

Aun así, hasta ahora –y sé que tengo toda la vida por delante– he tenido puras desilusiones amorosas. Por un lado, eso me ha hecho conocer a los hombres como amigos, y creo que eso es algo positivo. Porque hoy por hoy doy paso a amistades sin que exista una intención secundaria. Pero por otro lado, también me ha generado muchas frustraciones y pena. No es fácil que tus amigas sean las minas y que tu hayas sido siempre 'la amiga tela'. Recuerdo incluso que una vez una amiga me dijo: "aprovecha que los hombres no te ven como un objeto sexual y establece amistades reales con ellos". Al principio me dolió pero al final me hizo mucho sentido. Y creo que es lo que hice durante un tiempo.

Cuando entré a la universidad –y uno empieza a conectar con gente por intereses en común y no desde una superficialidad– las desilusiones se hicieron más tangibles. Si antes me complicaba que los hombres no se fijaran en mí como para pololear conmigo, en la universidad se dieron un par de situaciones surrealistas que terminaron en fracasos. Primero conocí a un chico muy simpático que me llamó la atención desde un inicio. Teníamos un humor súper parecido y se dio una dinámica de coqueteo. Salimos durante un tiempo pero nunca dejó de ser raro: a ratos me buscaba insistentemente y después no. Igual, hoy en día con esto de que nada se da por hecho y no se puede asumir nada, yo no entiendo mucho qué es una relación real y qué no, entonces no me hice muchos problemas. Sin embargo, en un minuto me empezó a pesar la ambigüedad y opté por enfrentarlo directamente: le dije lo que me pasaba y él me respondió que por su lado no tenía nada tan claro. Esa noche me mandó un mensaje por Whatsapp diciendo que yo no le gustaba y nunca le iba a gustar.

Quedé muy dolida y decidí no pescarlo más, porque eso solo me iba a hacer daño. Pero él se sintió tan mal que al cabo de unos días me pidió que nos juntáramos a hablar. Durante dos horas hablamos de lo que yo sentía hasta que finalmente él me confesó que conmigo se había dado cuenta que era gay. Estaba tan angustiado al contármelo que entendí su postura y no sentí rabia en lo más mínimo. Sí quedé en estado de shock, pero a la vez también me sentí liberada: contrario a lo que había pensado –porque obvio, cómo no iba a ser así–, no había sido por algo que yo hice mal. Decidí ese día no abandonarlo, porque sentí que él estaba súper atrapado. Mis amigas incluso me decían: "cómo puedes ser su amiga, si igual te hizo daño", pero yo no lo veía así y no me iba a permitir dejarlo solo.

En todo ese proceso volvió a aparecer un amigo del colegio, que estaba en mi misma facultad. Siempre habíamos sido amigos e incluso alguna que otra vez él se me había tirado en unas fiestas, pero al día siguiente hacía como si nada. Le conté lo que me había pasado con mi ex y me sentí súper acompañada por él. A tal punto que me empecé a confundir. De nuevo, como suelo hacer, opté por ser directa y en una fiesta le dije que me pasaban cosas. A él se le desconfiguró la cara y me dijo que de haber sabido antes, pero que ahora estaba saliendo con alguien. Me confesó que yo le había gustado en los últimos años del colegio pero que nunca se atrevió a decírmelo. Y que incluso me había querido invitar a la fiesta de graduación pero invitó a la otra. Sentí una pena profunda y di paso a una serie de reflexiones: al final, aunque le guste a alguien, siento que nunca he sido suficiente.

Más tarde en el año me volvió a pasar una situación similar. Enganché con alguien y él terminó volviendo con su ex. Y por eso, en este último tiempo, me he preocupado de analizar la situación. Porque en definitiva, todos estas desilusiones han hecho que yo sienta un gran rechazo por el género masculino, en distintas etapas de mi vida, y no quiero que eso sea así. En el fondo, las conclusiones a las que he llegado tienen que ver con que no soy la opción fácil para cierto tipo de hombre: soy frontal, digo lo que siento y quizás eso los asusta. Pero no es algo que quiero cambiar. Me he cuestionado mucho si yo hago algo mal, pero no me molesta ser directa. Doy el primer paso y eso descoloca a los hombres, porque no saben cómo reaccionar. Es un desafío al que no todos quieren acceder.

Lo que me propuse ahora último es pensar que si la vida me ha puesto ciertos obstáculos en lo amoroso, es una señal de que tengo que preocuparme de mi misma primero, antes de estar con otra persona. Me tengo que conocer, querer y priorizar. Y quizás cuando eso esté resuelto, ahí encontraré a alguien. Mi psicólogo, que además sabe que en mi familia las desilusiones amorosas son cosa normal, me ha ayudado a entender que no siempre tengo que tener el control de todo y simplemente vivir. Me ha ayudado a desprenderme de la idea de esperar algo puntual del otro. No puedo culpar a alguien por elegir a la ex, o por elegir no estar conmigo. Soy muy joven y al final, creo que el minuto que uno deja de esperar, las cosas llegan.

Antonia Mauriziano (19) estudia periodismo.

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