Ser sorora no significa que no puedas odiar a la amante de tu pareja

ser sorora con la amante paula



Cuando Shakira lanzó su nuevo tema, titulado “BZRP Music Session #53″, las críticas no se demoraron en llegar. Y es que, en la canción, la artista colombiana aludía abiertamente a su exmarido Gerard Piqué y a su amante, Clara Chia. La tildaron de poco sorora y de mala feminista por criticar a otra mujer, de despechada por hablar mal de su ex y de rabiosa por mostrarle su dolor al mundo. Pero ésta, es historia conocida. En esta sociedad, a las mujeres no se nos tolera sentir rabia ni enojo. Nos tratan de locas, de poco racionales, de despechadas. Además, se nos cuestiona si es que fuimos engañadas dentro de una relación monógama: de víctimas, pasamos a ser las culpables del quiebre de nuestra propia relación porque no supimos satisfacer las necesidades de nuestra pareja.

El juicio al que Shakira está siendo sometida hoy, donde se la culpa de no poner en práctica el feminismo y la sororidad, es uno de los más antiguos resabios de la cultura patriarcal, sostenido en mitos que ponen a las mujeres contra las mujeres y al hombre, al margen y como víctima de su deseo sexual. Para la psicóloga feminista Pía Urrutia, entender la sororidad desde el amor incondicional hacia las mujeres, es un gran error. “El ser mujer no es un indicador de que voy a ser responsable afectivamente o de que voy a ser buena intrínsecamente. La sororidad se debe entender como la idea de poder ponerse a trabajar en conjunto con otras mujeres para finalmente acabar con nuestras opresiones. Entendido desde ahí, no basta con ser mujer. Y creo que tenemos todo el derecho de enojarnos con otra mujer, a criticarla. Eso en ningún caso nos hace menos sororas”, asegura.

Para la psicóloga Stefanella Costa, Investigadora del Centro de Estudios en Neurociencia Humana y Neuropsicología y del Centro de Estudios en Psicología Clínica y Psicoterapia de la UDP, al trasladar la discusión y la lucha de poder que propone el feminismo con la idea de la sororidad hacia una lucha de poder entre dos mujeres, se cae en una trampa más del patriarcado. “Cuando se critica a la amante o a la mujer que fue engañada en vez del hombre que fue infiel, se puede ver el privilegio masculino en todo su esplendor, disfrazado en esta lucha de poder entre dos mujeres”, dice.

Aquel privilegio masculino se sostiene en distintas creencias culturales que influyen en el hecho de que se nos haga a las mujeres responsables de tantas cosas, dice Costa. “Una de las creencias es que las mujeres somos monógamas. Bajo esta creencia se nos exigen estándares sobre el comportamiento sexual mucho más altos que a los hombres. Se espera que seamos monógamas y fieles, mientras que, a los hombres, hasta hace muy poco y de una manera implícita y subterránea, se les celebraba su masculinidad y virilidad”, asegura.

Por otro lado, dice Costa, “está la expectativa de que las mujeres somos más capaces de controlar nuestra líbido y deseo sexual de una manera en que los hombres no son supuestamente capaces. Entonces, se nos hace responsables no solo de nuestros propios deseos, también del deseo masculino. Somos responsables de controlar nuestro deseo y además, de no tentar el deseo del otro”. Respecto a esto, la psicóloga feminista Pía Urrutia agrega que la figura de la amante –frente a los ojos de la sociedad– ha sido tan demonizada por una razón similar: “la maldad dentro de las mujeres, asociada al deseo sexual o a la sexualidad vivida libremente, hace miles de años está categorizada como algo malo. Entonces, la agencia de buscar activamente a alguien para tener un vínculo sexo-afectivo siendo mujer, ya tiene una carga de que la culpa la tiene la mujer”, asegura.

