Vivir sin complejos: No busquemos un cuerpo perfecto, busquemos un cuerpo feliz




Basta con hacer una búsqueda rápida en Google de la palabra axila. Resultados aparecen miles, pero los principales tienen que ver con cómo “mejorarla”: cambiar su tonalidad, depilarla, eliminar sus olores. A simple vista, pareciera que esta es una zona del cuerpo que hay que arreglar, que no se debería quedar tal cual como está. Porque la axila, nos han enseñado, es un problema. Y aunque sea solo una de las partes de nuestro cuerpo que hemos aprendido a modificar o esconder, resulta ser de la que menos hablamos.

Y las soluciones que entrega la web para resolver estos supuestos problemas también son miles. Hay desde videos tutoriales en los que enseñan a aclararlas usando papas, miel y cúrcuma, hasta algunos donde aseguran que en China las axilas no huelen, y entregan consejos para conseguir el mismo efecto oriental.

Ni siquiera nos gusta mucho la palabra. En mi familia, por ejemplo, cuando éramos chicos no nos hablaban de axila, sino que de “tilita”, que asumo viene de axilita. La idea, pareciera ser, siempre ha sido además de higienizar esta zona bajo los brazos, que se vea lo menos posible, y esté lo más pelada posible. El problema es que todo este discurso en torno a ellas ha hecho que se conviertan en algo que nos acompleja, que no nos gusta, y que finalmente terminamos por esconder. ¿A quién le incomodan tanto nuestras axilas?

Si hiciéramos una revisión de nuestro cuerpo, algo así como un scanner, encontraríamos muchos otros lugares que nos acomplejan, o que sentimos que deberíamos modificar su apariencia. Los pechos tienen que verse juveniles y simétricos pese al paso del tiempo; el estómago debe ser liso y duro. ¿Cuántos abdominales hemos hecho con la esperanza de encontrarnos, una linda mañana, con calugas marcadas? Cien diarias, respondería mi yo adolescente, que leyó en una revista que eso era lo que hacía Britney Spears.

Pero con las axilas es distinto. Los complejos que sentimos respecto al resto del cuerpo tienden a estar asociados a normativas hegemónicas sobre cómo nos deberíamos ver. Hablo de un cierto tipo de pelo –color, textura, largo–, composición corporal y peso, color de ojos, largo de nuestras piernas y brazos. Pero sin importar qué tan flaca, que tan rubia de ojos azules, o que tan “exóticos” sean los rasgos, las axilas no van a ser “perfectas” y no van a calzar con lo que se espera de ellas.

Porque buscamos axilas de muñeca plástica, totalmente lisas, sin pelos, poros ni granos, y sin una gota de grasa. No vaya a ser que se forme esa temida montañita cuando usamos poleras sin mangas o vestidos strapless. Pero esa perfección que perseguimos, gastando tanta plata, tiempo y salud mental en el proceso, nunca ha existido. La crearon las salas de edición de las revistas y de las agencias publicitarias, donde nos achican, nos alisan, nos aclaran y nos quitan todo lo que no nos debería gustar. Ni siquiera las modelos de portada se ven como las muestra el papel couché. Y las influencers tampoco se ven realmente como publican en sus fotos, donde lucen minúsculos trajes de baño en islas paradisiacas.

En una entrevista con la animadora de programas de conversación, Chelsea Handler, la chica reality e influencer de redes sociales, Khloe Kardashian, aseguró que ama Facetune, la aplicación con la que puede cambiar sus rasgos y físico antes de subir una foto a Instagram. “No es real, le estás presentando al mundo lo que quieres que crean que eres. Es maravilloso”, dijo en esa conversación, grabada hace cinco años para Netflix. Pero es tan maravilloso que la volvió una persona que controla hasta el más mínimo detalle de lo que los demás ven de ella. Tanto así, que este fin de semana de Pascua tuvo a su equipo de PR bajando una foto que se filtró por accidente, donde aparece en bikini y sin alteraciones. Una verdadera tragedia, en su libro.

Y se trata de algo que, si bien tenemos absolutamente normalizado, procesamos de forma extraña. Porque aunque sabemos que lo que estamos viendo en las portadas, en los avisos y las redes sociales no es real, igual nos genera una necesidad de vernos así. Así de “perfectas”, así de plásticas. Como muñecas que pueden tener mucho poto, y aún así el vientre plano y las piernas ultra contorneadas. ¡Qué importa la genética! ¡Qué importa que conseguir esos estándares sea imposible!

En el documental Miss Americana, la cantante Taylor Swift se refiere a estas presiones sociales: “Si eres los suficientemente delgada, entonces no tienes ese trasero que todos quieren. Pero si tienes suficiente peso como para tener un trasero, tu estómago no es lo suficientemente plano. Es imposible”.

Pareciera entonces, que el problema es que hemos estado buscando mal. Nuestra meta no debiera ser esa perfección inventada e impuesta, que no existe y que muy probablemente nunca vamos a conseguir. Tampoco caigamos en que tenemos que amar cada parte de nuestro cuerpo, porque puede que nos encontremos con partes que, para ser honestas, no nos encantan. Pero enfoquemos la búsqueda en ser personas felices. En levantar los brazos cuando nos sacamos fotos con las amigas, aunque nuestras axilas estén manchadas o no estén perfectamente depiladas. En reír aunque tengamos los dientes chuecos. En disfrutar de los momentos, sin que nuestros complejos nos arruinen los paseos, los cumpleaños y los almuerzos familiares. Dejémoslos atrás porque ellos son los que nos sobran, no los kilos.

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