Más allá de las cumbres: una guía para profundizar en la poesía chilena

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El espejo de cronos, de Roberto Matta.

Hace unos meses, el poeta y editor de Alquimia Ediciones, Guido Arroyo, publicó la antología Maraña: panorama de poesía chilena joven, donde predomina una vocación por leer lo que quedó en el olvido. "Ese espíritu guía este listado", anuncia desde esta guía de Práctico con imprescindibles de la poesía chilena.




Una molesta tendencia muy arraigada en la poesía chilena es leerla desde las cumbres: canonizar, encandilarse con los poetas mayores —siempre aburridos y patriarcales—. Existe entre nosotros desde Pedro de Oña a Mercedes Marín del Solar. Quizá la explicación radique en nuestro paisaje y toponimia. En la monumental cordillera de los Andes o el desierto de Atacama que describe Zurita, el frío océano Pacífico que le gustaba mirar a Neruda, o al estremecedor valle del Elqui cuyo viento Gabriela Mistral poetizó. El hecho es que en ese afán olvidamos a generaciones de mal llamados poetas menores. Nuestra identidad se empeña en recordar solo a los cuatro grandes, independiente de quiénes ocupen aquel absurdo sitial. Nicanor Parra incluso hizo una broma sobre esto. Ante un verso de Altazor que decía: "Los tres puntos cardinales son tres: el Sur y el Norte", escribió: "los cuatro grandes poetas de Chile son tres: Alonso de Ercilla y Rubén Darío", parodiando e intentando desacralizar la pulsión patria por los laureles. Siguiendo ese ánimo, para elaborar esta lista decidí dejar fuera todos los apellidos que disputan esos sitiales. No estarán: Pablo De Rokha, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro, Gonzalo Rojas, Nicanor Parra o Raúl Zurita. De ellos hubiera elegido, sin dudarlo: U, Poema de Chile, Residencia en la tierra, Poemas Árticos, Contra la muerte, Canciones Rusas y Purgatorio. También decidí sacarlos porque tengo la intuición —y esperanza— que las nuevas generaciones no están tan preocupadas de redituar la guerrilla literaria. Hace unos meses de hecho, me tocó editar una antología llamada Maraña (comprar libro) que reúne a veintiséis poetas jovencísimos, y lo que predominaba era el diálogo, los vasos comunicantes y una vocación por leer lo que quedó en el olvido. Ese espíritu guía este listado, once libros de poesía imprescindibles, o que al menos a mí me marcaron.

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La pieza oscura, de Enrique Lihn.

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La pieza oscura (1963)

Enrique Lihn (1929-1988)

Quisiera volver a ser el tipo que a sus dieciocho años leyó por primera vez este libro, que es un verdadero antídoto contra la inocencia. La voz de Lihn se desdobla y realiza cruces temporales: mezcla las escenas cruciales de un infante con la nauseabunda adultez. De esta forma retrata lo angustioso que significa habitar el mundo contemporáneo, dejando suspendido un aire existencialista que machaca al lector en cada poema. Una suerte de fantasma que te atraviesa de una sola vez y para siempre.

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La ciudad, de Gonzalo Millán.

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La ciudad (1979)

Gonzalo Millán (1947-2006)

Me gusta pensar este poema largo como una rabiosa caja musical. Escrito bajo una estética objetivista y de forma fragmentada (setenta y tres, número alegórico), el libro hilvana una sentida y precisa descripción sobre la cotidianidad de una ciudad y sus habitantes bajo un gobierno dictatorial. Pero no describe solo Santiago de Chile, sino el estado latente del terror, la mecanización de la experiencia y la alienación que produce la tecnología. Estos rasgos lo hacen un libro impresionantemente actual, de hecho Millán lo reescribió en tres ocasiones modificando al sujeto que narra, volviéndolo presente.

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Los trabajos y los días, de Elvira Hernández.

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Los trabajos y los días (2016)

Elvira Hernández (1951)

Me resulta imposible elegir un solo libro de Elvira. Es la autora viva que más leo y admiro. Su inagotable exploración y su radical desinterés por la carrera literaria, hacen que cada libro suyo tensione en estética y relato al mundo que lo rodea. Su figura es autónoma, no está afiliada a ninguna escuela y esa libertad vuelve a su escritura un imaginario diverso y crítico donde la poesía es una forma de pensamiento, un modo de situarse ante el mundo. Esta antología logra capturar lo más elemental de su poética.

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Décimas, de Violeta Parra.

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Décimas (1970)

Violeta Parra (1917-1967)

Íntimas y evocativas, perfectas y desgarradoras, la recopilación de estos octosílabos vuelven a Violeta Parra como una de las escritoras chilenas que mejor abordó el sufrimiento propio, con profundidad e incluso con humor ("Gracias a la vida"). El yo, que en poesía suele ser sinónimo de ego hipertrofiado, en su obra es siempre una comunidad ("La exiliada del sur"), la posibilidad de hacer aparecer a seres que habitan en pueblos olvidados por el tren y la modernidad, y que portan un saber insustituible. Violeta investigó esos paisajes y su obra es un fiel reflejo de ello.

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Proyecto de obras completas, de Rodrigo Lira.