La figura de esta otra mujer, la que complace, ha sido dibujada desde el inicio de los tiempos como una mujer pérfida y malvada, que disfruta libremente de su sexualidad, que es libre de los compromisos que representan ser esposa, viéndolo desde una perspectiva patriarcal, explica Urrutia. “La primera representación de esta imagen de amante que tenemos en el imaginario colectivo es cuando Lilith, la primera esposa de Adán, que estaba caracterizada como una mujer que disfrutaba mucho del sexo, nunca se quiso someter a su esposo y finalmente lo deja. Adán se queda con Eva, que es una mujer sumisa que le cree a Dios. Pero Adán igual la engaña y se crea esta historia de la manzana, que representa la tentación, un impulso causado supuestamente por las mujeres, una idea que se reafirma hasta la época actual, cuando a las mujeres se las sigue viendo como las culpables de la infidelidad, sea cual sea su rol”, concluye.

Sabemos que estas creencias machistas influyen en cómo se vive una infidelidad para cada una de las partes, pero ¿cómo influye la práctica del feminismo y con ello, de la sororidad, al momento de enfrentarse a otra mujer que nos hizo daño? Desde la vereda de la amante, dice Urrutia, “aunque las personas tenemos libre albedrío, sí podemos ser responsables con nuestras acciones, siendo empáticas y capaces de poder vislumbrar cuál es el efecto que mis acciones van a generar en la otra persona. Sabiendo además que, sobre todo para las mujeres, una de las cosas que más genera dolor en la vida es la infidelidad. Por eso, es posible desarrollar una reflexión: quizás yo no quiero a esta otra mujer, pero si logro ver que esto le puede generar daño, puedo darle una vuelta a la relación que estoy teniendo con este hombre comprometido”.

Por otro lado, cuando nos provocan un dolor tan grande y se produce un quiebre abrupto de un acuerdo que sostenía sueños, un futuro y una certeza específica, suena paradójico no tener derecho a enojarnos con esa persona que nos lo provocó. Y es que ser feminista y actuar de manera sorora no nos hace amar incondicionalmente ni comprender de inmediato el actuar de esa mujer sólo por el hecho de serlo. Sentir rabia y enojo, es normal. Sin embargo, es menos tolerado en nosotras, las mujeres. “La rabia y el enojo, que es una forma de expresión más descontrolada, menos racional y frecuentemente asociada con la locura, es menos tolerada en las mujeres. Por ejemplo, cuando el año pasado, Will Smith le pega con ira, enojo y descontrol a Chris Rock en la ceremonia de los Premios Óscar, la crítica que se hizo si bien fue desde una lectura feminista, también fue más tolerada e incluso aplaudida, a diferencia de como ocurre con una mujer que está enojada porque le fueron infiel, como el caso de Shakira”, dice la psicóloga feminista Pía Urrutia y explica: “esta idea de la mujer despechada, enojada y poco digna porque le fueron infiel también está sustentada en que las mujeres deberíamos tolerar el constructo de que existe la mujer-esposa, que cumple los roles de cuidado en la casa y otra mujer, que va a complacer al hombre en términos sexuales”.

El daño que una infidelidad produce, explica Pía, es la pérdida del sentido. Un sentido que antes existía por la cotidianeidad o el saber que hay ciertas cosas que son seguras, como que los acuerdos que hice con mi pareja serán vigentes para hoy, mañana y pasado. “Cuando ocurre una infidelidad, muchas veces las personas pierden el sentido. Miran hacia atrás y se dan cuenta de que todo aquello que pensaban que era, no lo era. Eso genera mucha angustia porque las personas necesitamos completar y darles sentido a las cosas. He visto cómo amigas y pacientes se han sentado a conversar con esa otra mujer, la amante y no desde el juicio moral, sino que desde una perspectiva sorora, donde a pesar de que yo estoy enojada con ella, no la voy a dañar, sino que conversar. Conversar desde el asumir que se le ha hecho daño a otra persona, es una forma de reparar. Para muchas mujeres, eso genera calma y resulta sanador”, concluye.

Lee también en Paula:

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.