Mi pareja fue abusada en su infancia, ¿cómo lo ayudo?




Lucía Domínguez (31) se enteró hace un mes que su pololo había sido abusado sexualmente durante su infancia, desde los siete hasta los diez años. Fue él quien se lo relató, una noche mientras abordaban las dificultades sexuales que habían estado teniendo el último tiempo. Dificultades que se habían manifestado de manera constante y sostenida por primera vez desde que empezaron a pololear, hace un año y medio. Esa noche, Lucía dio inicio a la conversación y le preguntó si había algo que lo estuviera incomodando. Lo había notado distante, retraído y con un nivel de ansiedad inusual. Y los últimos encuentros sexuales, contrario a como habían llevado su sexualidad hasta entonces, habían sido breves, poco placenteros y ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. La frecuencia había disminuido notoriamente y él había estado mucho más reticente que en épocas anteriores.

Lucía lo atribuyó inicialmente a una etapa transitoria y una falta de ganas por parte de ambos. “Eso puede pasar y me imagino que es común en cualquier dinámica de pareja, independiente del tiempo o la cercanía. Pero se fue volviendo más frecuente y quizás el problema fue que, en vez de hablarlo, la dinámica acordada –de manera tácita– fue la de evitar el tema”, recuerda. Al cabo de tres meses, ya no estaban siendo episodios aislados. Se trataba, como explica ella, de una situación que se había vuelto constante. Y evadirla solo hacía que cada encuentro sexual –y junto a eso, la cotidianidad– se volviera más incómodo e inoportuno para ambos.

Él le respondió, después de titubear, que le diera tiempo porque quería contarle algo que le costaría mucho verbalizar. Ella lo escuchó en silencio y no lo presionó. Después de abordar otros temas superficialmente, le dijo que había sido abusado por un familiar cuando era chico, que las imágenes habían vuelto a aparecer hace poco y que se sentía confundido y aterrado. También le dijo que había querido destapar esta experiencia en sus sesiones de terapia junto a su psicólogo, a quien llevaba más de seis meses viendo. Y que al contarlo por primera vez había sentido que un gran peso que lo acompañaba incesantemente desde la infancia, se alivianaba. Ya no sentía vergüenza, o al menos quería dejar de sentirla. Lucía entendió en ese minuto que ya no se trataba de ella, de la dinámica de pareja que habían desarrollado o de las dificultades sexuales que habían tenido. Su pareja y alguien muy importante en su vida estaba lidiando con un trauma y ella tenía que ser un apoyo y un soporte en este proceso. ¿Pero cómo?

Según los especialistas, la sexualidad de los sobrevivientes de abuso sexual infantil puede verse fuertemente afectada durante muchos años, porque el proceso de sanación es largo. A menudo, las repercusiones se manifiestan en relaciones que tienen de adultos, años después, en situaciones no esperadas y como síntomas no deseados. Porque como dice el psiquiatra y académico de la Universidad Diego Portales, Adrián Mundt, en los casos de trauma sexual temprano la psique reacciona con el olvido y la negación, fragmentando y parcializando la memoria y guardando el episodio traumático en el subconsciente.

Es por eso que lo más recomendable, según explica, es promover una evaluación y un tratamiento profesional, porque la mayoría de las terapias funcionan de manera tal que exponen a la víctima al acontecimiento traumático, para así poder narrarlo, ordenarlo e integrarlo como algo vivido, pasado y sobrevivido.

Pero, una vez abordado esa etapa primordial, ¿qué rol cumple la pareja si es que el otro ha vivido un trauma? ¿Cómo se los puede ayudar si han sido víctimas de abuso sexual?

Como explica Adrian Mundt, dado que los traumas sexuales tempranos alteran la autoestima y se manifiestan en desregulaciones emocionales –además de alterar la sexualidad de las personas afectadas–, como pareja siempre es recomendable asumir una actitud acogedora para así poder moderar esas desregulación y reforzar con respeto la autoestima del otro.

