El valor de aprender a ser flexibles




Por una extraña razón, tendemos a pensar que como seres humanos podemos tener el control de las cosas o que podemos manejar nuestros miedos o emociones. Quizás necesitamos aprender y aceptar que es muy poco lo que en realidad podemos controlar y manejar, porque finalmente en lo único que podemos confiar es en la certeza de que nuestra familia y nosotros mismos estamos construidos con cimientos firmes que poseen una infinita capacidad de adaptación para enfrentar lo que la vida nos ponga por delante.

La contingencia nos ha enfrentado a una realidad que solo nos enseña que nada de lo que teníamos planeado pasa tal y como lo imaginamos, porque la vida misma es la que se encarga de mostrarnos su propio plan. ¿Qué necesitamos soltar para realmente abrirnos a lo que la vida tiene preparado para nosotros? ¿Cómo nos adaptamos cuando los planes no resultan como los imaginamos?

Se requiere de una gran dosis de flexibilidad para adaptarse al cambio. Se requiere de estar abiertos a que aquello que planeamos puede que pase de manera diferente. O incluso que no pase del todo. Es en ese momento cuando nos vemos desafiados a flexibilizar nuestra mirada, nuestra manera de actuar e incluso nuestra manera de resolver. Piensen en todos los planes que cambiaron o en todas esas nuevas tareas que asumieron. Incluso pueden pensar en todo aquello a lo que han tenido que adaptarse nuestros hijos. ¿Ha sido fácil? Probablemente no, porque sin duda hubo semanas de ajuste, de frustración o de ahogo. ¿Funcionó? Probablemente sí, gracias a la gran capacidad que tenemos los seres humanos de ajustarnos, adaptarnos e incluso acostumbrarnos a las nuevas situaciones a las que nos vemos enfrentados.

Aunque el ser humano se vea enfrentado a escenarios adversos, la mayoría de las veces encontrará una nueva manera de adaptarse. Si miramos a nuestros hijos, seguramente nos sorprenderemos de cómo han logrado adaptarse a una nueva manera de estudiar, a una nueva manera de relacionarse con los amigos, a una nueva manera de jugar e, incluso, a una nueva manera de convivir y construir familia. Todo aquello a lo que hemos logrado adaptarnos habla de una inmensa capacidad de flexibilizar nuestras miradas y costumbres. Y es que cuando viene un terremoto, no solo necesitamos que el edificio tenga una estructura y cimientos fuertes que lo sostengan, también necesitamos una dosis de flexibilidad que le permita no romperse o colapsar frente a un movimiento brusco e inesperado. Y entonces como familia necesitamos armarnos también de una estructura sana y clara, con cimientos fuertes en nuestros valores y por sobretodo con la necesaria flexibilidad para no colapsar en momentos de crisis.

Aprender de nuestros hijos es siempre una buena manera de continuar. Ellos son probablemente un ejemplo de adaptabilidad y flexibilidad. Su simpleza los ayuda a enfrentar de manera creativa los momentos extraños, inciertos e incluso poco reales. Es esa flexibilidad la que nos permitirá seguir en pie después de un terremoto y es esa estructura firme la que nos dará la confianza de que estamos en un lugar seguro. Regalémosle a nuestros hijos esa familia. Construyámosla juntos y busquemos la manera de ser flexibles en nuestra manera de enfrentar la vida y sus dificultades.

No hay control que valga, no hay plan que exista, no hay emoción para ser manejada. Está el aquí y el ahora, y nuestra infinita capacidad de adaptación y flexibilidad. La invitación es a reconstruir nuestros planes, darle una vuelta a nuestra vida y re pensar nuestra familia.

María José Lacámara (@joselacamarapsicologa) es psicóloga infanto juvenil, especialista en terapia breve y supervisora clínica.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.