Ser y hacer: “Nos cuesta y nos genera ansiedad el no sentirnos eficientes, desconociendo los atributos y beneficios que trae el no hacer nada”




Los primeros meses de pandemia tuvimos que encerrarnos en nuestras casas, quedándonos a la espera de información e instrucciones que nos iban entregando las autoridades sanitarias sobre cuándo salir, cuánto salir, con cuántas personas podíamos compartir y dónde salir. Esto era algo absolutamente nuevo para nosotros, el tener que replegarnos en nuestras casas y dejar en mano del destino toda nuestra vida productiva, social, laboral y afectiva. La crisis sanitaria nos imponía sus tiempos y formas, obligándonos, sin querer, a mirarnos internamente de manera constante.

Ahí comenzó toda una ola de apoyo de profesionales de la salud mental exponiendo y entregando estrategias de cómo poder hacer frente a este trauma colectivo, apareciendo con fuerza conceptos como la meditación, atención consciente, bienestar, reflexión, entre otros; poniendo en el centro y dándole relevancia al mundo emocional de las personas. Las prácticas nombradas anteriormente no son nuevas y menos en el oriente, donde llevan siglos practicándolas, pero efectivamente en occidente cada vez son más conocidas, pese a qué todavía “el hacer” tiene más peso que “el ser”.

Una de las bondades que tuvo la pandemia sobre nosotros, los seres humanos, ha sido demostrarnos la importancia de conectarnos con nosotros mismos, de aprender a parar para mirarnos, conocernos y realmente comunicarnos con los otros, aprendiendo, a la fuerza, que no podemos controlar todo y que finalmente lo relevante es el ser.

He tenido la suerte de contar en mi vida con grandes amigas y reunirnos en torno a conversaciones que nos permiten ir creciendo. En una de esas instancias apareció con intensidad la importancia, sobre todo de nosotras las mujeres, del saber parar, detenerse, soltar, darse tiempo para una misma, validar lo que nos pasa, reconocernos y no seguir en la lógica de la “multitarea”, idea que a mi parecer es más bien cultural, y bastante conveniente para quienes descansan en ella. Pienso que es tan importante mostrarles a nuestras/os hijas/os la importancia de lo planteado anteriormente, ¿Cómo hacerlo si nosotros, los adultos, estamos la mayoría del tiempo corriendo y viviendo en una lógica del hacer, que en muchas ocasiones se reduce a la productividad? Por lo menos para mí no es algo que me salga tan fácil, y es algo que efectivamente sé que es importante.

Andrew J. Smart, en su libro El arte y la ciencia de no hacer nada, plantea la importancia de entregar tiempo al ocio y la reflexión para el desarrollo de la creatividad y mejorar la salud mental. En nuestra cultura, el no hacer nada, no es una práctica que esté integrada y con la cual nos sintamos cómodas. Muchas veces nos avergonzamos de descansar, de irnos a la hora de nuestros trabajos, de desconectarnos cuando llegamos a nuestra casa, de dormir un rato o simplemente dejar fluir nuestra mente. Nos cuesta, nos genera ansiedad y cierta inquietud el no sentirnos eficientes, desconociendo los atributos y beneficios que trae el no hacer nada.

Hoy día los niños, niñas y jóvenes toleran poco tiempo sin estar haciendo algo y con la incorporación del mundo digital a sus vidas, se frustran aún más rápido al no hacer nada. Muchos son los que están en varias actividades extra programáticas o de verano para que no se aburran o se estimulen, las cuales claro que son un aporte, pero hemos dejado de entregarles tiempo libre, en donde a través del aburrimiento puedan desarrollar la creatividad y crear actividades basadas en su mundo interior, permitiéndoles así ir descubriendo qué es lo que les gusta o atrae. Son tantas las ofertas de cursos, talleres, clases, a lo que se suma el miedo a que estén mucho tiempo expuestos a la tecnología y a nuestra culpa de que se aburran en las casas, que hemos llenado todos sus espacios, sin darles la posibilidad a ellos mismos de encontrarse.

Esta reflexión es una invitación a poder dedicarle tiempo, tanto nosotros los adultos como nuestros hijos, al aburrimiento, a tolerar esa sensación desconocida pero tan necesaria para nuestro desarrollo y crecimiento como seres humanos.

Josefina Montiel es psicóloga clínica.

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