¿Por qué las víctimas de abuso se demoran en denunciar a sus agresores?




El 14 de marzo el Tribunal Oral en lo Penal de Viña del Mar dio por iniciado el juicio en contra del cineasta Nicolás López, acusado por múltiples mujeres que trabajaron con él entre el 2004 y 2016 de violación y abuso sexual reiterado. Fue en esa ocasión que su abogada defensora, Paula Vial –quien se declara públicamente militante del movimiento feminista–, postuló en los alegatos de apertura que era un mito que las víctimas de abuso y violencia sexual se demoraban en denunciar. Y que lo comprobaría con distintos especialistas del área de la salud mental.

Frente a sus dichos, las redes sociales no tardaron en reaccionar. Ese mismo día, José Andrés Murillo, presidente de la Fundación para la Confianza –organización que actualmente le brinda asistencia jurídica a las víctimas de López– escribió en su Twitter: “La defensora Paula Vial dice que es un mito que las víctimas de abuso sexual se demoran mucho tiempo en denunciar. Qué impactante!” y las interacciones –entre retweets y respuestas– fueron más de 300. De todo tipo, pero parecían girar en torno a un mismo eje; las víctimas de acoso, abuso y violencia sexual cuentan con razones de sobra por las que se demoran en develar lo ocurrido. Sea por trauma, por una incapacidad de revivir lo que les pasó, por una asimetría de poder que hace que sea muy difícil hablar o incluso por mecanismos de defensa que impiden que la víctima recuerde el hecho –en ese caso ni siquiera se trata de no querer hablar, sino que físicamente no pueden hacerlo–, las develaciones son casi siempre tardías.

“Yo me demoré más de 12 años en contarlo, 20 para hacer terapia y nunca hice denuncia porque era un familiar”, contó una usuaria. “Las palabras de Vial son misiles que llegan a las víctimas y al entorno de las mismas. Requiere urgente disculpas, porque alocuciones como estas pueden llevar al suicidio o al silencio eterno”, decía otra. “Yo me demoré 20 años sólo en darme cuenta porque lo tenía bloqueado”, decía una tercera. Y así, con testimonios que daban cuenta que la defensa del cineasta había incurrido en una falacia, se abrió el debate: Las víctimas se demoran en denunciar, de eso no hay duda pero, ¿cuáles son los factores que inciden al momento de tomar la decisión, de manera consciente o inconsciente, de callar? Aquí recurrimos a dos psicólogas especialistas para que no quedaran dudas.

Como explica Guila Sosman, psicóloga clínica y docente del equipo de psicología jurídica de la Universidad Diego Portales, dentro de los elementos que hacen que las víctimas se demoren en hablar o denunciar, uno de los principales es el temor a la reacción de la sociedad, porque de base, existe una tendencia hacia la responsabilización o culpabilización de las víctimas. “Desde el minuto que hacen la denuncia y hablan con operadores que no están habilitados para recibir estos relatos, se las pone en duda. ¿Cuántas veces hemos escuchado que se les pregunta por qué estaban vestidas así o por qué no hablaron antes? Se les adjudica la culpa y se empieza a dudar de lo que dicen y de ellas como personas”, profundiza.

En casos como el de Nicolás López se suma además que ocurren en una esfera laboral altamente exigente y de jerarquización en que existe una asimetría de poder que hace que las víctimas muchas veces sientan que si hablan, las pérdidas son enormes. “Estamos hablando de un director que es muy influyente en el rubro y que cuenta con respaldo y mucho poder. Ahí opera una fuerte asimetría que permea en otros ámbitos”, explica Sosman. A eso, la psicóloga y directora del Área de Acompañamiento de la Fundación para la Confianza, Paula Vergara, agrega que quien está agrediendo, muchas veces utiliza diversas estrategias de victimización para sostener el silencio. “Se crean contextos o escenarios en los que quien agrede puede victimizar a ciertas personas pero a otras las trata amablemente para que no piensen que está cometiendo ese tipo de conductas”, explica la especialista. Por lo mismo, continúa, denunciar puede implicar una gran pérdida para las víctimas.

“Que los abogados digan que es mentira que las víctimas se demoren en denunciar tiene como objetivo desestimar los testimonios de las víctimas, apelando a la idea de que se trata de falsos recuerdos y que ellas solo quieren obtener algo de esto. Pero lo que hay que saber es que más que ganancias secundarias, denunciar conlleva muchas pérdidas; es exponerse, es revictimizarse, es perder tiempo, vínculos y trabajos. Nunca es fácil hacer una denuncia y en mis 22 años de experiencia no recuerdo un solo caso en el que la víctima haya estado buscando una ganancia al denunciar”, explica Vergara. “Generalmente lo que se busca es justicia en términos de reconocimiento, la validación por parte de la comunidad, y que quien cometió el delito, tenga una sanción”.

