Terminar amistades en tiempos de crisis: ¿Es un buen momento?




“Han sido meses adversos. Piénsalo dos veces antes de enojarte con tus amigos porque pueden estar pasando por un momento difícil”, decía un mensaje breve que se divulgó en algunas páginas de salud mental en redes sociales a principios de junio. El llamado era claro: en tiempos de crisis y mayor incertidumbre todos –incluyéndonos a nosotros mismos y a nuestros pares– tenemos el derecho a estar mayormente irritables, sensibles y susceptibles, y lo ideal, según sugería la publicación, es ser doblemente comprensivos con aquellos que nos rodean, pese al posible primer impulso de ser lo contrario.

Efectivamente en este último tiempo hemos estado más hostiles y propensos a pelear. La tendencia, contrario a la comprensividad sugerida, ha sido la de dejar de escuchar y bloquear a esa persona que nos irrita, como si se tratara de un acto ineludible. Es por eso que esa frase venía a recordarnos que muchas veces nuestros amigos no son quienes cargan con la responsabilidad de lo que estamos sintiendo. Pero después de ese primer paso, en el que asumimos que todos deberíamos ser un poco más tolerantes en situaciones extraordinarias, son otras las preguntas que parecieran surgir: Si algo nos está incomodando, ¿tenemos que obviarlo solamente porque estamos viviendo tiempos complejos? ¿Hasta qué punto el contexto mundial justifica nuestros comportamientos y el de los demás? Y ¿qué tanto les permitimos actitudes nocivas a nuestras amistades bajo la premisa de que están atravesando un momento difícil?

En Chile la situación es aun más compleja. A la pandemia, los meses de encierro y las dificultades colaterales, se le suma la tensión provocada por una coyuntura social y política que nos ha tenido a todos mayormente ansiosos y en estado de alerta desde octubre del año pasado. Los quiebres amistosos no fueron inusuales luego de que quedaran expuestas las diferencias ideológicas de personas que nunca antes se habían visto enfrentadas a tener que abordar ciertos temas o tomar posturas más radicales en una discusión. Lo que estaba ocurriendo era inédito, y no existían pautas de comportamiento. Por lo mismo, los especialistas hicieron un llamado a que no se tomaran decisiones radicales.

Como explica la directora del Diplomado en Psicosomática y Psicoanálisis de la Universidad Diego Portales, Daniela Carrasco, en tiempos de crisis, en los que se exacerban las emociones y quedan expuestas las diferencias, lo recomendable es no tomar decisiones definitivas y ser más bien cuidadosos de las relaciones, porque es la red de apoyo la que finalmente nos sostiene. La alternativa es guardar distancia temporalmente o explicitarle a la persona indicada lo que nos incomoda, porque a veces el silencio, como explica, es más agresivo que una discusión.

Aun así, la especialista es enfática al decir que siempre, independiente del momento social o político en particular, es válido –y necesario– cuestionar los vínculos. Así como también es fundamental entender que hay relaciones que cumplen un ciclo determinado y luego se detienen, como cualquier otro ciclo vital. De hecho, según un estudio longitudinal realizado por el sociólogo holandés Gerald Mollenhorst, renovamos al menos la mitad de nuestras amistades cada siete años.

La pregunta respecto a si nuestras amistades nos hacen bien o si es mejor terminarlas porque están siendo nocivas, es una que nos deberíamos hacer siempre. Aparece con más relevancia ahora porque estamos atravesando un momento en que las emociones están a flor de piel, pero uno se debiese poder cuestionar las relaciones permanentemente”, explica Carrasco. “Los cuestionamientos que surgieron del estallido no son respecto a cosas que no existían, simplemente no las queríamos o podíamos ver. Las amistades tóxicas existen, por lo tanto, más que pensar ¿en qué me aporta?, es bueno pensar qué me une a esa persona. Puede que en otro momento haya sido importante, pero ya no. Puede que estas amistades hayan sido utilizadas, sin darnos cuenta, como un bastón del cual nos apoyamos para seguir caminando”. Lo ideal, entonces, como sugiere, es cuestionarnos si aún queremos y necesitamos ese vínculo.

