NO se vienen cositas: la ansiedad de no tener nada que compartir en redes sociales




La generación Z convirtió la expresión “se vienen cositas” en un meme en sí misma. Es una forma de burlarse de la autopromoción en Instagram y de la ilusoria promesa de que nuestra vida es una constante novedad. Parece ser que siempre estamos en la cresta de la ola, llenos de planes, amigos nuevos, viajes, cambios y renovaciones, o produciendo lo que será nuestro próximo éxito laboral. ¿Pero qué pasa cuando la realidad en la que vivimos es completamente opuesta? Cuando no hay planes para las vacaciones, tenemos los mismos dos amigos de siempre, llevamos mil años aburridos en el mismo trabajo y no estamos creando nada nuevo… ¿Cómo lidiamos con el vacío de no tener nada sorprendente que postear?

Para la especialista en psicoterapia psicoanalítica, Catalina Celsi Vallejos, las redes sociales son una herramienta maravillosa para hacer visibles nuestros proyectos o propagar una idea. Sin embargo, observa que se han convertido, más que en una oportunidad para abrirse al mundo, en el lugar donde estamos forjando nuestra identidad y autoestima. “Para muchas personas, la actividad en las redes sociales da cuenta de la propia vigencia; necesitamos estar y ser vistos para constatar que ‘somos’. Les damos tanto valor que nos volvemos existentes a través de ellas. Subir algo, postear algo, le vuelve a dar continuidad al ser. No hay ninguna posibilidad de no sentir altos montos de ansiedad en un modo como este. Las redes sociales han adquirido un poder inmenso y el riesgo está en convertirlas en el oráculo que nos dará la única respuesta sobre quiénes somos y cuánto pesamos en el mundo”.

Para ella, esta ansiedad por mostrarnos y estar vigentes todo el tiempo tiene relación con variables culturales y contextuales, que aumentan la resistencia a estar en pausa o a no hacer ni postear nada. “Parece insoportable no estar a la vista. La forma actual es la de producir constantemente, incansablemente. Estamos orientados al hacer, a generar una maquinaria imparable y pareciera que esto se ha vuelto un valor en sí mismo, lo que es, sin duda, preocupante. Incluso actividades positivas como hacer deporte se convierten en tareas. No quedan casi espacios libres de objetivos productivos.”

Así también lo ve la escritora feminista June García. Con 28k de seguidores en Instagram, se considera una usuaria muy activa en esta red social; postea a diario promociones sobre sus libros y talleres, al tiempo en que comparte parte de su vida privada. “Me cuesta mucho determinar cuándo estoy compartiendo cosas por trabajo y cuándo por ocio, porque esas cosas se mezclan por el tipo de cuenta que llevo, ya que mi vida personal es el contenido que entrego”. A pesar de que June considera que las redes sociales han significado un aporte a su vida laboral y personal, y que disfruta mantenerse cerca de sus lectores, sí cree que, especialmente Instagram, incentiva la ansiedad de tener que estar “arriba de la ola” todo el tiempo. “Están pensadas para lo ‘lindo’ de la vida, lo positivo, ‘mira qué bueno mi proyecto, mira lo mucho que estoy trabajando’; hay una expectativa constante de que uno esté haciendo algo. No puedes no estar en nada, incluso si estás en vacaciones tienes que estar MUY en vacaciones”. Al igual que Catalina, June logra identificar cuándo esa relación con las redes puede volverse tóxica y trata de mantenerse siempre alerta. “Al ser una persona que trabaja mucho con sus redes sociales, a veces me siento muy presionada a mantenerme existiendo, dando este pedacito de mi vida que genera un enganche conmigo. Me preguntan mucho cuándo sale el próximo libro o cuándo haré el próximo taller y parece que nunca es suficiente. A veces quiero hacerlo, lo prometo, pero nunca lo lanzo, y la gente está esperando y esperando…eso me hace sentir presionada”.

Hace unos meses, la influenciadora y líder del movimiento Body Positive, Antonia Larrain, compartió una reflexión al respecto en sus redes sociales. En el post, que tituló “¿Qué pasa cuando no se vienen cositas?” quiso hablar desde su propia experiencia sobre esa sensación de estancamiento y de “no avance” que nos pueden hacer sentir las redes sociales. “Es algo que me ha afectado muchito en pandemia, en especial cuando la estabilidad laboral no ha sido una constante en los últimos meses. Además de las cuarentenas, el estallido social que sigue latente y las emergencias personales han hecho que muchos ahorros fueran gastados, planes y sueños cancelados, relaciones terminadas y salud mental en decadencia. Y en las redes harta gente sigue mostrándose como si nada”. Una reflexión que da cuenta de la frustración que sentimos cuando la vida que vemos en redes no es la que estamos viviendo nosotros. “A veces entro en el círculo vicioso de que todo el resto está muy feliz, tiene amigos, relaciones perfectas, trabajo por montones, están llenos de energía y con miles de proyectos nuevos. Creo que es normal sentirse así, pero no por eso va a estar bien.Este mundo donde el objetivo de la existencia pareciera ser producir, producir, producir, nos está pasando la cuenta”, termina diciendo en su post.

Como contra respuesta a esta frustración y ansiedad, Catalina dice que si tuviera que darnos algunos consejos, el primero sería fortalecer nuestra autoestima. “Tenemos que encontrar otras formas de queremos, más pilares sobre los cuales sostenernos, intentar construir una autoestima que también pueda soportar y tolerar la desilusión y la frustración. Está en nosotros regular cuánto poder le concedemos a las redes sociales para decirnos quiénes somos, no podemos convertirlas en el sustento basal de nuestra identidad y tenemos que encontrar otras formas de apreciarnos.” Y, por último, -dice- volver a valorar la vida normal, con sus altos y bajos, y a todo aquello que nos ocurre fuera de las redes. “Debemos darnos el tiempo y el espacio mental para observar nuestro interior, incorporar actividades que nos permitan detenernos. Darle un lugar valioso a lo no productivo es el desafío de hoy. Estar siempre en el escenario es extenuante e insostenible. En una obra, igualmente importante es todo lo que ocurre fuera del escenario, tras bambalinas. Leer, caminar, sentarse a tomar un café con uno mismo, contemplar un paisaje con uno mismo, son actividades perdidas, desvalorizadas, que creo debemos reivindicar”.

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