Por qué en pandemia hay quienes están destruyendo su piel por estrés y cómo solucionarlo

La semana pasada en una videollamada por Zoom con mis amigas, una de ellas se negó a conectar su cámara. Nos contó que su piel estaba muy mal, llena de granos rojos por toda la cara, “como una frutilla”, dijo. La última semana había estado en cama angustiada, y solo se levantaba al baño para revisarse la cara y apretarse algunos granos, para después volver a acostarse. A los pocos días, su psiquiatra le explicó que la agresión que se había hecho era un síntoma de un trastorno obsesivo compulsivo (TOC) gatillado por el estrés.
En el último Manual de Diagnóstico de Psiquiatría (DSM-V) publicado en 2013, la “escoriación” –o rascado agresivo de la piel– se incluyó como uno de los síntomas de este tipo de trastornos, siendo el primer vínculo oficial entre una patología de la mente y una de la piel. El experto en psicodermatología de la Universidad Católica, Mauricio Sandoval, asegura que “el 30% de los problemas en la piel tienen una comorbilidad con patologías psiquiátricas absolutamente complejas, que no pueden tratarse solo con una crema”.
Así lo descubrió Amalia Madi (25), cuando al empezar su internado en Medicina buscó en el DSM-V respuestas sobre por qué no podía parar de apretar sus espinillas. “Desde la adolescencia he tenido acné y hasta este año no había tenido síntomas de alguna compulsión, pero ahora cuando me angustio o pienso en el futuro, mi dedo está en mi cara, rascándome, tanteando, apretándome”, cuenta. “Y una vez que empiezo no puedo parar. Sé que estoy haciendo algo malo para mi piel, pero no puedo detenerme, y empieza el círculo vicioso de la culpa por dejarme la cara llena de heridas. Aunque prometo que no lo haré más, no cumplo porque al llegar a mi casa tengo el espacio para que nadie me vea hacerlo”, agrega Amalia.
En la revista del Colegio Ibero-Latino-Americano de Dermatología publicada en 2016 en México, hablan de que el “skin picking disorder” o “Dermatilomanía” se define como una necesidad de rascar, frotar, apretar, morder o excavar la piel, a menudo como respuesta a mínimas irregularidades de la misma. Esto, según el estudio sería un medio para canalizar situaciones de estrés: “Afecta al menos a un 1,4% en la población general, alcanzando cifras hasta 9% en la población adulta, donde al menos tres cuartas partes del total de pacientes son mujeres”.
Rascarse de forma excesiva de la piel constituye un síntoma de patologías como el TOC y el Trastorno por Ansiedad, y para entenderlo es clarificador saber dónde empieza ese impulso que puede llegar a ser incontrolable. El experto Mauricio Sandoval explica que la relación entre la piel y nuestro cerebro se da desde el día 18 de gestación del embrión. “Las placas del embrión comienzan a tomar forma, y a partir del mismo tejido, se crea el cerebro en el interior, y lo que queda afuera, es la piel. Si bien las emociones están ligadas a todos los órganos del cuerpo, el punto importante aquí es que la piel se ve”, dice.
La psiquiatra Mónica Valdés agrega que esa conexión puede presentar fallas: “Si se produce una fractura en nuestra psiquis o en el “yo interno”, eso se refleja a través de los neurotransmisores en la piel. Las causas más comunes se transportan a la primera infancia, donde se originan las patologías psiquiátricas a partir de pequeños traumas, angustias o tristezas. Éstas luego se se asocian con una predisposición genética –que está presente siempre en los fenómenos dermatológicos–, para luego traducirse en otra fractura: una en nuestra ‘piel emocional’”
Esa ‘piel emocional’ comunica lo que está pasando en nuestro interior, pero también es una receptora de lo que pasa afuera. “Se desarrolla entonces un sistema de “alerta constante” hacia las situaciones que puedan agrandar esa fractura en contextos de estrés. Hacemos un mecanismo de defensa para canalizar la angustia y la rabia, pero en un intento último de adaptarnos a lo “adecuado” socialmente –como por ejemplo, no enojarnos–, preferimos agredirnos a nosotros mismos antes que agredir a otros expresando nuestro problema. Ahí es donde empieza la escoriación, como un acto de contención”, afirma la psiquiatra.
