El portafolio de Markowitz
Han pasado 50 años desde que Harry Markowitz dio a conocer los fundamentos de lo que hoy se conoce como teoría de portafolios (diversificación, frontera eficiente, minimización de la varianza de los retornos, matriz de correlaciones, etcétera). Es por lo tanto un buen momento para recordar la siguiente anécdota. Corría el año 1991, Markowitz había recibido hacía pocos meses el Premio Nobel de Economía e IBM lo invitó a dar una charla. En ese momento el IBM T.J. Watson Research Center, ubicado en Nueva York a media hora de Manhattan, donde yo trabajaba como investigador en un grupo de modelamiento matemático, tenía casi 2 mil investigadores.
La mayoría eran ingenieros, físicos, expertos en computación y matemáticos. El grupo incluía a varios premios Nobel, todos en física (Alex Muller, Leo Esaki, Georg Bednorz, por ejemplo) y probablemente la concentración más alta de prima donnas en todo el mundo. Incluyendo, por supuesto, a Benoit Mandelbrot (el padre de los fractales), quien en muchas ocasiones había manifestado que la División de Investigación de IBM se podía reducir a 20 personas (él, más 19 luminarias) sin perder su masa crítica.
Como era de esperarse, la verdad es que en este grupo nadie sabía mucho de economía ni de finanzas, dos disciplinas que muchos investigadores miraban con algo de desconfianza (me incluyo dentro de los ignorantes pues mi éxodo a Wall Street fue unos años después). Y un porcentaje no menor mostraba un abierto desprecio por cualquier cosa que tuviera olor a dinero (o lucro, para usar un término más relevante hoy). En este contexto, Markowitz intentó -con bastante calma, la mejor de las sonrisas y una disposición flexible y amistosa- lo imposible: convencer a un auditorio lleno y semi-hostil que su contribución no era un chiste y que su Premio Nobel era merecido. Pero el veredicto no le fue favorable. Mucha gente se retiró antes de que terminara la presentación, insinuando que su trabajo -que fue percibido como plantear un problema de optimización más o menos simple- era una trivialidad que cualquier estudiante de ingeniería o matemáticas podría haber resuelto en un par de horas. Pero lo más interesante vino después del aplauso tibio y discreto con que terminó la charla.
Un investigador conocido por su arrogancia levantó la mano, dijo que tenía una pregunta y, sin esperar que Markowitz pudiera reaccionar, exclamo: "Todo esto está muy bien, doctor Markowitz, muy interesante, pero vamos a lo concreto, ¿en qué tiene usted sus ahorros?".
Markowitz reaccionó, un poco desorientado o tal vez un poco decepcionado, e intentó sonreír y poner una cara simpática. La misma cara que me imagino deben poner los Rolling Stones cuando por enésima vez alguien les pide que interpreten "Satisfaction".
"Sí, ¿qué ha hecho con su plata, doctor Markowitz", insistió la voz impertinente.
"Bueno", contestó Markowitz, "la verdad es que yo soy bastante conservador, y tengo una parte importante de mis ahorros en bonos del Tesoro (Treasurys)".
"¡Bonos del Tesoro! ¿Solo bonos del Tesoro? ¿Ninguna otra cosa?", insistió el pesado. Y presionó a Markowitz por algo más. Markowitz, un poco incómodo, agregó: "Además tengo algo en unos index funds". Esto es, fondos de inversión pasivos que intentan replicar un índice.
Ahí terminó la charla, la gente se retiró, y el preguntón se acercó a Markowitz para exigir una respuesta más detallada. Yo lo seguí, anticipando un intercambio memorable. Y no me equivoqué.
Finalmente, Markowitz, visiblemente exasperado y tal vez resignado, dijo: "Tengo que hacer una confesión".
"¿Una confesión?, explíquese por favor", insistió el investigador de IBM.
"Hace varios años, estando de vacaciones con mi mujer en el sur de California, vimos un terreno frente al mar. Nos encantó".
"¿Y?".
"La verdad", continuó Markowitz, "es que nos gustó tanto que lo compramos de inmediato. Fue una corazonada, una decisión impulsiva. Resultó ser la mejor inversión que he hecho en mi vida".
No recuerdo qué pasó después. Seguramente nos retiramos dejando a Markowitz tranquilo y yo, al menos, volví a lo mío: los elementos finitos, una técnica de modelamiento para resolver problemas de mecánica aplicada. Y me olvidé de este incidente.
Pasó el tiempo, IBM decidió abandonar la investigación, y yo me fui a trabajar a Wall Street. Y de paso hice un MBA en finanzas para prepararme mejor para lo que sería mi segunda carrera. Fue recién en ese momento, al tomar el primer curso de teoría de portafolios, donde pude apreciar la ironía de la decisión de Markowitz. Que el padre de esta teoría hubiera hecho la mejor inversión de su vida sin siquiera estimar cuál era su frontera eficiente, o si estaba minimizando la varianza de sus retornos, era casi surrealista. ¡Qué decir de la hipótesis de que los inversionistas son racionales!
Pero eso no es todo. Ajeno en ese momento al lenguaje de los traders, en especial a los de mercados emergentes, no tenía idea lo que significaba en el lingo de un operador de Wall Street un "palo verde". El terreno que Markowitz compró, según explicó al final de la charla, era en un exclusivo barrio residencial de Los Angeles, frente al Océano Pacífico. En un lugar llamado Palos Verdes. Como decía García Márquez: ¡la realidad siempre supera a la imaginación!
(*) El autor es doctor (Ph.D.) en Mecánica Aplicada, California Institute of Technology (Caltech). aocusa@gmail.com.
Lo Último
Lo más leído
2.
3.
4.
Contenido y experiencias todo el año🎁
Promo Día de la MadreDigital + LT Beneficios $3.990/mes por 6 meses SUSCRÍBETE