Sexo fuera de la norma: “Se suele pensar que quienes tenemos distintas capacidades somos infantiles y no ejercemos nuestra sexualidad"

A propósito del Día Mundial de la Salud Sexual, que se conmemoró el 4 de septiembre, quisimos dar cuenta de que existe un imaginario hegemónico en torno a la sexualidad –que se mantiene y refuerza, entre otras cosas, por la inexistencia casi absoluta de una educación sexual, por la poca representatividad en los medios y en los productos de consumo cultural, y por la pornografía mainstream– que determina que debe ser de una sola forma y que le corresponde a ciertas personas y corporalidades. ¿Cuáles son las sexualidades que quedan fuera de la norma y por qué es tan importante visibilizarlas?




A la integrante del Movimiento Feminista por la Accesibilidad Universal (Femacu), Estefi Leiva (25), muy pocos hombres se le han acercado para intentar establecer un vínculo afectivo. Si lo han hecho, ha sido únicamente antes de que se dan cuenta que es ciega. Luego, cuando finalmente lo detectan, no saben cómo proceder. Varios le han dicho “no sé cómo relacionarme contigo” y una vez, recuerda, le gustó a alguien que abiertamente dijo que le daba miedo lo que pensarían los demás si es que se relacionaba con una mujer ciega. “En mi adolescencia, mientras todas mis amigas empezaban a pololear o a vincularse de manera sexoafectiva con otras personas, debe haber habido solo un chico que se atrevió a decirme que yo le gustaba. Para el resto, antes que ser persona, tengo una discapacidad. Siempre ponen la discapacidad primero”.

Como Estefi hay muchas y muchos que son marginalizados del imaginario que existe en torno a la sexualidad, uno que determina que le corresponde exclusivamente a ciertas personas y ciertos cuerpos, y que ha sido construido –y se refuerza– mediante la inexistencia casi absoluta de una educación sexual integral, la institucionalidad pública y privada y a través de los distintos productos de consumo cultural, entre los que destacan las películas, las series y la pornografía mainstream.

Se trata, como explica la orientadora familiar y activista por los derechos sexuales y reproductivos, Jessica Lillo, de dispositivos de control que han contribuido a que la sexualidad no sea expresada en plena libertad y sea más bien regulada. “Lo decía Foucault en sus estudios de sexualidad: los principales dispositivos de control provienen desde las instituciones públicas y privadas, tales como los centros de atención hospitalaria, los centros de salud, los colegios, los internados y las cárceles, entre otros. Estos son lugares que tienden a disciplinar los cuerpos y a normar qué hacen las mujeres y los hombres y qué espacios ocupan. Por lo tanto, las personas que no calzan con esos patrones únicos se sienten excluidas o marginalizadas. Los cuerpos en este sistema tienen que ser funcionales, porque tienen que estar en beneficio y a disposición constante”, explica.

A esto, según Estefi Leiva, también se le suman las iniciativas como la Teletón, que han contribuido a infantilizar, desde una perspectiva adulto centrista, a las personas con discapacidad. “Se suele pensar que los que tenemos distintas capacidades somos infantiles y, por ende, no ejercemos o comprendemos la sexualidad. A los niños no solo se los invisibiliza en esta sociedad, sino que también se los priva de una educación sexual que enseñe respecto al placer, el deseo, la identidad de género y la orientación sexual. Por ende, se da paso a un círculo vicioso entre la falta de representatividad y el imaginario colectivo que percibe la sociedad desde una mirada adulto céntrica y capacitista –de “capacitismo”, una forma de discriminación o prejuicio contra las personas con discapacidad–. Nos ven como personas que no tienen deseo y que no van a ser deseadas”.

Y la desinformación, como en todo ámbito, permite que se creen estereotipos, mitos y estigmas. Dos de los más instaurados, según Leiva, tienen que ver con que las personas con discapacidad física o intelectual son hipersexualizadas o asexuadas. “Las dos pasan por esta noción de que si tenemos una discapacidad y por ende somos como los niños; no tenemos una sexualidad desarrollada o, en su defecto, no tenemos un filtro como para poder frenar la libido. Como esta idea de que las personas con discapacidad intelectual siempre se están masturbando y hay que esterilizarlos. Está lleno de mitos y estereotipos”, dice.

Estos mitos que surgen desde el desconocimiento, como explica Lillo, dan cuenta de que la única sexualidad validada e instaurada como modelo a seguir es una que se basa únicamente en las capacidades de las personas y no en sus necesidades o deseos. “Es una sexualidad androcentrista, falocéntrica, en la que existe una meta que es llegar al orgasmo. Pero eso es muy reduccionista, y todo lo que no responde a ese patrón queda fuera del marco normativo. Quedan fuera las personas con discapacidades evidentes y no tan evidentes; cuerpos que no obedecen a los cánones de belleza hegemónica o al modelo universal impuesto; y todos aquellos que no pueden cumplir con las exigencias o capacidades que te pide esta sexualidad, como por ejemplo que a todos nos gusten las relaciones coitales. Los que no se erotizan con las prácticas comunes, también quedan fuera”.

Según explica la especialista, vamos naturalizando este imaginario colectivo a tal punto que ni lo cuestionamos. “Lo supuestamente ‘normal’ es que las personas tengan prácticas sexuales de tres a cuatro veces a la semana. En mis asesorías sexuales muchos me dicen que no logran esa frecuencia y me preguntan si están mal. Se sienten validados cuando les digo que lo impuesto es difícil de cumplir. Tengo que estar diciéndoles constantemente que es normal estar fuera de la norma”, explica Lillo. “Nos han instalado una sola forma de sexualidad que además es rentable, porque todos hacemos grandes esfuerzos por responder a esos estereotipos y lograr calzar con esos estándares tan altos”.

