¿Qué esperamos cuando esperamos?

El científico y académico de la Universidad de Stanford, Robert Sapolsky, publicó en 1994 el libro ¿Por qué las cebras no tienen úlcera? La guía del estrés, en el que postula que los patrones de enfermedades que urgen a las sociedades contemporáneas han cambiado. Contrario a nuestros antepasados, los padecimientos que se han hecho más presentes son producto o tienen que ver, según el autor, con el estrés. A modo de ejemplo, decide recurrir a una escena gráfica: si hay una cebra y una persona en la sabana africana y se acerca un león, ambos salen corriendo. Si el león desaparece luego de cinco minutos, la cebra vuelve a pastar al mismo lugar donde estaba antes. Mientras que la persona sigue arrancando, probablemente decide sacar un seguro de vida y planifica nunca más volver a ese lugar.

Y es que los seres humanos tenemos la capacidad de construir escenarios futuros. Y dentro de esos escenarios futuros, están nuestras expectativas. Las cebras, entre otros mamíferos, no tienen tan desarrollado el neocórtex –la parte de la corteza cerebral donde están las funciones cognitivas superiores– y por ende no generan tantas expectativas o sufrimiento construido. Por eso, como explica el autor, no tienen úlcera.

Pero ¿cómo se modulan las expectativas? Las expectativas son creencias centradas en el futuro y tienen que ver con nuestros deseos y proyecciones. Frente a la incertidumbre, como explica el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador joven MIDAP, Cristóbal Hernández, nos disponemos a anticipar, porque de por sí el poder anticipar nos permite hacer del devenir algo más predecible. Y eso, a su vez, nos hace sentir seguras y seguros. “Se trata de nuestra opción por defecto. Anticipar hace que el mundo sea manejable y entendible, porque nos facilita codificar los eventos en un esquema más abordable. Nos permite dar por hecho ciertas cosas y ocupar la mente en otras”, explica.

En ese sentido, según explica el especialista, nos movemos por heurísticos –atajos mentales que nos facilitan la resolución de problemas que de otra manera serían más complejos– y ahí las expectativas cumplen un rol clave. Porque son auto-confirmantes, en tanto que también nos orientan a actuar de una manera consistente. “Si espero que algo salga bien, es más fácil que persista. Por eso, las expectativas son también una proyección de nosotros mismos; siempre interpretamos el mundo desde una perspectiva sesgada, eso es parte central de ser sujetos”, explica Hernández.

Según el psiquiatra y académico de la Facultad de Medicina de la Universidad Diego Portales, Adrián Mundt, las expectativas personales tienen que ver con que nuestro presente se construye en base a un permanente diálogo, en una negociación interna nutrida por el pasado pero incorporando deseos y proyecciones hacia el futuro. “La narrativa del yo presente requiere de una tensión entre el pasado y el futuro. Y, en tiempos de grandes incertidumbres como los que vivimos ahora, esta narrativa se fragmenta y eso causa ansiedad y angustia”, explica.

Para él, las expectativas tienen que ver con lo que Sigmund Freud denominó el superyó, la instancia moral enjuiciadora del yo, en la que se encuentran nuestros deseos, pero que nos hace cumplir con las normas, las auto exigencias y con lo que los demás esperan de nosotros. “Lo he visto todo este tiempo en mi consulta, especialmente con mujeres, que llegan angustiadas porque quieren conciliar cosas absolutamente imposibles, como el trabajo de jornada completa desde la casa, las labores domésticas, de crianza y de cuidado. Lo que hay que saber es que uno no trabaja desde la casa, uno intenta trabajar desde la casa. Eso significa que hay que ajustar las expectativas de productividad según la necesidad individual. No son tiempos normales y no podemos esperar una productividad como la que acostumbrábamos. Lo que podemos esperar de nosotros, de nuestros colegas, colaboradores, subordinados o jefes depende completamente de su situación individual y tiene que ajustarse siempre”, explica.

En ese sentido, el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Claudio Araya, postula que tener muchas expectativas de felicidad correlacionan de manera negativa con la felicidad y el bienestar. Se trata, según explica, de una brecha entre el ahora y el estado futuro que aun no ocurre. “Nuestra persistente búsqueda de la felicidad hace que seamos infelices al final del día, y eso tiene que ver con que nuestra mente construye realidades y expectativas; cosas que no pasan todavía pero que deseamos que ocurran, y eso genera una diferencia entre el estar presente y el futuro. Esa brecha es una fuente de sufrimiento”, dice. “Porque, además, pareciera ser que si entramos en esa lógica, nada es suficiente”.

Se trata del paradigma del déficit, por el cual nos sentimos constantemente en falta, de cosas materiales o de nosotros mismos. Y es que las investigaciones lo han demostrado: las personas cuyos estándares de exigencias con sigo mismos y con otros son altos, presentan mayores niveles de insatisfacción. “No se trata de no tener expectativas y no tener visión de futuro, que por cierto nuestro cerebro construye, sino más bien de no quedar completamente atrapadas y atrapados por las expectativas o que nuestra experiencia del presente no quede teñida por ellas. Darse cuenta de eso puede ser aliviante, porque el bienestar no ocurre por satisfacer todos tus anhelos, sino que por reducirlos o simplificarlos a veces, o incluso –si es posible– soltarlos”, explica Araya. “No podemos dejar de tener expectativas porque son parte de nuestro neocórtex, que muchos denominan como nuestro ‘casco de realidad virtual’. Pero sí podemos aprender a usarlas y orientar nuestra mente para que cultive motivaciones como el altruismo y la compasión”.

Cristóbal Hernández agrega que manejar las expectativas tiene más que ver con una disposición al mundo más que con técnicas. “Es difícil no sentirnos afectados si no cumplimos con las expectativas que teníamos, porque son el reflejo de lo que queremos de nosotros u otros. Pero lo que podemos hacer es ajustarlas. Llevándolo a la actualidad, sería como preguntarse: ¿Es esperable rendir como antes? ¿Es esperable sentirme bien todo el tiempo? Probablemente no. Entonces saber eso y adecuarse al nuevo contexto".

Más sobre:SociedadVida sana

COMENTARIOS

Para comentar este artículo debes ser suscriptor.

¡Oferta especial vacaciones de invierno!

Plan digital $990/mes por 5 meses SUSCRÍBETE