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Proyecto de obras completas (1984)

Rodrigo Lira (1949-1981)

Me parece que Lira fue el poeta que avizoró de forma más aguda lo que el liberalismo económico impulsado bajo dictadura produciría en el individuo y su lenguaje. Poemas como "Angustioso caso de soltería" o "Testimonio de circunstancias", son un ejemplo contundente de un sujeto fragmentado que visualiza en la poesía su única válvula de escape. Su escritura farragosa y coloquial se actualiza a medida que envejece, quizá porque aborda problemas tan universalmente personales como la soledad o el suicidio. Nunca deja de ser profundamente político y personal y genuino y gracioso. Y eso es mucho.

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Obra completa, de Jorge Cáceres.

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Obra completa (2005)

Jorge Cáceres (1923-1949)

Es impresionante la pulsión creativa de Jorge Cáceres. Poeta, bailarín y artista plástico, este joven vanguardista (pertenecía al grupo surrealista La Mandrágora) en tan solo veintiséis años desarrolló una obra impresionante. Sus poemas: "Por el camino de la gran pirámide polar" o "Monumento a los pájaros", son entrañables y de una exploración y tesitura que muy pocos poetas chilenos han logrado. Cáceres fue además crítico de ballet y de jazz –ayudó a fundar el primer club en Santiago–, activista de género y quizá el enfant terrible más bello y prolífico que haya nacido en Chile. Apareció muerto en su tina el 21 de septiembre de 1949. Según la autopsia intoxicado por gas.

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Aguas Servidas, de Carlos Cociña.

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Aguas Servidas (1981)

Carlos Cociña (1950)

Este libro es un alucinante despliegue de capas estéticas. Con un lenguaje aparentemente frío, haciendo uso del tecnolecto científico y filosófico, Cociña plasma un diálogo con la tradición literaria chilena situándose como un poeta civil, lejano de cualquier parnaso. Construye así la crónica de un tipo apabullado por una dictadura, una crónica rigurosa y desgarradora que intenta pensar el dolor colectivo que atraviesa el sujeto y su entorno. Fue reeditado hace unos meses por UDP.

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Muertes y maravillas, de Jorge Teillier.

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Muertes y maravillas (1971)

Jorge Teillier (1935-1996)

Sería imposible dejar fuera de un listado así a Teillier, su poesía es una moneda cotidiana que sitúa su rostro frente al viento, en medio del trigal. La belleza con que describe a la naturaleza "lárica", hace que su poesía sea un producto cuasi adictivo. Una subjetividad marcada por la nostalgia, que pese a tener varios epígonos, solo en su poética se logra percibir un hondo vínculo con el paisaje, al que sus lectores regresamos cual adictos. Esta antología permite ingresar a aquel zumbido del bosque.

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Üi, de Adriana Paredes.

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Üi (2005)

Adriana Paredes Pinda (1970)

La escritura de Pinda porta un saber. Sus poemas están plagados de imágenes que sorprenden por su sutileza y precisa descripción del entorno natural. En medio hallamos una profunda reflexión sobre la sistemática violencia que el Estado ha ejercido sobre el pueblo Mapuche. Aquí la fricción política brota de forma orgánica, sin el ánimo de hacer pedagogía basada en la cosmovisión o mediante recursos de montaje, porque la poeta confronta su imaginario personal y escribe desde esa herida: desde los murmullos de sus antepasados, desde el ruido de los volcanes, el zumbido de los bosques o el crepitar del fuego.

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Poesía reunida, de Teresa Wilms Montt.

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Poesía reunida (2016)

Teresa Wilms Montt (1893-1921)

Otra indispensable en cualquier listado. Si bien me inclino mucho más por sus diarios, en su poesía podemos leer un exquisito imaginario marcado por una carga emotiva y una música machacante. Su biografía se talla en los ojos del lector de forma subrepticia, es un mantra que tiñe todos los poemas. En medio encontramos reflexiones existenciales ancladas en su propia corporalidad, develando la vitalidad que posee su escritura. Teresa será siempre un ícono refractario al machismo cultural de su época, a la imposibilidad de la intelectualidad chilena por asimilar que una mujer produzca obras vanguardistas. En la quietud del mármol de hecho, podría leerse como una conmovedora novela epistolar.

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Playas de fuego, de Bárbara Délano.

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Playas de fuego (1998)

Bárbara Délano (1961-1996)

Me cuesta pensar qué sería de la poesía chilena si Délano no hubiera tomado el Boeing 757-200 de Aeroperú aquel 2 de octubre de 1996. Su obra ya era singular, torrentosa y proyectiva, ramificada y fragmentaria: anticipada a su época. Imagino que si estuviera viva tanto la crítica como la siempre fastidiosa escena literaria serían mucho menos desiguales o machistas. En este poema extenso, que escribía antes de su trágico accidente, el mar emerge como una alegoría del lenguaje y la historia reciente, tallando un testimonio poético generacional entrañable.

Bonus track

-Los juegos del sol (1963), Cecilia Casanova. [Comprar libro]

-Poemas visivos (1974), Guillermo Deisler. [Comprar libro]

-Sangre en el ojo (1986), Eugenia Echeverría. [Comprar libro]

-Poemas encontrados y otros pretextos (1991), Jorge Torres. [Comprar libro]

-Arte Marcial (1991), Bruno Vidal. [Comprar libro]

Sobre el autor:

Escritor y director del sello Alquimia Ediciones desde el 2007, donde ha editado cerca de ochenta títulos. Entre ellos, la guía literario-urbana: Scl. La Nueva Extremadura, la antología de poesía joven Maraña y la reedición de la crucial novela Mapocho, de Nona Fernández. Acaba de editar para UDP ediciones: Sobre la incomodidad, volumen que reúne los ensayos sobre poesía chilena de Elvira Hernández.

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