Guía para apreciar arte urbano en Santiago

MILLO-1
Festival Hecho en casa.

¿Cómo saber cuándo un graffiti es bueno? Las rayas que acaban de hacer en el muro de mi casa, ¿son una obra de arte? Una curadora de street art en la capital propone algunos criterios para apreciarlos, disfrutarlos y hasta entenderlos.




Me gusta ir por las calles de Santiago y jugar a que soy un crítico especializado. La ciudad, sus veredas y cruces, sus micros y vagones, tienen una amplia oferta que grita por atención y dinero: sopaipillas, malabaristas, arepas, raperos, superochos, saxofonistas, handrolls, cheerleaders, brownies de marihuana, sandwichs gourmet, galletas de marihuana, sopranos y tenores, queques de marihuana. Me siento importante yendo por ahí, reseñando mentalmente el desempeño del zampoñista del metro —débil en las notas agudas, repertorio predecible— o la calidad de la hamburguesa vegana —se desarma como barro seco—, respingando la nariz como el viejo de Ratatouille mientras me desengraso las manos en la parka.

"Dos estrellas", le digo sin decírselo al vendedor de empanadas, "poco queso y muy quemado el aceite". "Ese acorde, mal ejecutado", le digo con la mirada al cantante de pocos dientes que todas las tardes toca "Alelí" en la 103, mientras le paso los 50 pesos que no merece.

La capital, con sus índices de desempleo que suben y los sueldos que no, bulle hoy de desesperados que buscan por su propia cuenta llegar a fin de mes, vendiendo lo que sea, cantando lo que sea, moviendo pelotas en el aire arriba de zancos disfrazado de spiderman al ritmo de una cumbia en medio de los autos —haciendo lo que sea. Yo aprovecho ese caos neoliberal y me paseo dando mis veredictos.

Evaluar comida, música y alguna perfomance circense, eso sí, no requiere de mucho más que el sentido común, pero hay una expresión urbana que me cuesta juzgar. Está presente en toda la ciudad, afuera de esquinas, casas y edificios, pero quizá porque no responde a un deseo comercial, no busca saciar el hambre, el aburrimiento ni la lástima, es que me resulta tan difícil ponerle nota. ¿Cómo puedo apreciar —o despreciar— el arte urbano? ¿Hay forma de saber cuándo un graffiti o un mural o un stencil o un mosaico —o todo lo que se llama street art— es bueno o es malo?

[caption id="attachment_812842" align="alignnone" width="643"]

"La obra realizada en 1960 por el artista cubano Mario Carreño en mosaico veneciano es un ícono de la arquitectura moderna y el arte geométrico en la capital. Un trabajo pionero de street art", dice Josefina Andreu, directora de la galería Metro21.[/caption]

En el barrio Yungay, por ejemplo, casi no hay pared que no tenga una obra y una firma. ¿Son valiosas sólo por estar ahí? ¿El rostro de una mujer indígena está mejor que ese mosaico abstracto de colores? Mi Ítalo Passalacqua interno está frustrado, avergonzado más bien por su ignorancia. Sería más fácil ser como mi padre, y decir que cualquier raya sobre una muralla es delincuencia. "Esto no pasa en Berlín", diría. "Los alemanes no lo permitirían". Papá, nunca has estado en Berlín, muy probablemente la ciudad con más arte urbano de Europa. Pero no quiero ser como él. No me gustaría quedarme dormido mientras el resto me sigue hablando en la sobremesa del domingo. Quiero saber de street art, emocionarme con un graffiti, mirar el mundo a través de un mural.

Para eso converso con Josefina Andreu, galerista y directora de Metro21, un espacio creado para difundir, promover y reflexionar sobre arte urbano en Santiago. Están ubicados en un edificio deshabitado en Apoquindo, donde exhiben y conceptualizan el arte de autores que pasan de la calle a la galería. También tienen proyectos como "De cancha en cancha", en el que revitalizan espacios públicos, multicanchas en este caso, a través de la intervención de un muralista.

"El nivel en Santiago es súper bueno", me dice Josefina de partida. Se atrevería a decir, y sin chauvinismo, que somos la capital sudamericana del street art. "Las nuevas tendencias y técnicas aparecen a la par que en el resto del mundo, buena parte de la ciudad tiene acceso a obras de gran calidad y la diversidad de autores que buscan tener su propio sello es inmensa".

¿Ya pero entonces todo es bueno? No entremos en ese relativismo posmoderno, por favor. "No todo es valorable", dice Andreu, y para saberlo propone tres criterios.

1- Relación con su entorno: "Es decir", explica Josefina, "cómo la obra entiende el espacio en el que se instala, el contexto en el que va a vivir". O sea: que un mural no es bueno porque está bien hecho, sino que lo es principalmente por la manera en la que "conversa", como diría un siútico, con su alrededor.

¿Un ejemplo? La obra de Luis Núñez en la esquina de Lastarria con Rosal, que fue borrada hace algunos meses después de un par de años de polémicas. "Ese caso es una demostración de algo que estaba fuera de lugar", dice Josefina. "La técnica era excelente, pero habría funcionado mucho más en el muro de una escuela o una farmacia antigua que en el de una esquina tan significativa". Frente al MAVI, cerca del MAC, a pocas cuadras del Bellas Artes, en un edificio de arquitectura moderna, plasmar una falsa escena tradicional, "poco autoral y genuina", como dice Josefina, más pintoresca que realmente artística, no tenía mucho sentido.

