Valeria Rueda, nutricionista: “El sentirse discriminado por el peso aumenta el riesgo de enfermedades, e incluso la mortalidad”




Cuando pensamos en nuestro cuerpo, muchas veces, los pensamientos son los peores enemigos. En la mañana, al ponerse la ropa o en la tarde, al pasar por un espejo; aparecen, casi de forma volcánica, palabras crueles, que nos hieren. Palabras que no le diríamos a nadie, ni a nuestro peor enemigo. Palabras que da vergüenza admitir. Palabras que se infiltran como una voz silenciosa capaz de arrasar con todo a su paso. Hiperestimulados de imágenes que nos llaman a alcanzar determinadas formas, prácticamente no hay nadie que no haya pasado por alguna experiencia así.

Según la séptima encuesta del colectivo La Rebelión del Cuerpo, realizada en 2019, un 84% de las mujeres no se siente conforme con la forma de su cuerpo. Dos años después, en pandemia, los trastornos de la conducta alimentaria tuvieron un aumento explosivo. Desde entonces, los profesionales del área ha reportado aumentos de hasta un 30% en sus consultas, especialmente por motivos de bulimia y atracones.

La nutricionista Valeria Rueda (25) es parte de una generación de nutricionistas que quiere cambiar la manera en que nos relacionamos con la alimentación. Alejada de la lógica tradicional de las dietas, promueve una noción de salud apartada de los mensajes asociados a la balanza y las calorías, centrándose en otros indicadores asociados al bienestar y salud. Valeria cree que esa es la manera de eliminar los estigmas en torno al peso y permitir que las personas puedan aplicar hábitos saludables, sin pasarlo mal, en el largo plazo.

¿Por qué decidiste entrar a estudiar Nutrición y Dietética?

Me gustaría que fuera una historia más romántica, pero la verdad esto viene súper influido de mi familia. Mi papá es gastroenterólogo y mi mamá es nutrióloga, entonces el tema de los alimentos y comida estaba súper incorporado en la conversación familiar. Desde chica yo escuchaba hablar de hospitales, de salud y de enfermedades, entonces al momento de elegir, Nutrición se convirtió en un camino muy natural. Cuando entré me sorprendió bastante lo profunda que era la carrera, en relación a lo que se estudia sobre el funcionamiento del cuerpo humano. Había mucho de fisiopatología, fisiología, bioquímica. En general, se piensa que Nutrición es fácil, pero en realidad es una profesión desafiante y completa.

Te defines como una profesional no peso-centrista, ¿Esa decisión fue algo consciente? ¿Siempre tuviste la idea de aplicar este enfoque?

Sí, fue una decisión tomar este camino. Quería empezar a trabajar de una manera distinta. En la universidad, me daba cuenta que se hablaba del peso de una manera muy simplista, como si se tratara de una simple ecuación, que depende de la fuerza de voluntad de cada persona. Y la verdad es que cuando salí, empecé a estudiar por mi cuenta y comencé a ver a mis pacientes, volví a reafirmar que el peso no es tan controlable bajo esas variables. Hay muchos factores involucrados: genéticos, sociales, medioambientales, psicológicos.

Además, tuve algunas experiencias que me marcaron en ese sentido. Me acuerdo en la práctica cuando le hice un control a un niño de 3 años que entró llorando a la consulta porque no quería subirse a la pesa. En ese minuto, supe que otro profesional de la salud le había dicho que estaba obeso y que, por eso, ahora no quería atenderse. Eso me impactó porque, tenía 3 años, y estaba desgarrado llorando porque cierto cálculo le dio esa categoría. Pensé: ‘Algo tenemos que estar haciendo mal’.

¿Cómo llegaste a encontrar una metodología apropiada que calzara con esta idea?

