¿Por qué mi estado de ánimo no refleja cómo me siento?




Si hay algo en lo que soy experta, es en las patologías psicosomáticas. Esto, que en palabras simples significa convertir los trastornos psíquicos en síntomas físicos, ha sido algo que me ha acompañado desde que tengo memoria. ‘¿Está estresada?’ Es lo que me preguntan casi siempre los doctores cuando voy a alguna consulta. De cualquier tipo, en serio. Y me respuesta siempre es la misma: no. Porque aunque mi mente no lo quiera asumir –o más bien sentir– mi cuerpo siempre me está avisando que hay algo que me tiene inquieta. Y casi siempre este aviso se manifiesta en dolor estomacal.

Luego de un largo periodo de todos tipos de exámenes, comprobé que se trataba de algo sicológico. Los doctores, al no encontrar nada, concluyeron que se trataba de colon irritable y que, por lo tanto, estaba directamente ligado a mi estado anímico. Entonces, sí estaba estresada. No, no me di cuenta. Y así me pasa con varias de mis emociones. Siempre creo que estoy bien. Que podría ser peor.

Según un artículo del diario español El País, las enfermedades psicosomáticas aparecen por emociones como la ansiedad, el estrés, la ira o la angustia. “Las emociones positivas nos generan sensación de alegría y de refuerzo, nos hacen fuertes. Las negativas nos debilitan”, explicó Josep Maria Farré, jefe del servicio de psiquiatría, psicología y medicina psicosomática de USP Institut Universitari Dexeus. Según el especialista, existe una somática positiva, con una respuesta orgánica que mejora nuestra salud general. Enamorarse, sentirse motivado por un trabajo o disfrutar de una buena comida, hacen que liberemos dopamina, neurotransmisor que genera esa sensación positiva que se traduce en un bienestar general.

Sin embargo, cuando se trata de emociones negativas, la activación de nuestro cerebro cambia. Se liberan otro tipo de neurotransmisores y hormonas que, aunque el cerebro los necesita para muchas de sus funciones, en exceso pueden generar daño. Así lo explica la psiquiatra de Clínica Las Condes, Lina Ortiz: “El estrés influye de una manera que es bien biológica. Lo que hace es que se produzca más cortisol –hormona que se libera como respuesta a este estado anímico– y si se encuentra en dosis muy altas, altera el funcionamiento de ciertos órganos que probablemente en esos pacientes son más vulnerables”.

En el peor de los casos, esto podría transformarse en un dolor crónico. “Este tipo de dolor se define como aquel que permanece por más de seis meses habiéndose tratado la causa que lo generó. Un ejemplo muy común es la infección urinaria. Hay personas que luego de tener un episodio muy fuerte, quedan con ciertas sensaciones que persisten en el tiempo, como las ganas constantes de ir al baño. Sin embargo, hay otros pacientes que solo tienen crisis, las que comúnmente se traducen en cefaleas, colon irritable, alergias en la piel y dolores en la espalda. Y, en estos casos, afortunadamente ese sujeto todavía se las puede arreglar, aunque suelen ser personas que están muy desconectadas con lo que les pasa”, dice la especialista.

Y es que al parecer, quienes suelen ser psicosomáticos, responden a un tipo de personalidad. La psicóloga Alejandra Rodríguez, con diplomado de psicosomática de la Universidad Diego Portales y directora del Directora del Centro Psicosomática Chile, lleva años estudiando sobre este fenómeno. “La neurociencia ha definido que las emociones son energía y que todas deben ser descargadas. Entre más intensa, mayor necesidad de hacerlo. Para descargar las emociones existen tres vías: verbal, somática y conductual. El paciente psicosomático tiene bloqueadas la vía verbal y conductual y, por consecuencia, termina enfermando un órgano vulnerable”, cuenta.

¿Pero quiénes son estas personas? “En 1992, Joyce Mcdougall –psicoanalista psicosomática– acuñó un concepto muy interesante que los denominó como normópatas, personas que están permanentemente orientadas al deber ser, que destinan poco tiempo y espacio para hacer las cosas que quieren, están ligadas a la norma y lo que las sociedad espera de ellas. Entonces, desde esa perspectiva, son personas con problemas para poner límites”, dice Alejandra.

Además, ambas expertas hablan sobre el término alexitimia. “Quienes hacen estos cuadros son aquellas personas con rasgos alexitímicos, es decir, tiene una falta de capacidad para conectarse con las emociones. Es muy típico de las personas que, inconscientemente, no le hacen caso a cómo se sienten y prefieren rendir”, explica Lina Ortiz. “Lo que pasa es que tienen dificultad para verbalizar lo que sienten, por lo tanto, bloquean esa vía y descargan esa emoción a través del organismo. Por eso se terminan enfermando. Porque hay una descarga persistente de las emociones que, al no ser expresadas, el cuerpo se ve obligado a pagar las consecuencias”, concluye Alejandra Rodríguez.

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