El psicoanalista especialista en traumas y académico de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, lo explica así: lo que se genera en las personas que han vivido una experiencia traumática es una sensación de incertidumbre, miedo y soledad. Eso es lo primero. Pero súbitamente después se genera una sensación de vergüenza frente a lo ocurrido, porque lo que hace el abusador, como explica el médico y psicoanalista húngaro en su libro Confusión de lengua entre los adultos y el niño, es introducir un lenguaje en el abusado que automáticamente la o lo responsabiliza, no haciéndose cargo el abusador de lo hecho y desconociéndolo por completo. Por lo tanto, la víctima se siente abandonada, avergonzada y totalmente inhabilitada para hablar.

Cuando finalmente se exterioriza la experiencia de abuso, según explica el especialista, lo primero que hay que saber es que esa persona está relatando una experiencia muy dolorosa, quizás porque encuentra que es el momento, o porque ya no quiere vivir con ese secreto o porque necesita apoyo. Por eso, el rol de la pareja, si es que la hay, es el de estar presente y darle a entender al otro que está disponible para cuando quiera hablar, sin insistir. “Querer hablarlo ya es aliviador. Pero en esa segunda etapa, que tiene que ver con cuando las persona afectada se permite relatar la experiencia traumática, hay que saber que van a existir momentos en los que esa persona va querer hablar y otros que no. Cuando presionamos al otro lo hacemos por las mismas ansiedades que nosotros sentimos por esos episodios, pero hay que tratar de no hacerlo. Más bien hay que entender que el otro o la otra tiene sus tiempos, y eventualmente va querer volver a hablar. Desde ahí, lo que puede hacer la pareja es dejarle claro que está y preguntar de vez en cuando cómo se han sentido”, explica. Y, por sobre todo, tanto la pareja como la persona afectada tienen que entender que esa experiencia no es definitoria de quienes somos como sujetos. “El hecho de ser abusada o abusado no hace de esa persona una etiqueta”.

El silencio no es inocuo

En la medida que estos temas se silencien, como explica Matamala, existe el riesgo de que el trauma se vuelva más profundo. Principalmente porque la víctima se siente aun más sola. “Por eso es fundamental que si nuestra pareja ha sufrido un trauma le demos a entender que estamos disponibles para cuando quieran hablar. Y eso se lo podemos mostrar con apertura. Lo importante es que, aunque tome tiempo, no se genere un silencio. O que no se de paso a la idea de que hablar de esto es un estorbo o hacer como si el hecho nunca ocurrió. Para que el abusado se sienta sostenido y también entienda que hay ritmos y que su pareja va estar ahí cuando quieran hablar”.

Esto lo tratan los psicoanalistas húngaros Nicolas Abraham y Mária Török en su libro La corteza y el núcleo, donde dan cuenta de que las experiencias de violencia y las situaciones traumáticas suelen ocurrir también en la medida en que no se hablen, porque el silencio aumenta la sensación de soledad, de vergüenza, pena y rabia. Eso, a su vez, perpetúa la sensación de que no se pueden hablar de ciertas cosas y empieza a trascender a nivel familiar. El silencio individual pasa a ser sostenido por toda la familia. Y la víctima guarda, o resguarda, esa experiencia porque es muy doloroso abrirla. Pero solo cuando se abre, y se rompe el silencio, se puede empezar a pensar en la sanación.

Por eso, cuando la persona abusada decide abrirse, es clave que él o la que lo escuche, no vuelva a convertirlo en una experiencia tabú. Y que no se transforme en un pacto de silencio. Más bien, para contenerlos, hay que tener claro que es una situación profundamente dolorosa, pero que no los define y no los constituye. “Para que pueda ir atravesando esta situación, va requerir de ayuda y de escucha. Ahí es clave comprender al otro, pero también entender que no es uno el que los va salvar. La pareja está para contener, escuchar y apoyar. Y no hay que dejar de observar qué nos pasa a nosotros; muchas veces cuando uno escucha estos relatos, especialmente si son de personas queridas, nos pueden afectar. Hay que ser empáticos con ellos, pero también con nosotros mismos”, concluye Matamala.

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