Esa interrogante, según Carrasco, siempre es válida. El problema radica en que nos cuesta conectarnos con nuestras necesidades reales. “Si sentimos que una relación de amistad o amorosa nos está haciendo daño y no la podemos sostener, sería absolutamente impresentable pensar que hay que seguir sosteniéndola a toda costa. Hay que normalizar que a veces los vínculos cumplen etapas, y seguir alargando esa vida artificialmente no tiene sentido”, explica.

Y no solo no tiene sentido, sino que está estrechamente relacionado a una degradación de la salud. En un estudio dirigido en 2017 por el doctor en Psicología de la Universidad de Michigan William J. Chopik, en el que se entrevistó a 271.053 adultos, se reveló que valorar las amistades estaba vinculado a un mejor funcionamiento físico y mental, mientras que aquellos que mantenían relaciones tensas eran más propensos a presentar enfermedades crónicas. Por lo contrario, aquellos que contaban con el apoyo de sus vínculos tenían mejores predicciones por un mayor bienestar subjetivo. Los acontecimientos recientes aceleraron el proceso de revelar algo más profundo de cada uno de nosotros, que en algunos casos había permanecido oculto hasta ahora. ¿Tenemos, entonces, el derecho a reformular nuestras amistades?

El psicólogo clínico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, Juan Yáñez, identifica tres situaciones que atentan contra la naturalidad de las amistades actuales. Por un lado, está el distanciamiento social, que de por sí es contradictorio a la naturaleza gregaria del ser humano. Por otro lado, está el hecho de que como humanidad estamos inmersos en una situación de alerta y no sabemos habitar la incertidumbre por mucho tiempo; por lo tanto, cuando esto ocurre, estamos mucho más sensibles, impulsivos, se producen situaciones que se salen de nuestro control y perdemos la tolerancia. Y, por último, está también el hecho de que las demandas sociales quedaron expuestas. "Estamos en deuda, personal o colectivamente, y eso siempre genera angustia. ¿Cómo contribuimos? Lo que ocurre actualmente está directamente relacionado con nuestros estados emocionales precarios: el miedo, la vergüenza, la pena y la rabia. Por eso es muy fácil que cualquiera entre en una actitud de violencia ", explica.

Yáñez advierte que las fugas de amistades que se han producido en este periodo dependen en gran medida del nivel de amistad. Aquellas que tienen un carácter funcional, que pueden ser del tipo laboral o transitorias, son precisamente las que están en riesgo, porque son mayormente prescindibles. Pero aquellas que son más profundas y que tienen que ver con una condición íntima y personal, pueden detenerse temporalmente, pero es poco probable que se acaben. “En una amistad profunda, por más que ese amigo esté en el lado opuesto del espectro, se puede tener un conflicto alto y seguir siendo amigos. La amistad se mantiene porque el sustrato es humano y no ideológico. Es válido entonces que se vean afectadas las relaciones humanas, pero el nivel de impacto va a depender de la profundidad de la amistad”.

Y es que la amistad es parte de la condición humana. “Las amistades son necesarias porque tienen que ver con la construcción de nuestra identidad personal. Uno se ve reflejado en los ojos de los demás. Si entendemos eso, entendemos que podemos habitar distintos tipos de amistades; se puede entrar y salir de ellas, pero no podemos prescindirlas”, explica Yáñez. Lo importante, según el especialista, es enfrentarse a tomar la decisión. “Los aportes de una amistad pueden ser muchos, pero si no está siendo un aporte, es bueno evaluarla. Lo que está pasando es que nos vamos a sincerar. La renovación surge de momentos críticos como los actuales, y probablemente reformulemos nuestras amistades y abramos nuevos frentes”.

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