Cuando empecé a trabajar sola, encontré el tema del Weight Stigma, que era algo completamente desconocido para mí. Ahí me di cuenta cómo ese prejuicio tiene un impacto directo en los comportamientos de las personas, e incluso se ha visto que se asocia con mayor mortalidad o morbilidad. El sentirse discriminado y bajo ciertos estereotipos aumenta ese riesgo de enfermedades. Encontré, en ese momento, el enfoque de salud en todas las tallas y la alimentación consciente e intuitiva. Ahora, que no me centro en el peso, me enfoco en atender la salud integral.

¿Cómo se lleva eso a la práctica? ¿Cuáles son los indicadores a medir cuando el foco no está puesto en la balanza?

Yo entiendo por salud el bienestar físico, mental y social. En ese sentido, nos enfocamos más en comportamientos saludables, como el movimiento placentero, la actividad física, la nutrición amable, la disminución del consumo de alcohol y drogas, y la higiene de sueño. Esos hábitos traen cambios beneficiosos, haya una baja de peso o no. Tampoco se trata de una guerra, donde hay que evitar que las personas bajen de peso. Si eso pasa, debería ser consecuencia de ese cambio de rutinas, que van alineados con salud física y mental. De lo que se trata todo esto, es de encontrar un modo de vida de haga sentido, que permita participar socialmente y que no restrinja a las personas. Que no lo pasen mal.

¿Tiene que ver con el bienestar?

Sí, pero también hay un tema concreto de números. O sea, cuando trabajamos de este modo, sí se ven pacientes que mejoran su colesterol, glicemia, presión arterial o triglicéridos. Hay otras cosas que también se pueden ir midiendo, como la higiene del sueño, el estado de ánimo, la relación con la comida, la mejor digestión, el mejor rendimiento deportivo.

Hacer dietas en base a restricciones alimentarias ha mostrado ser poco eficaz a largo plazo. Si tienen tan poca efectividad, ¿Por qué las personas aún siguen estas fórmulas que prometen hacer bajar de peso?

Eso está muy influido por la cultura de la dieta y la obsesión por la delgadez. Hay una presión fuerte a lograr un cierto tipo de cuerpo, por eso se cree que bajar de peso es lo mejor que nos puede pasar en el mundo, independiente de la razón por la que esté ocurriendo esa baja. Además, por la gordofobia, las personas de cuerpo grande viven día a día un estigma y discriminación súper fuerte, entonces si se muestra una salida rápida para dejar de ser foco de burlas, es lógico que las personas decidan tomarlo. Por eso, es algo que sigue y continúa siendo común en estos días. Una vez leí una frase que decía que apenas el 1% de toda la población mundial tiene el cuerpo que exigen los estándares de belleza. Eso no es representativo.

Siendo un tema que afecta a tantas personas, ¿Por qué crees que recién ahora se está considerando en instancias más formales o académicas?

Es súper difícil, aunque creo que hoy en día el estigma del peso se conversa un poco más en las universidades e instancias profesionales. De hecho, en las últimas guías canadienses de la obesidad de 2022 se discutió, pero fue la primera vez que se puso sobre la mesa, al menos en un documento de esta magnitud. Al final, con estas pequeñas acciones, va cambiando el paradigma y eso es algo que hay que celebrar.

En los últimos años -y probablemente de la mano de los movimientos como el body positive y body neutrality-, han surgido diversas profesionales de la salud, cuyo enfoque está dirigido hacia la salud y que están en contra de la cultura de la dieta. ¿Te sientes parte de una generación que está haciendo un cambio en cómo entendemos nuestra relación con la comida?

Sí, me siento parte. De hecho, tenemos un grupo que se llama Prospich (@prospich.cl) de profesionales que son peso inclusivo en Chile. Empezamos a formar comunidad, con el objetivo de crecer cada vez más para hacer un cambio y pensar la salud como un asunto más integral. Claramente no estamos en contra de comer frutas y verduras, sino de ver la salud como algo completo, donde se consideren factores sociales y psicológicos. Es algo que nos importa.

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