Por eso, hablar de que no existe una develación tardía de lo ocurrido es, según Vergara, apelar a una incomprensión de la fenomenología del abuso. Porque hay que entender que para que el abuso ocurra, tienen que confluir una serie de condiciones; una de ellas es la posición de poder de quien transgrede y comete el delito; otra es la omnipresencia del silencio –estos temas siguen siendo tabú–; la falta de testigos que puedan dar cuenta de lo ocurrido; y, finalmente, que existan contextos poco seguros en los que estas dinámicas están normalizadas.

A eso se le suma que muchos abusos son cometidos en un contexto familiar y de relaciones cercanas. “Es distinto cuando no sabemos quién es y se nos somete por la fuerza, pero cuando es un conocido, es otra la estrategia que opera; el silenciamiento y la distorsión cognitiva de la realidad. El agresor dice cosas que parecen adecuadas pero no lo son y justifica sus actos recurriendo a verbalizaciones del tipo ‘no pasa nada; tú también tienes ganas; algo hiciste para que yo te transgrediera’. Estas dinámicas confunden y la víctima empieza a dudar de sus propias percepciones. Eso hace que se vuelva muy difícil distinguir perceptual y cognitivamente que se trata de un abuso”, explica Vergara. Incluso muchas veces estos hechos pueden estar acompañados de malestar psicológico y síntomas como la pena, el miedo, la rabia, la vergüenza y la culpa, pero aun así la persona sometida no puede reconocer que se trata de un abuso.

“La víctima lo vive con culpa por no haber detenido la violencia, por no haberse defendido, y se empieza a gestar la falsa creencia de que debió haber hablado inmediatamente. Pero el hablar inmediatamente implica en muchos casos vergüenza de haber estado involucrada en algo así o por no haberse dado cuenta que era un abuso. Se va retardando la posibilidad de hablar, porque además el hablar implica dar cuenta de una experiencia traumática. Frente a eso, las víctimas no pueden prever cómo van a reaccionar los demás y si van a recibir apoyo”, profundiza Vergara.

Por lo mismo, hay una serie de factores que convergen y que finalmente dan paso, como explican los especialistas, a que la denuncia se retrase. De hecho, de las víctimas que solicitan orientación y ayuda en la Fundación para la Confianza, más de un 70% ha develado tardíamente lo ocurrido. “El abuso ocurre en contextos complejos y la prueba más significativa, al menos en nuestro ordenamiento jurídico, es el relato de la víctima. Pero eso es altamente paradójico, porque también es la prueba más cuestionada y desestimada”, explica Vergara. “Se pierde la idea de que en estricto rigor la víctima está hablando de algo ocurrido en la intimidad que le cuesta mucho externalizar y que está siendo expuesta”. Y es que, como agrega Sosman, las faltas del sistema judicial también influyen en que se demoren en denunciar; “No hay confianza porque no existen garantías de que el juicio llegue a puerto. Muchas veces son juicios engorrosos, confusos, en los que hay maltrato por parte de los operadores del sistema judicial y una fuerte revictimización”.

A esto hay que sumarle que la experiencia del abuso sexual es traumática y que la dinámica abusiva en sí se constituye una trauma cuyo correlato a veces se manifiesta de manera neurológica. “Hay zonas del cerebro que se activan a modo de alerta y de mecanismo de defensa cuando ocurren hechos de alta intensidad, y nosotros no tenemos cómo saber cuál va ser nuestra respuesta neurológica; si vamos a huir, luchar o someternos frente a los hechos. Por eso muchas veces los recuerdos se van bloqueando y no quedan disponibles a la consciencia. Por lo tanto, reconstruir la escena puede implicar un enorme esfuerzo psicológico para la víctima”, explica Vergara. “Pueden pasar años antes de que aparezcan los recuerdos a modo de flashback o que se nos aparezcan las imágenes en los sueños, y eso de por sí es muy violento para la psiquis. Esto tiene que ver con una respuesta neurológica-psicológica y también con una dificultad de todos nosotros, los que estamos al otro lado, de dar una respuesta protectora y de contención a la víctima”.

Por eso, son las instancias de identificación con otras las que pueden ayudar a que se levante el silencio. Las primeras acusaciones a López se articularon en 2018, año en que el movimiento #MeToo repercutió a nivel mundial. Ese mismo año, Guila Sosman escribió en una columna en El Mostrador que el mito de la mujer “loca”, “histérica”, desequilibrada y emocional es solo eso; un mito construido para sostener discursos opresores androcéntricos y justificar las desigualdades que perduran hasta hoy. Porque de base, como escribe Sosman, esas son las mujeres cuyos relatos hay que cuestionar; “Este director nos presentó en sus producciones cinematográficas mujeres desorientadas, perdidas, reprimidas e inestables, bajo la premisa de que estas películas daban cuenta de la complejidad femenina (…) La imagen de la mujer “loca” es la que mal interpreta un coqueteo, joteo o piropo, creyendo que es violencia sexual, cuando claramente no lo es, siguiendo el argumento de López. En otros términos, se debe dudar de la palabra de las mujeres, si pensamos que históricamente sus palabras han tenido menos poder que las de los hombres, de esta forma es más sencillo naturalizar y minimizar los actos de violencia que buscan mantener el orden de la sociedad actual”.

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