Eso explicaría el hecho de que muchas veces, el dolor que nos provocamos no sea suficiente para detener ese impulso subconsciente a dañarnos. Sofía González (24) lo notó desde que estaba en tercero básico. “Desde que tengo memoria me rasco compulsivamente la cabeza hasta dejarme costras. Todas las noches antes de ir al colegio lo hacía y siempre amanecía con tajos. En las pruebas me rascaba sin parar, y después me iba al baño para seguir hasta sacarme sangre. Todo empeoró en la universidad por el nivel de exigencia al que estaba sometida y ahí fue la primera vez que fui al dermatólogo. Me habló con mucho tacto para decirme que quizás tenía que consultar un psiquiatra, y cuando lo hice, me diagnosticaron un cuadro de depresión, ansiedad y obsesión”, cuenta.
Si bien uno podría pensar que el dolor es lo que puede “despertarnos” de la auto-agresión en el momento, Mónica Valdés asegura que “muchas veces no está ni cerca de ser suficiente para que una persona deje de rascarse, porque ese dolor se traduce en un alivio para la angustia que está sufriendo el cerebro. Como se vuelve corporal, se convierte en un distractor placentero y adictivo para la mente”, mientras que Mauricio Sandoval agrega que “es placentero pero dañino en exceso”.
Por eso, el acto tiene que ser reconocido por nosotras mismas para comenzar un proceso de sanación, con, o sin dolor. “La auto-percepción del daño que la persona se está haciendo a sí misma la hará entender que puede haber algo más profundo. El paciente generalmente no asocia a que el problema en la piel también puede ser de la mente, e incluso existe un rechazo hacia ello, por lo que no es frecuente que haya una derivación al psiquiatra en el primer control dermatológico”, dice Sandoval.
Pablo Moya, doctor en Ciencias Biomédicas de la Universidad de Valparaíso, explica por qué la compulsión por rascar la piel aparece con mayor frecuencia en épocas de estrés. “Las conductas obsesivas son pensamientos irracionales que se entrometen en tu vida, y provocan una “urgencia” por tener un alivio momentáneo. Esta pérdida de control se exacerba con el estrés porque vemos la necesidad de protegernos ante una posible amenaza. Se empieza a producir adrenalina y cortisol para estar alerta, pero cuando se activan de manera prolongada, como en esta pandemia que no tiene fecha de término, generan problemas en nuestro organismo y por ende, en la piel”.
A esto se le suma el uso constante de químicos, alcoholes y jabón que potencian la destrucción de la capa protectora de la piel. La químico farmacéutico y profesora de tecnología cosmética Lorena Baeza, cuanta que “si la capa se rompe muy seguido, se forman grietas que la descascaran al mínimo contacto. Por eso para regenerarla, hay que hidratarle todos los días en la noche y en la mañana, pero lo más importante, es saber identificar qué tipo de piel tenemos para realizar un cuidado diario obligatorio”.
Así, para pieles grasas, secas y mixtas, la especialista recomienda realizar un lavado durante la noche y la mañana todos los días acompañado de una hidratación que regenere la capa de protección y la proteja con factor solar. “Es recomendable hacer un ritual riguroso, y no echarse cualquier cosa. Hay que terminar con el mito de la pasta de dientes para secar las espinillas, o el uso de corticoides que dan una solución rápida a la irritación pero que a la larga pueden ser extremadamente peligrosos. Por eso consultar a un profesional en estos casos es tan importante”.
Para Amalia Madi, la cuarentena ha sido una ayuda para sanar las heridas de su piel, no solo porque tiene tiempo de hacerse un tratamiento, sino porque no está yendo al hospital producto de la suspensión de su internado y, por lo tanto, la angustia que le provocaban las exigencias diarias a disminuido. “Mi piel ha tenido la oportunidad de recuperarse gradualmente gracias a que no estoy expuesta a un lavado constante o a las heridas de las mascarillas y las antiparras por el roce. Pero también mis dedos han dejado de tocarla, he canalizado las angustias meditando, y así, yo también he podido recuperarme con ella”, dice.
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