Y es que, como explica el terapeuta ocupacional y activista sexofuncional, Diego Ramos Medina, toda la vida se nos ha dicho que hay cierta forma de cuerpo que es la correcta y aceptada. “Esto empieza con la medicina y la ciencia y luego se reproduce y refuerza mediante los productos de consumo cultural, en los que hay nula representatividad de diversidades. Está la idea de que el cuerpo correcto, además, nos provee de bienestar, cumple ciertos estándares y tiene una forma determinada. Y nos pasamos toda la vida intentando llegar a tener esa figura hegemónica del cuerpo, que de por sí no existe. Es tan solo un sustento patriarcal”.

A su vez, según explica, el placer es percibido en sociedades neoliberales como una recompensa o un estado al que llegamos únicamente luego de ser productivos y útiles. “Bajo esta lógica, intentamos producir lo más posible y dejar el menor tiempo posible destinado a actividades que puedan distraernos de la producción. La única función que cumple el placer es ser un incentivo para seguir produciendo. Y por eso, para muchos, el placer ha sido lo más renegado en sus vidas”, explica.

La lógica que termina predominando, según los especialistas, es la de enseñar y reproducir la sexualidad normativa para tratar de alcanzarla, en vez de dar cuenta de las millones de posibilidades. “Nadie va querer ser parte de una sexualidad que se aleja de lo normativo porque es castigada. Como disidencia, queremos que se nos valide, pero el deseo por querer ser parte de la norma termina siendo más grande porque también es una forma de protegernos de la violencia. Aprendemos a ser sexuales de una forma normativa para no ser violentadas de otras formas”, señala Ramos Medina.

Siendo una persona disidente sexual y disidente funcional, Ramos Medina se ha enfrentado a reacciones de impacto, malestar y omisión. “Teniendo relaciones sexo afectivas con hombres y personas no binarias y estando en silla de ruedas, he visto el rechazo que se genera en el espacio público. Porque finalmente, el espacio público es para personas heterosexuales y cisgénero. Las nuestras, en cambio, son vidas que tienen que ser reparadas o encajar de alguna manera en el parámetro hegemónico”.

La gran deuda en los centros de salud sexual

Como explica Jessica Lillo, en Chile la salud tiende a ser reactiva, más que preventiva e integral. Por lo tanto, hay muchas prácticas médicas que no consideran el ámbito de la sexualidad. “Es muy común que no se le pregunte a las personas cómo es su vida sexual o si tienen prácticas sexuales individuales que puedan verse afectadas por una patología determinada. Muy pocas veces se informa respecto a que el consumo de ansiolíticos y fármacos relacionados a los trastornos emocionales pueden incidir en la libido. En general, no hay una capacitación respecto a las diversidades sexuales. Y es que los mismos mitos que tenemos a nivel social, se replican en los centros de salud. Hay resistencia o mofas cuando llegan personas transgénero y se niegan a nombrarlos con el nombre social. En cuanto a las mujeres, se da por entendido que todas tenemos prácticas sexuales heterosexuales y los métodos anticonceptivos que se nos da son pensando en que ejercemos prácticas penetrativas coitales”.

En el ámbito educacional, recién en 2016 se definió una normativa que establece que las mallas curriculares de los colegios tienen que incluir la educación sexual en la básica y media, pero que la orientación y foco de tal queda a disposición de los colegios y de lo que ellos estimen necesario entregarle a su comunidad. Desde su creación, la ley no ha sufrido ninguna modificación. Recién en julio de 2018 el Ministerio de Educación y el Ministerio de Salud presentaron un proyecto para que, en lugar de primero medio, fuera quinto básico el año en el que se determinara la obligatoriedad para recibir información. Esto dado que en países como Canadá los programas de educación sexual se implementan a partir de kínder.

La deuda, como explica Lillo, está en la falta de una política de educación generalizada que establezca que toda la población tenga acceso a una educación sexual desde los primeros años de escolaridad. “En este minuto gran parte de la responsabilidad la tienen las familias, pero si no hemos recibido educación sexual, no se puede hacer nada desde ahí”.

Como explica la psicóloga y terapeuta de parejas, Daniela Werner, “acá hay un tema que tiende a repetirse en situaciones en las que se busca una sola respuesta o a simplificar lo que es complejo. Es una tendencia por tratar de crear conceptos o formas de mirar el mundo que ojalá sean lo más simples posibles. Lo perjudicial de eso es que lo simple termina siendo simplista y se pierde finalmente la complejidad que tiene el ser humano”. Ha habido, según explica la especialista, una intención de dar paso a un ahorro cognitivo en la cual, por tratar de simplificar, se termina por reducir. “Se cree que si hay un problema sexual, hay que ponerse más creativos y comprar en el Sex Shop, en vez de ver todos los aspectos que pueden estar envueltos en la sexualidad, como los estilos de apego, las formas de vincularse de cada uno y cómo hemos sido socializados. Se han dejado de lado todos aquellos grupos que hablan de una mayor complejidad, que hablan de búsquedas distintas y a las personas con capacidades diferentes. Muchas veces en estas rigideces se esconde una sociedad en la que hay miedo. Miedo a lo desconocido, miedo al otro y miedo a que vaya a desestructurar lo que ya conocía y me acomodaba”.

Pero es esta diversidad, como explica Ramos Medina, es la que finalmente permite que nos adaptemos y sobrevivamos. “La diversidad cultural es riqueza. Entonces, cuando se nos invita a pensar que existen otras formas de relacionarse sexo eróticamente, podemos considerarlo una posibilidad. El hecho que funcionemos de manera distinta a la que está estipulada, es de por sí un valor intrínseco”.

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