[caption id="attachment_812853" align="alignnone" width="1196"]

"Un gran exponente del grafiti contemporáneo chileno es Esnore"[/caption]

[caption id="attachment_812852" align="alignnone" width="1062"]

"Y el mejor lugar para ver su trabajo es el Barrio Brasil"[/caption]

[caption id="attachment_812851" align="alignnone" width="960"]

"Es ahí donde pinta las cortinas de metal con sus dibujos acompañados por una frase o palabra, que a través de la ironía nos hacen reflexionar", dice Josefina Andreu.[/caption]

Ese mural fue realizado para el festival Hecho en casa, que sí tiene un buen ejemplo en este ítem: el que el italiano Millo hizo un año antes, el 2016, en un angosto edificio de Agustinas con Mac Iver. "Es casi todo en blanco y negro, colores que funcionan bien en el centro, y así la niña abrazando un árbol cortado, en medio de la ciudad, tiene mucha más potencia visual y simbólica que un montón de gente de otra época".

[caption id="attachment_812860" align="alignnone" width="1201"]

Millo para el festival Hecho en casa.[/caption]

2- Condición autoral: Esto, por suerte, abunda en Santiago, según la directora de Metro21. Artistas urbanos que en su trabajo dejen siempre un sello propio, un mensaje original o una visualidad personal. Se le vienen varios nombres a la cabeza: Esnore, FIFA o Vasco Bazko, por decir algunos muy distintos en sus estilos.

"Es fácil pintar el motivo de la mujer con el niño, o algún animal exótico. O como pasa en el barrio Yungay, que está lleno de murales que la gente cree que son de la Brigada Ramona Parra, pero en realidad son réplicas, versiones copiadas, sin originalidad ni algo que decir", dice Josefina. Menos mal que en la capital está lleno de obras que sí tienen ese discurso autoral, ya sea en la técnica —como el degradé característico de Anis— o en la temática, como la intensidad del color de Cekis o Dasic. Algo que refleja el rigor, la búsqueda y la disciplina que hay detrás de nuestro street art.

[caption id="attachment_812867" align="alignnone" width="1328"]

"El dúo Agotok es conocido por la cantidad y calidad de murales que desde hace veinte años pintan en Santiago, especialmente en Santa Rosa, de Ñuble hacia el sur. Su obra retrata problemáticas cotidianas con una estética surrealista".[/caption]

3- Ejecución: Este aspecto es más difícil de apreciar, ya que hay artistas como FIFA, que se ha autodefinido como "grafiti feo", pero que no por eso deja de estar bien hecho, y otros, como Javier Barriga, que traspasan la técnica realista del óleo en tela a la muralla con magistral precisión. Pero Josefina ayuda a detectar este punto.

"Por ejemplo, en la orilla del Mapocho pintaron hace unos años unos murales con colores flúor, al estilo de Dasic, pero no contemplaron las condiciones en las que estaban trabajando: les llegaría mucho sol durante todo el año, y también humedad por el río. Al poco tiempo los colores se apagaron, el mural se hizo opaco y quedó feo". Ahí había una buena idea pero una mala ejecución.

[caption id="attachment_812892" align="alignnone" width="1200"]

Mapocho.[/caption]

La cosa cambió el 2018, cuando a propósito del Festival Urbano La Puerta Sur se pintaron varios murales a la orilla del Mapocho. Artistas como Piero Maturana, Stfi y Saile no solo plasmaron grandes diseños, además lo hicieron con tonos apropiados —"colores terrosos", como dice Josefina— que envejecerán muy bien.

"A diferencia del tag, que se pinta o se raya sabiendo que muy pronto será borrado, el mural pretende transformar el espacio intervenido, y por lo tanto debe hacerse cargo, sobre todo desde su materialidad, de su permanencia en ese lugar", explica.

[caption id="attachment_812880" align="alignnone" width="1417"]

"Esta obra de 1958, realizada por el italiano Bongiorno Filippo, es un ícono santiaguino"[/caption]

[caption id="attachment_812884" align="alignnone" width="1063"]

"Por ser pionera en la ornamentación arquitectónica a través del muralismo". [/caption]

[caption id="attachment_812886" align="alignnone" width="3543"]

"Además de su aporte estético, configuró en adelante el uso de mosaicos vítreo para otras obras de la zona".[/caption]

Me siento más listo para salir y juzgar las murallas. Saliendo de mi casa, me encuentro con una obra. GO VEGAN, dice, junto a la carita de un chancho. Entiendo el mensaje de fondo, lo puedo incluso compartir, pero no consigo identificar un sello autoral detrás de esa consigna. ¿Dialoga con su contexto? Al lado está la carnicería, veo ahí una provocación, pero su color naranjo no juega mucho con el gris del muro. De la ejecución, ni hablar. Mi veredicto: una estrella de cinco.

Comenta

Por favor, inicia sesión en La Tercera para acceder a los comentarios.