Derechos especiales de giro: ¿divisa mundial?

En las recientes reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), celebradas en Lima (Perú), se habló mucho de la debilidad de varias economías en ascenso y en desarrollo, pero el debate se centró muy poco en una causa fundamental: el sistema monetario mundial. Mucho más se hablará al respecto en la reunión de la junta del FMI, si bien está por verse lo que este hará.
El problema que afrontan las economías en ascenso y en desarrollo se debe a que sus entradas de capital tienen una marcada tónica procíclica. Cuando estaban aumentando rápidamente -sobre todo en comparación con las economías avanzadas-, atrajeron cantidades enormes de capital, pero, al multiplicarse los riesgos, el capital empezó a regresar a un país emisor de reservas: a saber, Estados Unidos. Al fin y al cabo, EEUU va a aumentar los tipos de interés y el dólar se ha apreciado frente a todas las divisas del mundo.
En el pasado, esa tónica ha propiciado en última instancia una corrección y el déficit en aumento de EEUU por cuenta corriente acabó provocando una depreciación del dólar, pero esas correcciones (en 1979-1980, 1990-1991 y 2007-2008) han estado siempre relacionadas con una desaceleración o una crisis mundial.
Así se pone de relieve el problema inherente a la utilización del dólar de EEUU, una moneda nacional, como divisa de reserva internacional primordial de la economía mundial. El economista belga Robert Triffin fue el primero en determinar ese problema -denominado el “dilema Triffin”- en el decenio de 1960, al subrayar el conflicto fundamental entre los objetivos nacionales, como por ejemplo la limitación del tamaño del déficit exterior, y los imperativos internacionales, como por ejemplo la creación de liquidez suficiente para satisfacer la demanda de activos de reserva. Además, ese sistema somete a la economía mundial a ciclos de confianza en el dólar de EEUU, al tiempo que pone a la economía mundial a merced de una autoridad nacional, la que adopta decisiones con escasa consideración para con sus repercusiones internacionales.
Así, pues, la única forma de estabilizar el sistema sería la de colocar en su centro una verdadera divisa mundial. Esa fue la idea en la que se basaba la propuesta de John Maynard Keynes en el decenio de 1940 de crear una divisa supranacional, llamada “bancor”, y esa fue la motivación en la que se basó la creación en 1969 de los derechos especiales de giro (DEG) del FMI, que debían llegar a ser “el principal activo de reserva del sistema monetario internacional”.
Las asignaciones generales de DEG deben basarse en “una necesidad mundial a largo plazo de complementar los activos de reserva” con decisiones adoptadas en períodos sucesivos de hasta cinco años. Hasta ahora, se han hecho dichas asignaciones solo en tres ocasiones (en 1970-72, en 1979-81 y en 2009) y la última ascendió a US$250.000 millones, como parte del plan de recuperación aprobado por el G-20 para gestionar la crisis financiera mundial.
Últimamente se ha hablado de los DEG en los noticiarios a raíz del debate sobre si el FMI debería añadir el renminbi chino a la canasta de divisas que determina el valor de la unidad. En vista del papel internacional en aumento del renminbi, parece más que evidente que esa divisa debería formar parte de la canasta de los DEG. Ahora bien, el debate debería centrarse en cómo permitir a los DEG alcanzar su capacidad máxima como instrumento de cooperación internacional.
El primer paso para hacer de los DEG una fuerza más activa en las finanzas mundiales sería el de anular la división entre las cuentas de DEG y las operaciones normales del FMI. Mientras siga existiendo esa división, los DEG funcionarán, en el mejor de los casos, como una línea de crédito que puede utilizar incondicionalmente su titular: algo así como un descubierto en una cuenta bancaria y no un verdadero activo de reserva.
Un método mejor sería el de permitir a los países “depositar” DEG no utilizados en el Fondo a fin de que se puedan usar para financiar operaciones de préstamo del FMI. Dicho de otro modo, la emisión de más DEG permitiría al FMI financiar más préstamos. Si se emitieran dichos DEG durante crisis, como la que afrontan actualmente las economías en ascenso y en desarrollo, el resultado sería una política monetaria mundial de verdad anticíclica.
Se podría incluso dar un paso más asignando los DEG conforme a una nueva fórmula que no solo tenga en cuenta las cuotas del FMI, sino también la demanda (o necesidad) de reservas de divisas. Con la fórmula actual, los países más necesitados de divisas -es decir, los de renta media o baja (excluida China)- percibirían tan solo un poco más de la tercera parte de la asignación total. Ello no es suficiente.
Aun sin ese cambio, los DEG pueden y deben adquirir una posición más prominente en las reservas mundiales. Como los países en ascenso y en desarrollo padecen problemas cada vez mayores, no hay tiempo que perder. Unos cinco decenios después de que Triffin determinara por primera vez los problemas debidos a la condición de divisa de reserva del dólar de EEUU, es de esperar que haya llegado por fin el momento de los DEG.
*El autor es profesor Universidad de Columbia, presidente Comisión Independiente para la Reforma de la Fiscalidad Empresarial Internacional y ex ministro de Hacienda de Colombia. Copyright: Project Syndicate, 2015.
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